lunes, 26 de marzo de 2012

texto de antonio: presentación de prótesis en zeta



Las deliciosas sincronías: estaba a punto de pedírselo para pegarlo aquí cuando lo han publicado los soperos y les he copiado la entrada entera.

Este libro, Prótesis, de Pepe Maiques llega de improviso tras el volumen colectivo, Piedra, papel, tijera, perpetrado junto a otros dos cuatreros, Mariano y Òscar. Este libro rojo es ya de plenitud tras esos poemas primerizos o de juventud de hace cuatro años. Los libros de texto dirán que a partir de aquí, Maiques entró en la repetición y la decadencia, así que aprovechen para leer este magnífico poemario, nacido al calor, mejor al frío de una vida que puede ser la de cualquiera, vida a veces con gran amor, a veces con desolación.

Se ha comparado, a veces, la poesía con el juego, por esa característica de suspender el tiempo y la realidad cotidianos, pero se ha de decir también que es un juego muy serio. Sí, manipular las palabras, buscando melodía y sentido, es la raíz de la poesía, y no importa desconocer posibles referentes o datos biográficos. Los detalles que importan están aquí, en los poemas y en el rotundo título. Así debemos seguir estos poemas, estas migas de pan, y nosotros a solas con el libro. Deslizo la palabra exorcismo, aparece la purga del corazón y prefiero no saber más.

Para mí leer estos poemas ha sido una experiencia en su sentido etimológico: pasar por peligros. Como lector atraviesas parajes rurales y urbanos acompañando a una voz muy escondida que lo ha pasado y pasa mal. Por esto, quizás, el lector se siente enseguida solidario con el solitario ser que respira y se duele en los poemas, acabando con una sensación también de dolor que se transforma en sufrimiento. Lo que parecía una ventana desde la cual vemos a un ser sufriente termina siendo un espejo. El dolor, dicen, es particular e íntimo, pero el sufrimiento es comunitario, colectivo.

La selección de palabras, metáforas y también la disposición o construcción internas provocan en el lector una primera sorpresa, que se convierte al avanzar en una cariñosa compañía aun en el dolor y en el esfuerzo por sobrevivir. En constante paradoja, lo terrible se conjuga con un enorme calor. Como si la voz nos acompañara cogida del brazo y mostrara los paisajes de la soledad y del derrumbe particular y colectivo. Sí, es y ha sido duro, pero mira qué bien estamos yo leyendo y tú, al fondo, habiendo escrito.

La materia es lo que todo poeta usa para expresar, sacar fuera, el mundo interior en perpetua comunicación y esta mecánica habitual se refuerza de tal manera, que a los pocos poemas, los objetos y los colores crean un mundo propio y con denuedo avanzamos entre abrojos, óxidos y desechos, también casi masticando una arena que se repite y se repite (Ana M. me lo chivó: sigue el rastro de la arena).

Sigo el libro linealmente, dejadme explicar lo imposible, la poesía. Ya lo dijo el filósofo: de lo que no se puede hablar, mejor es irse de bares. Pero yo sigo.

Carne, sombra, error, piel, adentro, tendones de sal, costra en las rodillas: es el inicio, la infancia, me parece: instantáneas difíciles de captar, porque de lo individual salta a lo universal, como en los buenos libros.

La materia amenaza convertida en trasunto de la vida interior (‘astillas de vidrio hundidas en la nuca’) y ya solo queda ‘esperar otra tarde sin ventanas’ entre ‘el sonido de una esponja metálica’ y ‘un pájaro de lata’ (aquí recuerdo que aplaudí con las orejas al autor).

Es menester destacar que hay un yo que no dice yo, quien se esconde tras la expansión de las cosas; a veces es un tú, ‘tu grotesco esqueleto’. Y si escapa de la confesión fácil es porque desplaza lo íntimo al exterior y todo queda tocado por el sufrimiento: ‘la costa enferma tiembla sigue aquí’.

En el libro las palabras pesan mucho, cada una de ellas, su presencia es inquietante y hasta los sintagmas emiten señales de duelo por acumulación, con esa curiosa manera de nombrar sin comas, y así acogotan, en el buen sentido:

Sangre bondad caricia
Edad de hierro amor paciencia en hueso
Médula savia líquida habitación adentro
Balcón peso roedura o deleite

Si estamos ante un naufragio, vamos todos en él, vamos todos a subir la roca con ‘lluvia de musgo sólido’, y en mitad del camino-libro nos invita a ‘hablar de lo que nos atañe’ y nos arrastra hacia la segunda parte. En una lucha sin nombre estamos todos, “peces perdidos / dentro de la piedra” y vemos cómo “se encarama el náufrago afuera en la noche / para subir a pulso la roca sin edad”, nosotros, “ligera multitud asomando sobre el tiempo / encendido”. Delgado hilo narrativo, ese naufragio, esa ascensión de todos para salvarnos.

Lo que nos atañe es el tiempo comunitario, una vida en la Historia de todos, “un arañazo en medio / de la nada”, “un espejismo mordido de alquitrán” “en un creciente solar de la memoria deportada”, esa dura realidad que respiramos es sutura abierta, así nos lanza el autor al comienzo de la segunda parte del libro.

Aparece una gota de esperanza: “edad de hierro amor paciencia en hueso” y en el enorme poema de la página 52 “un terco amor rodea sufrimientos”: de esta manera y aunque es de noche “todos los gatos son /santos”. De nuevo, aplaudí con las orejas.

Todo lo que se presenta bajo apariencia de noche, silencio, ruptura, separación y derrota también se conjuga con ‘hebra de paraíso’, pero por ahora este se esconde; estos poemas del inicio de la segunda parte son más tercos, más agudos y su lectura en voz alta multiplica el sentido al sumar música y ritmo mental.

Ejemplo el enorme poema de la página 55: la r y la s suenan como silbidos y roeduras, sonidos que se llaman unos a otros en un juego muy serio de asociaciones, ese inicio y ese final, uf, lo leo ahora…(lectura p. 55).

En todo el libro los nombres suelen carecer de artículos y la gramática dice que así amplían su universalidad de significado; aquí, en donde la materia y los sentimientos alcanzan máxima potencia y eliminan toda delimitación, están dispuestos para transmitir más intensidad: ‘mudanza arranca luz’ y muchos más, marca de la casa.

Aunque quiere el yo que sus poemas sean arena, tierra yerma como el mundo (“desde aquí puede oírse / cómo palpita la boca turbia del poema/ la lengua calcinada de la tierra que habla”), hay una lucha por superar el dolor de forma colectiva: la vida aprisionada se levanta “harta de sufrimiento” dice, todos con “desamor en la lengua”, y al modo de Quevedo estamos aquí para “sobremorir”.

Vamos acabando el libro y el sufrimiento se hace extensivo, “cualquier barrio decrépito/ es el mundo”. Se convoca a todos, a los que padecen con “desamor/ en su lengua”, ahí es nada y se queda el autor tan tranquilo.

Al final, en las dos últimas páginas, el autor da todo, la sorpresa es máxima, así como el riesgo léxico. Si no, quién puede poner juntas las palabras “polen e hidráulica” con “nostalgia”.

Volvemos al dolor, todos rodeados de “violentas moquetas”. Quizás todos juntos, haciéndonos compañía con esos miles de dolores pequeños. Me quito el sombrero y el cráneo, Pepe.

Antonio Ezpeleta

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