jueves, 31 de diciembre de 2009

¿Los niños tienen menos disciplina desde que no existen las lecherías?

No sé.

Ir a por la leche fue para mí la primera obligación y el primer ritual, un día sí y otro no, un día mi primo David y otro yo. El camino hasta la casa de Santas, visto desde aquí, es el camino de mis iniciaciones: donde por primera vez tuve miedo, donde por primera vez pasee con amigos, desde donde llegue a casa tarde, donde varias veces se me cayó la leche y donde por primera vez mentí, con tan mala suerte que me pillaron, una nochevieja.

Esta mañana, en esos diez minutos ingratos del rezagarse, he empezado un balance de la década, pero enseguida me he dado cuenta de que no es recomendable para el ánimo medir con esos trancos y he preferido ir a resguardarme en la lechería, el camino ahora es más corto y además no tiene pérdida; sigue marcado por mugidos tranquilizadores y olor a vaca.

La mentira fue tonta. Yo quería cenar con mis primos, en casa de la tía Emma. Santas me preguntó que dónde cenábamos y yo le conté el deseo, poco después llego mi madre que descubrió que era mentira. Tenía unos seis años, ninguna de las dos se dieron por enteradas, pero a mi me recorre un escalofrío de lo bien que me acuerdo.

Por cierto, que aún me hace ilusión cenar con mis primos, en casa de mi tía Emma, que ahora está donde estaba la de mi abuela, y hoy sí cenamos con la prole enorme de los Peña.

Buen día, buena noche, buen año y buena década.