He pasado la tarde viendo una
película con la tía Pili, en francés. No sabe una palabra de ese idioma pero creo
que disfruta más que yo. A veces, después, al comentarlas, me siento en
desventaja. Somos un equipo bien compenetrado el pichi, ella y yo. El pájaro forma parte de la familia hasta tal punto que en invierno, a las ocho de la
tarde, se pone loco y hay que bajar la luz para que duerma.
Todos los que pasan por aquí
tienden a quedarse. Cuando se van una dice:
-Casi no se va.
Y la otra replica.
-Pero qué privilegio que se
sienta tan a gusto.
Antes, cuando no conocía tan bien
a la tía Pili, o mejor dicho, conocía a otra, yo tenía dos amigos, uno
enterrador y otro filósofo, que siempre estaban juntos. El enterrador me
contaba que cuando iba a cobrar “los muertos” a su casa se le
ensanchaba el ánimo porque sonaba a gloria. Yo no
lograba imaginarlo, cuando nosotros llegábamos quitaba la música.
Tati, Luis, Amanda, Blanca, Carlos,
Ester, Gonzalo, que la encontró partiendo el hueso del jamón con un hacha y no
daba crédito a tamaña contradicción, Nico, Sandra, Sol, M Jesús, Zoe, Maribel,
nuestra exquisita cartera, todos se quedan pegados como lapas a su tranquilidad.
Por otro lado tenía unas cuantas propuestas
de cena por el cumpleaños y, por no elegir, lo he celebrado comiéndome sola un
huevo frito. Eso sí, recién puesto, de los del tío Manolo. También he sembrado girasoles y he mirado por la ventana. Ahora hasta podría ponerme
una cinta en la cabeza y salir, que son fiestas, pero prefiero paseo matinal con
la Arse. Y nada más sobre la edad y mis giros.