lunes, 25 de septiembre de 2017

La ciudad más trepidante.



Poco me queda por contar de mi visita a Ciudad de México, lo han contado todo las redes y los periódicos.

En un terremoto los anfitriones se la juegan, y estar con Karla e Inés estos días ha sido un lujo ininterrumpido. ¡Esa suavidad con la que me tocó el pie Karla para despertarme cuando sonó la alarma el sábado!

Estaba poniéndome una bota  el martes, me iba hacia el centro, cuando empezó a cimbrearse el salón: por segunda vez en quince días esa inexplicable maleabilidad de las paredes, de la ventanas, ese minuto eterno delante de la cerraja que no se abría. Llegaban los gritos desde el patio, sobre todo los de la madre de Paola, una nicaragüense de Managua que sabía. Mientras intentaba abrir la puerta recordé que escaleras no y que entre el frigorífico y la pared, pero no quedaba hueco. Me dio por hablarle bajito al terremoto: ¡venga!¡ya estuvo suave!¡tranquilo ya! le decía, y repitiendo ese mantra alcancé la calle, donde por fin había abrazos humanos dispuestos.

El primer auxilio son los abrazos, salí a buscar Internet para saber de Inés y de Karla y todo el barrio se abrazaba. Espero no dar un paseo tan escalofriante como ese nunca más.  El parque se llenó de gente, todos íbamos buscando el cielo abierto y casi no había, todos nos mirábamos a los ojos para sostenernos mientras llegaba el próximo y no cabía más miedo ni más tristeza.  Para colmo, al pasar por un frutería oí en la radio que el epicentro estaba en Puebla. Entonces volví al patio, con los vecinos, y ya sabían que esas dos estaban bien y que me buscaban a mí. Y entraron dos mensajes milagrosos al FB, uno de Juan y otro de Malu: mis poblanos estaban bien. Y Paola saco vino, y el abuelo de Jero conoció a todos los anarquistas españoles de la FAI y trabajó con ellos. Y Jero es un melómanos imposible de 17 y Miguel librero, y Paola filósofa y Daniela dirige teatro, y Alejandra es una María Felix.

Al día siguiente no nos vimos, cada cual andaba en lo suyo, en lo de todos, arrimando el hombro, intentándolo porque son 20 millones y no es así nomasito organizarse.


Ayer volvimos a reunirnos para comer. Entre tanto ocurrieron muchas cosas. 
Samantha me ha dicho esta mañana:
-Escribe una crónica chida de tu experiencia.
Y se lo he prometido, lo haré.

El susto me trastornó el olfato. La casa de una amiga olía a anís, el perímetro de la maquila hundida a sandía, las calles a humo.