miércoles, 17 de febrero de 2010

A la ciudad le salen corredores secretos cuando llueve.


Me encantaba Maite cabalgando en aquel tractor, con el remolque hasta los topes de vino y gaseosas. Grande, alegre, desgarbada. Escuchadora. Se quedó repartiendo cuando las demás nos fuimos al instituto, pero dos o tres años más tarde-reminiscencias de cuando adornábamos la cuadra, ¿no te acuerdas de que yo me lo tomaba muy a pecho? -me dijo una vez, estudió decoración. Resultó ser buenísima y abrió una de las tiendas más elegantes de Zaragoza. Sigue siendo tan buena escuchadora como entonces, siempre acierta con lo que los demás quieren parecer, ahora utiliza muebles y jarrones como intermediarios, pero ayer me contó que los objetos son sólo eso, intermediarios, y que los secretos importantes los aprendió en su casa, en la vinatería del Barrio del Saco.

-Por cierto que me encontré a fulanita y menganita, me apabulla el montón de gente que aprende en las universidades a ser altivo y a no saludar. ¿O será otra cosa?, incapacidad, incluso tristeza.

Llovía a cántaros y yo sin paraguas, hacía un frío impresionante y ni idea de dónde estaba la calle San Lorenzo, ni cómo se llamaba el sitio en el que había quedado para comer con Paula. Reconocí a Maite por el gesto que le devolvió al coche que acababa de empaparla. Hacía diez años que no nos veíamos pero fue cogerme del brazo, ponerme debajo del paraguas y ya estábamos otra vez en la infancia; comiendo habas crudas en el huerto de José Manuel, metiendo los píes en aquel manantial, preparando excursiones remotas en el remolque, hasta el río, jugando a la batalla y preguntándonos un montón de cosas. Maite no sólo me depositó, ya reconfortada, en el restaurante, hasta se quedó a tomar vermout.


La imagen es de Hélio Oiticica

2 comentarios:

Anónimo dijo...

hola nena, que me gusta leerte, no más, que no es lo mismo que mas no, jajaja, es q esto lo he leído en un libro, lo de: mas no, y me he acordado de ti, jajajajja

un besooo cara

ains me duele la gargantaaa

alicia dijo...

Me encanta leer estas pequeñas historias conectadas con todo y con nada, llenas de nombres propios, de vidas propias y ajenas. Ese remolque con gaseosas... Qué bueno que exista Maite, verdad?