martes, 28 de febrero de 2012
¿Será así nuestro árbol cuando seamos viejitas???
domingo, 26 de febrero de 2012
De los parientes desaparecedores y la burina

La bisabuela Florencia siempre decía que tenía burina. Ella fue la primera en desaparecer, fue disminuyendo y disminuyendo de tamaño hasta que tuvo el mío, yo tenía seis años, y no paró de encogerse hasta que sólo quedaron el ovillo, el ganchillo y un trozo de puntilla en el asiento de un rincón, debajo de una ventana. Luego fue su hija, Marcelina. Marcelina había tenido bastantes hijos equivocados y cuando pudo se fue a vivir a París con Lina, pero esa es otra historia. Cuando yo la conocí era ciega y sabía francés. Se murió después de comerse un petit suise y pedirme que la enterráramos sin ceremonia religiosa, algo que iba a ocurrir aquí por primera vez en cincuenta años, pero yo di el recado y me fui de viaje, a Granada, con Roberto, era uno de mis primeros viajes de verdad, tenía dieciocho y aún me dura en la mano el olor del último apretón de mi tía y el del tren, la tía Marcelina, diminuta, minuciosa, ácida, ciega, oidora, se me quedó en cualquier cosa que tenga fresa. Todos los que son cercanos además de parientes lo hacen más o menos igual, disminuyen y disminuyen y esperan a que me vaya para desaparecer del todo, me la jugó hasta José María. Hay veces que algo noto, pongo la maleta en la red, serena, y luego paso el viaje llorando, sin saber aún por qué.
El miércoles fue el tío Teodoro, que se sentaba en el último peldaño de la escalera del corral a fumar y cuyo nombre parecía el apellido noble de todas las verduras: borrajas de Teodoro, tomates de Teodoro, apio y cebollas de Teodoro. He pasado la tarde con su hija, mi prima Elisa, me ha contado que cuando le robaban la hortaliza decía que por eso nadie se puede enfadar, que si alguien roba zanahorias es porque no andará sobrado. Y que la confundió con una enfermera y pasó la noche hablándole de su satisfactoria vida y de ella misma, y dice Elisa que para acercarse se tuvo que alejar y que logró ser un rato, aprovechando lo oscuro, la enfermera. Y del nosotras y el puente la caña.Y también hemos hablado de que hasta el último día que lo vi no consintió demostrar que me quería. Somos unos baturrazos. Pero son certezas las del despedirse, y eso yo tampoco lo sabia tanto, hay cosas que cada vez se saben más. Y de que me despidió con el mejor piropo; me dijo que era como mi madre. Y eso, todos lo sabemos, es imposible, ya no veía bien, pero se le agradece igual. Y de lo menudo que se había quedado. Y de que hasta el último día recuperó la cabeza un rato para leer el periódico y oír la radio. Y de cuánto le gustaban los demás y lo poco que los soportaba, y de lo sociables y lo huraños que somos los borrajas. Y de lo importante que era en todos los delirios su moto, y de lo reconfortante que fue que cuando se cayó de la cama creyera que se había caído a un ribazo y preguntara por la vespino. Y de que la última palabra que dijo fue madre, agarrado a la mano de la mía.
A este paso entre objeciones nupciales y ausencias en los entierros me van a correr de la tribu. Pero volviendo al principio, ahora ya sé que es la burina, es una confusión emocional próxima al dolor de cabeza producida por una mezcla fatal de comunicación intensa y fuertes ruidos. No sé qué se la provocaría a mi bisabuela, quizá los 103 años. Ni siquiera sé del todo qué me la produce a mí. Pero paso de que me diagnostiquen una vulgarcísima astenia primaveral.
es de Helena Almeida.
martes, 21 de febrero de 2012
¡Esas chicas!

viernes, 17 de febrero de 2012
De Textos Cautivos

De vez en cuando me voy con Borges, a descifrar jeroglíficos, aunque sé que mientras lo leo soy incapaz de escribir una línea, si lo hiciera iba a soñar que se me aparece y me resume con un solo adjetivo. De todas las obras infinitas de Borges Textos Cautivos, una colección de críticas literarias que publicó en una revista de señoras de
Un ejemplo de novela resumida y mejorada en dos párrafos por el argentino podría ser L'hommequi s'est retrouvé, de Henri Duvernois:
Esta novela corresponde a su nombre, literalmente. El nada heroico héroe, Portereau, se encuentra consigo mismo, no por vías de símbolo o de metáfora –—como en el cuento «William Wilson» de Poe–—, sino de veras. Es famosa la creencia pitagórica de que la historia universal se repite cíclicamente, y en ella la de cada individuo, hasta en los pormenores más ínfimos; Duvernois emplea una variante de esa doctrina (o de esa pesadilla) para el mecanismo de su obra.
Portereau, caballero apacible y voluptuoso, de cincuenta y cinco años, llega a un planeta que gira alrededor de la estrella Proxima Centauri. Asombrosamente, desembarca en territorio austrohúngaro. Este planeta es un facsímil de la Tierra, pero con un retraso de cuarenta años. Portereau va a París –—al París un tanto diverso de 1896–— y se presenta a su familia como un pariente que acaba de volver del Canadá. Todos salvo su madre, lo reciben con escaso entusiasmo. Su padre llega a negarle el saludo; su hermana lo considera un intruso. Los continuos proyectos financieros que su conocimiento del porvenir le permite insinuar son unánimemente rechazados y confirman su renombre confuso de estafador insano e ineficaz. Nadie, sin embargo, le demuestra mayor hostilidad que su antiguo yo, que insiste –—despiadada e imbécilmente–— en batirse con él.
La foto es de Joan Jonas
martes, 14 de febrero de 2012
¿Cómo acuerda la necesidad de ser querido con la de defenderse?

Atisbos de madurez

Antes de salir de casa leí una de esas sentencias que abundan por Internet: nunca discutas con un tonto porque quien os oiga puede pensar que sois tontos los dos. La leí de refilón, sin hacerle mucho caso, pero luego me salvó la noche.
Todos nos conocíamos en la fiesta, no nos vemos mucho y nos alegramos de vernos, todos menos los vecinos. Los vecinos son unos vecinos foráneos, cosmopolitas que viven en el campo. Tuve tiempo para observarlos y decidir que, aunque fuera una descortesía, iba a intentar no hablar con ellos. Había algo en sus poses que me sonaba regular, una manera de mirar, como si nos clasificaran, que me ponía un poco nerviosa. Claro que eludirlos resultaba imposible porque se habían quedado clavados en la esquina donde estaba el humus de Virginia, y yo a ese humus no renuncio por nada.
Empezaba a untar la primera rebanada cuando ella me dijo, sin prólogo, todo seguido y sin conocerme:
-Estamos pensando irnos a vivir a Costa Rica porque este país es horroroso, tantas prohibiciones, a ver si se soluciona al menos lo de fumar. Además queremos conocer otras culturas. ¿Tú conoces Costa Rica?
Últimamente tengo los nervios de punta, como todos, supongo, no aguanto ni una tontería así que contesté alguna burrada displicente de la que sólo recuerdo el tono. Él estaba al quite para protegerla y acudió raudo. No habían mediado ni cinco frases cuando el ingeniero madrileño exclamaba.
-¡Aquí lo que hace falta es una guerra porque sobra media humanidad!
- tú te quedas vivo ¿no?-le dije
Y me di la vuelta. Lo dejé allí, con su genocidio de la mitad, ¡iba a perder el tiempo y la energía! ¡Tenía por lo menos ocho gratas conversaciones empezadas!
La imagen es de Antony Gormley
jueves, 9 de febrero de 2012
Reunir: Justicia - un proyecto de Sonia Boyce
miércoles, 8 de febrero de 2012
Locus Solus. Impresiones de Raymond Roussel.
He soñado que estaba con Paloma, comiendo ranas y sapos, en China. La he visto conectada nada más levantarme y se lo he contado. Probábamos fetos de rana, ranas a la parrilla, ranas estofadas, sapos agridulces, sapos gratinados, sapos al pil pil… y nos sabían a gloria. Por la mañana han empezado a llegar correos de Alejandros y Alejandras: Peret Prat, Aína, Marín, Aguado, todos los que conozco me escribían sin parar. Ya me rondaba la extrañeza, pero me he adelantado zambulléndome yo en ella: parecían mensajes de Roussel.
Locus Solus llego a mis manos una tarde insoportable en un paraíso estival. Madres, niños y adolescentes se bañaban y comían los melocotones de las tres de la tarde en aquella pileta de la Ponderosa. Nadie notaba que el aburrimiento me estaba asesinando. Como ya no podía más cogí el dos caballos y me fui a casa de Javier a por un libro que me salvara la vida. Volví con el jardín de Canterel bajo el brazo.
Muchos años después me atreví a hablar de Locus Solus en Punta Umbría aún sabiendo que era un libro descatalogadísimo. El día anterior me encontré con Pedro Bericat, que peregrina todos los años a la tumba de Roussel, y lo confirmó: él había leído el mismo ejemplar que yo, el de Javier. Creo que logré interesar al auditorio, que fue selecto, aunque ya estaban avisados de que no podrían leerlo, pero, cuando salimos de allí, en la librería del encuentro ¡había por lo menos diez ejemplares! Ni que decir tiene que se vendieron todos. Es infalible la vieja estrategia del libro inencontrable.
Recuerdo que cenamos esa noche con las chicas de La Lata y los dos chicos más que con el tiempo resultaron ser los Bostezos. Fue una cena inolvidable por lo bien regada: nunca he visto jarras de agua tan grandes. Los dos chicos nos contaron que tenían un amigo que había prometido que si le tocaba la lotería publicaría Locus Solus, le tocó, montó editorial Numa y lo publicó. El editor no sólo no había venido, sino que andaba deprimido y arruinado con el invento, le quedaban muchísimos ejemplares. Unos días después Nacho bajó a Valencia a por todos los Locus Solus que tuvieran y durante unos cuantos años los hemos ido distribuyendo en secreto.
-Quién es Sofía Rei -me dijo un día- que me ha pedido un ejemplar, ¿tú le has dicho algo?
Y sí, le había dado la chapa a Sofía en alguna comida, seguro.
A estas alturas de contar creo que ya he decidido aceptar los envites escarpanos, de Roussel descienden el Surrealismo y el Oulipo, que se lo disputaron, influyó en Cortázar y Foucault escribió un libro sobre él, además nosotros tendremos una radio que se llame Locus Solus. No me puedo perder la exposición.
domingo, 5 de febrero de 2012
El homenaje de la pantera.

jueves, 2 de febrero de 2012
Cómo no, Wislawa Szymborska.

Vida: única manera
de cubrirse de hojas,
tomar aliento en la arena,
alzar el vuelo con alas
ser perro
o acariciar su cálido pelaje;
distinguir el dolor
de todo lo que no lo es;
tener lugar en los hechos
meterse en las vistas,
buscar el menor de los errores
Excepcional ocasión
para recordar por un momento
sobre qué se habló
con la lámpara apagada;
y para una vez al menos
tropezar con una piedra,
mojarse con alguna lluvia,
perder la llave en la hierba;
y dirigir la mirada tras una chispa en el viento;
y sin cesar no saber
algo importante.
El poema es deInstante, ed Ignitur. La traducción de Gerardo Beltrán.
miércoles, 1 de febrero de 2012
Agriculturas a lo divino

Puede resultar hasta dañino pensar en frutas a mitad de invierno. En mi memoria las frutas en invierno no eran más que naranjas y las manzanas pedorras del instituto, que sólo servían para simbolizar la eternidad y desatar batallas en la plaza después de la comida. Pero llegaron aires molineros cargados de emanaciones de la casa y me puse a pensar en frutas, “el árbol frutal forma parte de la casa... no es la marca de la ausencia…recordé.
Y lo busqué y releí:
En la exquisitez de sus agriculturas a lo divino, San Francisco de Sales nos toca con su sabiduría, cuando nos recuerda que si en la lasca lunada de una almendra, grabamos un nombre y lo ajustamos de nuevo a su nuez, todo el fruto repetirá el secreto allí impreso.
Un poco más abajo encontré lo que buscaba:
Los cronistas de aguacate llaman pera, sorprendidos de esa mezcla de almendra y de pera, de aceite y de misteriosa linfa. Don Juan Montalvo, le llama con desdén carne de perro vegetal y la rehúsa en sus banquetes. Qué horror. Deslumbra tanto como la piña, aunque su carne es muy a lo humano. Gran asimiladora de la lluvia, la piña se le adelanta por su absorción del rocío del amanecer. Pero hay un rocío de la medianoche, casi lluvia de caladillo, que parece irle derechamente a la entraña del aguacate. Esta natural retorta de almendras, regala todos los días de medio año, el puré cotidiano de lo maravilloso incorporado.
Como esos combates entre divinidades lunares y solares, tan frecuentes en la India, el mango guarda en su corteza como la diversidad de una paleta crepuscular, o unas valvas moluscoidales de amanecer. Medialuna morada, espirales amarillos, crecientes verdeantes, guardan el ofrecimiento de una pulpa solar acompasada. El yodo que decanta, prez de los capilares, está en las muscíneas de los comienzos. Yodo de algas, de estrellas de mar, de holoturias que chillan los bandazos de la marea. Cuando nos enteramos que dio cuatro frutos el primer árbol de mango sembrado, que fueron vendidos a onza cada uno, precisamos la magia equivalente de aquella contratación, un oro de pulpa, que era cambiado por un oro de fiducia. El precio del sabor de este fruto, guarda siempre como la nostalgia de aquella onza. Nuestro gusto paga siempre una onza por este asombro de germen solar.
En un trópico que no es el nuestro, el de Pablo y Virginia, el crecimiento de un árbol es la marca de una ausencia. En el nuestro, el árbol frutal forma parte de la casa, más que del bosque. Forma plena la de la fruta, es la primera lección de clásica alegría. Es un envío de lo irreal, de una naturaleza que se muestra sabia, con un orden de caridad, indescifrable, que nos obliga a ensancharnos. Nos dan esas frutas por la incorporación, una plenitud más misteriosa que la imagen en el camino del espejo. Si tapásemos todos los espejos, por donde transita la muerte, las frutas de nuestro trópico, al volver a los comienzos, alcanzarían la plenitud de su diálogo en ese tiempo mitológico. Son un eco, no descifrable, de la dicha total interpretada. Preludian el árbol que acoge la transparencia del ángel, las conversaciones del hylamhylam con el colibrí.
Corona de las frutas. José Lezama Lima