sábado, 17 de mayo de 2014

Y la conversación, como un animal caricioso





Acabo de hacer un recesito y he recordado en el balcón lo que decía Chantall Maillard sobre que recitar debe ser decir. Cuando salgo a fumar dejo elegir al azar, pero siempre me acompaña el rumrum de algún poema que aún no he dicho, ni sola, en voz alta, hoy le tocaba otra vez a Lezama.

El esperado

Para José Rey

Al fin llegó el esperado,
se abrieron las puertas de la casa
y de nuevo se encendieron las luces.
Una sombra ligera había repasado
las paredes, que brillaban como ojos metálicos.
El esperado comprobó cada uno de los secretos
que guardaba la casa mágica
llena de los amigos que fueron llegando
para sentarse en torno de los instrumentos
musicales, lentamente comenzaron a sonar.

La conversación, como un animal caricioso
se extendía por la humedad criolla de la noche,
mientras las estrellas nos regalaban sus ojos.
Todos volvimos a penetrar en la casa
y los contentos, villancicos para el niño, las vihuelas
de cordaje dorado, las transfiguraciones
del piano en la esquina silenciosa
nos acariciaban el cabello.
Nos tapaban los ojos
y entrábamos en las promesas
de la tierra lejana,
de la confluencia de los ríos
que se amigan en una noche
igual a todas las noches,
porque en aquella casa, el timbre
amistoso convocaba al castillo
en cuyos secretos duerme una doncella
y despierta en la brevedad
de aquellas noches que traía de nuevo el esperado.
Eran breves aquellas noches,
porque cerrábamos los ojos
y los abríamos en la tierra lejana.
Fuimos pasando de nuevo a la casa.
Éramos los reconocidos de siempre.
Nadie había faltado a la cita.
El clavicémbalo con sus agudos de fuego
nos convertía en momentáneas estatuas
y después nos deshacía
en un agua soterada,
haciéndonos reaparecer de nuevo
en la casa mágica.
La casa iluminada
nos prestaba un sencillo vestigio de la eternidad.
Las tazas de café
se habían convertido en joyas alucinadas,
que regaban la casa de gnomos que se
reían al encontrarse con los conocidos de antaño.
Cada día reconocemos la casa
y volvemos a reunirnos de nuevo en ella
Nada era fantasmal ni borroso,
cada vihuela era reconocida
como el sonido del timbre del amigo que llegaba.


 P.D. Dice el Escarpa que el molino parece un oasis para maquis. Esas luces de colores en medio del monte  transportan bien lejos, y además hubo maquis refugiados en el molino, nos ha contado José.

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