jueves, 24 de abril de 2014

El Olmo y la Parra (y Ana Pilar y Antonio y Góngora y Quevedo. Y Aurora Egido)






Ana Pilar estudiaba filología y Antuan llevaba años mentando las maravillas que evocaba Aurora Egido. Yo entonces era librera arruinada y, como de perdidos al río, me escapé para oír todas sus clases aquel año. Sólo hablé con ella el primer día, para pedirle permiso.

Y viene al caso porque anoche pensé en naumaquias, en retruecanos gracianescos y en versos gongorinos, terminé con Las Fonteras de la poesía en el barroco y las notas de aquellas clases. Y de ahí, mientras decidía irme, pensé en plantar un árbol, otro, y me pareció que hay que poner el Olmo en el sitio donde la vid ya lleva tiempo medrando:

Empezó diciendo doña Aurora:
El campo no es de todos recibido;
y si cantamos campo, el campo sea
que merezca del Cónsul ser oído.

Virgilio, Égloga IV
(por la traducción de Fray Luis de León)

miércoles, 23 de abril de 2014

Rosquilla, pluma, pausa, lamento, fruslería






 


Estas cinco palabras inconexas son el punto de partida para un juego que era muy apreciado durante el Biedermeier. Había que conectarlas ente sí, mas sin cambiar su orden. Y, cuanto más corta era la frase, cuantos menos momentos mediadores contenía en su seno, más interés el de la solución. En el caso concreto de los niños, este juego conduce a algunos bellísimos hallazgos. Porque para ellos las palabras son unas cavernas entre las que conocen extrañas vías de comunicación. Pero demos la vuelta a dicho juego: miremos pues una frase dada como si estuviera construida de acuerdo con la regla de este juego. Así, de golpe, tiene que adquirir un aspecto extraño y excitante. Esto mismo sucede en parte en todo acto de lectura. No sólo el pueblo lee así novelas-por causa de los nombres o de las fórmulas que el texto les presenta-, sino que también el hombre culto está al acecho de ciertos giros y palabras, y el sentido ahí sólo es el fondo donde se alza la sombra que ellos mismos arrojan, como las figuras en relieve. Esto se ve claramente en esos textos que se dicen "sagrados". El comentario puesto a su servicio va extrayendo palabras de ese texto tal como si hubieran sido puestas de acuerdo con las reglas de ese juego y para ser descubiertas. Y realmente las frases que los niños van formando en el juego a partir de las palabras elegidas tienen más parentesco con las palabras propias de los textos sagrados que con la lengua coloquial de los adultos. He aquí un buen ejemplo que muestra cómo conecta las palabras arriba mencionadas un niño que tenía doce años: "El tiempo se agita como una rosquilla todo a lo largo de la naturaleza. La pluma pinta el paisaje y se reproduce una pausa que la lluvia rellena. Y se oye un lamento, porque no hay ninguna fruslería"


Walter Benjamín. La belleza del estremecimiento

martes, 22 de abril de 2014

Carlos Edmundo de Ory

 

 

                                                Victor Ekpuk

 

En un café

He vuelto ahora sin saber por qué
a estar triste más triste que un tintero
Triste no soy o si lo soy no sé
la maldita razón porque no quiero

He vuelto ahora sin saber por qué
a estar triste en las calles de mi raza
He vuelto a estar más triste que un quinqué
más triste que una taza

Estoy sentado ahora en un café
y mi alma late late
de sed de no sé qué
tal vez de chocolate

No quiero esta tristeza medular
que nos da un golpe traidor en una tarde
Pide cerveza y basta de pensar
El cerebro está oscuro cuando arde.

lunes, 21 de abril de 2014

Una correntada de memoria me dejó al loro cocido y la foto del malecón.





El loro.

Mis tíos tenían una mercería grande, en el centro del pueblo, de la que mi madre era la dependienta, y otra diminuta en su casa, expendiduría más que sucursal. Cuando tenía 14 años me dejaron a cargo de la tienda pequeña durante sus vacaciones, esa confianza fue un honor enorme que se convirtió en inolvidable.

La primera tarde se atascó la cinta de la máquina registradora y, no sé por dónde metí los dedos, que no sólo me los machacó, sino que me tatuó un 444 en el índice que duró meses. Para recomponerme me preparé un té, y el loro patoso, que aún vive y siempre ha ido suelto, se metió en el agua hirviendo.

Nadie se enteró, porque nadie me supervisaba, pero pasé un mes de aupa con aquél bicho cabizbajo perdiendo plumas por el pasillo. ¡Y cómo se cura a un loro! Dejó de hablar, sólo ruidos angustiosos graznaba, y yo empecé a hablarle continuamente, pero en ningún momento dio señales de haberme perdonado.


La foto

Más, más, un poco más, más atrás, un paso más, le dijo el que iba a ser mi cuñado a mi hermana haciéndole una foto en un malecón. Y la otra, que por educación y por genética respeta hasta el extremo las distancias que le ponen, tuvo la habilidad de darse la vuelta en el aire y sólo se rompió el brazo, una pierna, siete piezas dentales y la mandíbula.

No creo que la quisiera matar, sería un malentendido. Las ilusiones ópticas. O que ya no lo oía desde tan lejos.

p.d Nunca pensé que el asunto del loro fuese literario, pero muchos años después leí de otro loro cocido en las memorias de García Marquéz, allí mismo dejé de leer y se las pasé a mi madre. Seguro que si contaba lo mío me iban a decir que era plagio.

domingo, 20 de abril de 2014

Y los flamboyanes están en llamas.




Iba por un andurrial de los que me invento para apaciguar los domingos, buscando un poema africano para finiquitar esta semana santa griposa y funeral, y he caído en una de esas páginas que organizan la lírica por países, por eso me he dado cuenta de que viví en el que más poetas tiene por km cuadrado, el paisito es chico en serio.

Y entre tanto poeta se me ha aparecido la voz del que prefiero, del que me enseñó los nombres de todo lo que era verde. Chateo muchas horas al año con él, pero no había vuelto a oír su voz ni a ver su sonrisa.










viernes, 18 de abril de 2014

Agur Nati




Eugenio Ampurdia




No la reconocí, bueno fue peor, supe que del impacto se me había olvidado como era. Su madre me estaba abrazando y las dos la miramos con las cabezas muy juntas mucho rato, me parecía imposible que dos cabezas tan próximas compartieran tanto dolor sin transmitirse ninguna imagen, pero no logré rescatar ni un sólo gesto de Nati delante de aquella mujer que estaba en la caja. Nada más llegar vi a su su marido, Elisardo, que me dijo, “entra a verla, que está muy guapa” también me dijo “yo sé que la querías mucho” Por el camino encontré a mi prima Elisa, que se niega a ver a los muertos y hasta nos disuade, y claro, me acordé de mi sobrino de diez años, que un mes antes, cuando lo encontré mirando por ese mismo cristal a su abuelo, también dijo que lo veía muy guapo.

Fuera estaban los de siempre, los que te preguntan ¿estás aquí ahora?  El que te besa, el te ignora, el que te quiere, el que te quiere saber, el que te pregunta directamente y la que te odia, a ti y a un par más, porque supongo que el odio es una vaina insaciable, que aprovecha a los espectadores para erizar hasta a las flores de las coronas. Sería prota de una novela si hubiera terminado la que estuve a punto de escribir y que iba a tratar sobre esa potencia aniquiladora.

Y en la antípoda de los retorcimientos Nati, mi queridísima Nati. Esa chica alegre que tenía dos años más que yo y de la que, mucho antes de que estudiara magisterio, ya sabíamos todos que era maestra. Y el peor escozor, el de tantas cosas por contar, el de todos los abrazos que se nos han quedado pendientes.



lunes, 14 de abril de 2014

Paseo



Laberinto de  Reignac




Después del polisémico banquete decidimos buscarnos en el laberinto,  para hacer la digestión, por el camino encontramos muchos trilobites.

domingo, 13 de abril de 2014

Kikí Dimulá

 
 
 
 
 
 
SIN TÍTULO
Llueve con total sinceridad.
Luego no es un rumor el cielo.
Existe.
Y no es la tierra, pues, la única solución
como sostiene todo muerto perezoso.

Hacia el neolítico ilustrado






Claudia Lindner

De-espacio vamos bien Martita, me decía yo, y siempre me acordaba de que Aurora Egido había dicho en clase que ella quería ir al limbo pero lo habían quitado en el Concilio Vaticano Segundo.

De espacios vamos bien, me decía desde que apareció El Molino. Me había pegado la vida pasando nostalgia del campo. (Pobre Roberto, que es un cosmopolita, yo quería vivir en aquel terreno que tenían sus padres, lujo era una acequia y fuego. Siempre tuvo más paciencia conmigo que un santo, llegaba este tiempo y hasta terminado septiembre me lo llevaba arrastras a la ponderosa)

Rebobino, que de espacio voy bien. Me siento muy afortunada por haber encontrado mi lugar en el mundo pronto y compartir lugares tan importantes como el Romeral. El problema serio era entender el tiempo. La única pista que tenía es aquello que dice mi madre de que debería haber nacido hace cien años, cifra que duplicó el día que llegó al molino:

-Cien años es una minucia, tu hija debería haber nacido hace doscientos años Matías-recitó- mientras estemos aquí vamos a ser coherentes, viviremos como antaño, ella manda que es la mayor.

Leyendo El naufragio del hombre y recordando esas cosas de la Arse he descubierto también, por fin, en qué tiempo quiero vivir: en el neolítico ilustrado.

viernes, 11 de abril de 2014

Recompensa


 
Tengo un parque infantil en la puerta y salgo al balcón a hacer oreja con frecuencia, pero poco cosecho. Cualquier constancia termina por recompensar, hoy le ha dicho un abuelo a su nieto que se columpiaba arrebatado

-Otra vez volando hacia la luz, ¡ala maño! ¡qué ya vale!

P.D.  Columpiarse es bandearse en aragonés,  y tobogán se dice esbarizaculos