martes, 20 de mayo de 2014

Monólogo postneurótico.


Si estuvieramos sanos mentalmente no seríamos personas, seríamos animales, y estaría rebien. Así las cosas la única opción es aprovechar los desajustes.

Rumio todo eso porque acabo de terminar de escribir un artículo en el que me he pegado tres semanas brazeando, vengo pues de muy lejos, y tengo la sensación de que sólamente he escrito un diez por ciento de lo que debiera. Pero rumio eso, sobre todo, porque me cuesta encontrar el camino para volver de la neurosis, aunque sea una asquerosa neurosis filantrocapitalista. Es intensa la impresión de que te aproximas un poco a saber lo que ocurre, es de las que no dejan dormir.

Ve, mira, piensa, te deconstruyes, te reconstruyes, vuelves, me lo cuentas, y te diré quién eres. O algo así me diría el rubio.

Esa flor es un floripundio rojo, huelen de maravilla.  Se me cruzó en otro día entre la ONU y Rockefeler y tanto logró llamar mi atención que buscarla ha sido lo primero que he hecho. Urge que me revegetalice.

sábado, 17 de mayo de 2014

Y la conversación, como un animal caricioso





Acabo de hacer un recesito y he recordado en el balcón lo que decía Chantall Maillard sobre que recitar debe ser decir. Cuando salgo a fumar dejo elegir al azar, pero siempre me acompaña el rumrum de algún poema que aún no he dicho, ni sola, en voz alta, hoy le tocaba otra vez a Lezama.

El esperado

Para José Rey

Al fin llegó el esperado,
se abrieron las puertas de la casa
y de nuevo se encendieron las luces.
Una sombra ligera había repasado
las paredes, que brillaban como ojos metálicos.
El esperado comprobó cada uno de los secretos
que guardaba la casa mágica
llena de los amigos que fueron llegando
para sentarse en torno de los instrumentos
musicales, lentamente comenzaron a sonar.

La conversación, como un animal caricioso
se extendía por la humedad criolla de la noche,
mientras las estrellas nos regalaban sus ojos.
Todos volvimos a penetrar en la casa
y los contentos, villancicos para el niño, las vihuelas
de cordaje dorado, las transfiguraciones
del piano en la esquina silenciosa
nos acariciaban el cabello.
Nos tapaban los ojos
y entrábamos en las promesas
de la tierra lejana,
de la confluencia de los ríos
que se amigan en una noche
igual a todas las noches,
porque en aquella casa, el timbre
amistoso convocaba al castillo
en cuyos secretos duerme una doncella
y despierta en la brevedad
de aquellas noches que traía de nuevo el esperado.
Eran breves aquellas noches,
porque cerrábamos los ojos
y los abríamos en la tierra lejana.
Fuimos pasando de nuevo a la casa.
Éramos los reconocidos de siempre.
Nadie había faltado a la cita.
El clavicémbalo con sus agudos de fuego
nos convertía en momentáneas estatuas
y después nos deshacía
en un agua soterada,
haciéndonos reaparecer de nuevo
en la casa mágica.
La casa iluminada
nos prestaba un sencillo vestigio de la eternidad.
Las tazas de café
se habían convertido en joyas alucinadas,
que regaban la casa de gnomos que se
reían al encontrarse con los conocidos de antaño.
Cada día reconocemos la casa
y volvemos a reunirnos de nuevo en ella
Nada era fantasmal ni borroso,
cada vihuela era reconocida
como el sonido del timbre del amigo que llegaba.


 P.D. Dice el Escarpa que el molino parece un oasis para maquis. Esas luces de colores en medio del monte  transportan bien lejos, y además hubo maquis refugiados en el molino, nos ha contado José.

viernes, 16 de mayo de 2014

¿Sabes de qué me acuerdo?





Me cuesta elegir una canción, las pondría todas porque esta semana he quedado con Javier Losilla que es música: imaginar su enorme pasión ha sido una de mis tareas desde muy pronto. Reconfortaba, reconforta, saber de alguien que escucha un arpegio más y está allá, al fondo.

Si aquella noche de hace treinta años en Carabanchel hubiéramos tenido un aleph desde el que vernos paseando camino de la estación anteayer, yo abrochándome la chaqueta y él hablando de la arena de los frenos de los tranvías, nos hubiésemos sentido bien, muy bien.

Pensé a la vuelta.
En el tren.

Y sigo sin encontrar la canción que es. Después de toda una vida haciendo oreja, ¡hay tantas que pueden ser y no ser!

Claro que entre jóvenes panafricanistas, siempre procede un desert blues.




miércoles, 14 de mayo de 2014

A la recherche des sens perdus


Walker Evans


Cuando utilizo más herramientas literarias es cuando intento narrar hechos documentados.Me he pegado toda la vida decidiendo no escribir ficción, eso por fin está decidido, pero cuesta mucho huir de ella cuando eres consciente de todo lo que implica.

Entonces encontramos una biblia, un diccionario, un reflexionador: "Elogiemos ahora a los hombres famosos" se titula. Me lo recomendó Pepito, y creció tanto que recuerdo a Inés dictándome un texto por teléfono que yo le tecleaba a Blanca.


En una novela, una casa o una persona deben su significado, su existencia, exclusivamente al escritor. Aquí, una casa o una persona sólo tiene su significado más limitado a través de mí: su verdadero significado es mucho más vasto. Es porque existe, vive realmente, como ustedes y yo, y como no puede existir  ningún personaje de la imaginación. Su gran peso, misterio y dignidad residen en este hecho. En cuanto a mí, sólo puedo contar de ella lo que vi, con la exactitud de la que soy capaz en mis términos: y esto a su vez tiene su categoría principal, no en cualquier capacidad mía, sino en el hecho de que yo también existo, no como una obra de ficción, sino como un ser humano. Debido a su peso inconmensurable en la existencia real, y debido al mío, cada palabra que digo de ella tiene inevitablemente una especie de inmediatez, una especie de significado, en absoluto necesariamente "superior" al de la imaginación, sino de una clase tan diferente, que una obra de la imaginación (por muy intensamente que la extraiga de la "vida") sólo puede como máximo imitar débilmente una mínima parte de ella

                                                                                                                            James Agee

¿Vas a conseguir que te crean?





 Después unos cuantas semanas averiguando qué más quieren los ricos de los pobres y revisando los mil disfraces terminológicos que están utilizando para conseguirlo (contaminan terminología  tan impunemente como derraman el petroleo, ¡ no ha hecho más que empezar la charca hedionda que están montado alrededor de la palabra emprender! )

Pues eso, después de unas cuantas semanas rezando no es posible, poniendo al lado los problemas de salud de los Mapuches intoxicados por las petroleras y los anuncios idílicos de Repsol, me acordé de La invasión de los ladrones de cuerpos. Acabo de volver a verla y ha superado con creces la metáfora del comunismo que todos le atribuyeron para convertirse en una película de rabiosa y terrorífica actualidad.

domingo, 11 de mayo de 2014

Menestra para el Maestro.




Salió rebuena la menestra para el maestro, se comió cuatro raciones por lo menos y yo disfruté un montón de ese acto místico de cocinar, que no siempre acontece cuando cocinas. La menestra se disfraza de sencillez, es mate, parece mediocre aún en la fuente, pero es tan sofisticada que obliga a cocer las verduras por separado para que no se mezclen antes de hora los sabores. Sería un desastre que los guisantes se pusieran acibalados con la alcachofa, o que la judía asimilara lo áspero del espárrago. Y así sigue hasta el final la menestra, barroca, hipnótica, exigente con los tiempos, castigadora si te ausentas o improvisas, con momentos álgidos, como el de calcular el pimentón picante o decidir el punto de las patatas fritas.

-Supongo que es sinestesia ¿no? Cuando sé que estoy cocinando bien ni se me ocurre probarlo, manda la mirada asesorada por el olfato, el gusto se destierra.

Le digo.

Y será sinestesia, porque no me replica.

jueves, 8 de mayo de 2014

La tía Pili es omnisciente.




-¿Dónde compraste la última vez el tocino? No trajiste la misma bolsa.

-Joder tía, me siento metida en una policíaca.

-No, si yo no espío,  me doy cuenta de las cosas pero nunca encuentro la finalidad, tranquila.

-El otro día le decía a Concha que no podría esconder un alfiler sin que te dieras cuenta, pero mira, eres la primera persona con la que vivo que no me inspira en algún momento ganas de esconder cosas.

-Gracias. Te recuerdo que los alfileres los tengo que esconder yo, eres tú la que los roba.

miércoles, 7 de mayo de 2014

Hacia la alfarería pasando por el teatro.



Encierro cada planta en un círculo que luego se comunica con el siguiente y el anterior, para que corra el agua, ¡de aquí a la alfarería! -me digo después de culminar la obra hidráulica.

Y hablando de fluir, está fluyendo esta mañana: casi me he sentido una mafiosa tirando de teléfono en el balcón Quería paja, Javi me lleva paja. Gonzalo no podía hacer el cartel, casi mejor, ahí estaba la gran Lujan, con la atención enérgica del que aún está desayunando. Quería que pasara algo en la plaza y dos africanas han pasado rezando en algún idioma armónico -Martita, que me voy a clase de suajili, enseguida vuelvo- me dice dos veces a la semana Tati desde Kivu, que está aquí al lado. No sé nada de teatro, mi pudibundez se pone de punta y me encierro debajo de siete estados, ¿qué mejores iniciadores que Marcos, a quien conocí en una obra sobre el miedo, y Joselín, el chi-clown de la familia? ¡nunca le he dejado enseñarme lo que sabe!

Quería alfarería pero me toca teatro, desorganizado este guión.


El cartel molinero de este año queda así:

Cursos de Verano
Almuñecar-Granada

Primera edición
2-6 de julio
Segunda edición
9-13 de julio
Tercera edición
16-20 de julio
Cuarta edición
27-31 de agosto
Quinta edición
3-7 de septiembre.


Espacio y tiempo para la creación.

-Talleres Prácticos de narrativa y Prácticas de escritura dramática.

-Microrrelato y microteatro.

-Taller de chi-clown


Profesores:

Ester Berdor
Marta Sanuy
Marcos García Barrero
José Sanchez Miranda



lunes, 5 de mayo de 2014

¿Otro zapote, Enriqueta?





  

A mitad de mañana me ha perseguido Lezama con un cantadito.

Pepito, Pepito
si sigues jugando
te voy a meter
un pellizquito
que te va a doler

Ya que me acercaba me he quedado leyendo alambicados manjares criollos y de cuando el Coronel, henchido por el olor de un melón, abofetea al insustituible cocinero Izquierdo.


"Se acercaba el Coronel tarareando los compases de La Viuda Alegre, “al restaurant Maxim de noche siempre voy”, con el mismo gesto de la burguesía situada en un can can pintado por Seurat. Traía en el arco de su mano izquierda un excepcional melón de Castilla. Al acercarse contrastaba el oliva de su uniforme con el amarillo yeminal del melón, sacudiéndolo a cada rato para distraer el cansancio de su peso, entonces el melón se reanimaba al extremo de parecer un perro (…) El melón debajo del brazo era uno de los símbolos más estallantes de uno de sus días redondos y plenarios. Pasó rápido frente a su casa, para evitar el cuidado de los saludos del ceremonial y las señas y cumplidos que se abrían delante de su cargo. A paso de carga se dirigió al comedor, puso el melón de Castilla sobre la mesa y con su cuchillo de campaña le abrió una ventana a la fruta, empezando a sacar con la cuchara de la sopa lo que él llamaba “la mogolla”, “lo mogollante”, volcando sobre el papel de periódico gran cantidad de hilachas y semillas que atesoraba el melón. Con el cucharón, una vez limpia la fruta y ostentando su amarillo perfumado, la empezó a llenar de trocitos de hielo, mientras el olor natural del rocío que despedía la fruta se apoderó de todo el comedor. En esos momentos llegó la señora Rialta, y casi al oído le hizo el relato de lo sucedido con el mulato Izquierdo, cocinero de chaleco blanco y leontina de plata fregada. Sin perder la alegría que traía, y sin que el relato lograra inmutarlo, se dirigió a la cocina. Izquierdo, hierático como un vendedor de cazuelas en el Irán, adelantaba la sartén sobre el hornillo. Cuando se fijó en el Coronel, sumó en sus mejillas otra sensación: caían sobre sus mejillas cuatro bofetadas sonadas con guante elástico, hecho para caer sobre la mejilla como un platillo de cobre.-No haga eso Coronel, no haga eso Coronel, -repetía el mulato, mientras toda su cara se metamorfoseaba en gárgola comenzaba a lanzar lágrimas por las orejas, por la boca, corriendo por las narices como un hilillo olvidado. -Largo de ahí, váyase ahora mismo-le decía el Coronel, señalando hacia la espesa noche sostenida por el centinela del fondo de la casa. Izquierdo se puso el saco, no tan blanco como el chaleco, y se fue ocultándose al pasar frente al centinela como quien abandona un barco, como quien visita la casa vieja al día siguiente de la mudanza. Su cara de mulato, ablandada por las lágrimas, al desaparecer se había transfigurado en la humedad blanda de la noche.

Se probaron nuevos cocineros. Fracasos. Levantarse de la mesa decepcionados sin deseos de ir a la playa. El gallego Zoar aconsejado por la señora Augusta, fracasó al presentar unas julianas carbonizadas como cristalillos de la era terciaria. Truni, paseando por la cocina de prisa, queriendo terminar un punto macramé, aconsejada por la señora Rialta fracasó en un conteo equivocado de raciones de platos sustitutos, como huevos fritos, con miedo a la astilla de manteca que le quemase un ojo, friendo con agua del filtro, en cuya etiqueta de marca Chamberlain saludaba a Pasteur. El nuevo cocinero, temeroso a cada instante de ser despedido, miraba con sus ojos de negro ante los fantasmas, si el plato había fracasado. Y exclamando a cada fracaso: Así me lo enseñaron a hacer a mí, en la otra casa les gustaba así. La casa se desazonaba. La tarde fabricaba una soledad, como la lágrima que cae de los ojos a la boca de la cabra. Y el recuerdo de aquellos sucesos desagradables, de los que nadie hablaba, pero que latían por la tierra, debajo de la casa. La lágrima de la cabra de los ojos a la boca. La cara ablandada del mulato, sobre la que caía la lluvia; la lluvia ablandando la cara de los pecadores, dejando una noche de grosero rocío que enfriaba el cuchillo, haciendo que el centinela se enrollase toda la noche en sus mantas, o que el gallego Zoar se levantase cuando el mismo frío le exacerbaba el olvido, para cerrar cien veces la ventana"

Capítulo I