lunes, 16 de julio de 2007

El pequeño comandante




-Mire, aquí mataron a mi papá, venían a buscarme a mí y no me encontraron. Pero quedó muy lindo, su cabeza cayó sobre una oca blanca, y así lo encontraron.

Era la fiesta de licenciatura de David, el pequeño comandante. Estábamos en su casa, en una sala con sillones de enea con respaldos altísimos que daba al porche. No solo las ocas, las gallinas indias, los perros, los chanchos, los gatos circulaban por la fiesta como si también hubiesen sido invitados. A mitad de la tarde empezó todo el mundo a arreglarse, me llevaron por la parte de atrás de la casa, y la casa seguía y seguía, había un bosque de mangos, muchas macetas, cada lata era convertida en un tiesto, más aves y un riachuelo en el que nos bañamos. Todavía no he asimilado aquel espacio, las casas sin linderos. Amelia también vino a bañarse, pero no recuerdo dónde dejó la metralleta.

David era un héroe en Chalate, a veces he creído verlo retratado en las novelas de Horacio Castellanos Moya, decían que había sido el más rebelde, el más anárquico de los comandantes, por eso lo mandó matar muchas veces la propia guerrilla. También me recordaba aquella novela en la que un guerrillero regresa dos años después con las brigadas de alfabetización a la comunidad dónde pasó la guerra, no lo reconocen, pero por todos los sitios hay leyendas y retratos suyos que lo idolatran. En Las Minas todos creían que David les había salvado la vida.

David compró quinientas manzanas de tierra con su dinero meses antes de que terminara la guerra y las puso a nombre de la comunidad. Cuando se desmovilizaron cada uno recibió cuatro manzanas de tierra, una mesa y seis sillas de hierro floreadas. Juntaron la tierra con la que había antes y compraron también ganado. Así empezó la segunda revolución para David cuyo sueño era dinamizar y unir todas las cooperativas del país.

Durante casi dos años viaje con David y sus guardaespaldas, me convencía su sueño. Amelia, su mujer, siempre se sentaba en las fiestas en un rincón con aquel maletín, la metralleta.

–Baila mujer, -le decía yo-, total si nos atacan ¿tu crees que te va a dar tiempo a montar la metralleta?.

Uno de aquellos años David tuvo doce atentados. Pero la verdad es que yo nunca tuve ni un sobresalto pequeño. Por eso no tenía miedo, porque nunca me pasó nada.

David sabe hablar a la gente. Decían todos. Y era cierto. Recuerdo aquellas reuniones los domingos por la mañana en las que el comandante, vestido de blanco y con su sonrisa plateada, se agachaba, y hablaba quedo, y más alto luego, y volvía a agacharse, y hacía como que aplanaba mucho terreno con las manos. Todos estaban hipnotizados, se quedaban quietas hasta las gallinas indias.

Hoy ha salido David en la conversación, Marisa está en El Salvador con Amanda y seguro que me va a traer noticias suyas. Tengo que seguir pensando en el pequeño comandante, me ha caído en suerte esa encomienda. Hoy he pensado que era un místico, pero luego me he dado cuenta de que quizá también era alguien capaz de matar a sangre fría. Es una historia larga y difícil.
P.D.
-La oca también murió, los enterraron juntos, ahí detras nomasito están, en el patio.
Me dijó también David después, durante el baile.

5 comentarios:

Ababol dijo...

Muy buen post, Marta.
Me ha gustado una enormidad.
Un beso.

Anotherdia dijo...

Lo he disfrutado, una parte me sonaba...y me ha encantado leerlo. Un beso

Ana Pérez Cañamares dijo...

Podría haber seguido leyendo y leyendo sobre David y su mujer y la oca y la mesa y las dos sillas...

Anónimo dijo...

Un relato hermoso de un tiempo doloroso.

Marta Sanuy dijo...

Gracias Isabel. Vos sabes como de duro y doloroso. besicos