jueves, 12 de abril de 2012
Mensaje
miércoles, 11 de abril de 2012
A la Recherche del tamaño de la infancia.

martes, 3 de abril de 2012
Sobre la infancia, la imaginación y los juegos de ponerse límites

viernes, 30 de marzo de 2012
miércoles, 28 de marzo de 2012
Hallazgo

Algunas chorradas personales y una alerta sobre el deseo de privatizar el lenguaje.

Ayer, después de unas semanas de total vagabundaje y celebración ininterrumpida de la amistad, con bastantes de los importantes y en lugares diversos, antes de volver a casa para quedarme y hacer la digestión fui a Antígona con Inés, que ha venido a pasar unos días. Estando allí llamó Javier, y ya que seguía andando el carro de las afinidades, y como nunca es conveniente detenerlo, comimos con él en su barrio.
Después de tanto cariño hay que volver a casa bien pertrechada, con la confianza de que el mejor plan posible es el sofá y el silencio, y para garantizarlo no hay nada mejor que pasar la mañana escarbándole las estanterías a Pepito. Encontré la edición en Espiral de Magia Cotidiana, de André Bretón. Hay libros de los que le cuesta desprenderse, que era el primer libro que él había comprado a los diecisiete y ya no quedaban, me contó. Y es que cuando te llevas una de sus joyitas Pepe se pone alegre y triste a partes iguales.
Suele funcionar el azar cuando se está atento, nada más abrir el libro leí:
“…en cuanto a Gide-se resume así: es un brillante espécimen de una especie que nosotros, los surrealistas, no hemos dejado nunca de esperar que ha caducado: la del literato profesional, es decir, el individuo perpetuamente alampado de necesidad de escribir, de ser leído, traducido, comentado, del individuo convencido de que podrá con nosotros, de que podrá con la posterioridad a fuerza de abundancia, con tal de que la abundancia no excluya la calidad del estilo. Para esta clase de gentes, cualquier pretexto es bueno-y hasta la falta de pretexto-para agarrar una pluma. Yo confieso que, para mí, esto está en las antípodas de la vida. Pensad en la suficiencia o en el irracional optimismo que se necesita par pretender hasta ese punto interesar al universo por todo lo que le atañe a uno”
En los últimos meses me he encontrado con algunos que creen que les pertenece el lenguaje escrito y hasta lo verbalizan, lo dicen porque no pueden más. ¡Qué va a ser de las prerrogativas que se otorgaron a sí mismos con esta avalancha de intrusos!
Me produce tristeza el desprecio a todos los demás, es un espectáculo lamentable, sobre todo cuando se ha convertido en un hábito mental.

Encontré la foto de Pepito y Julia por ahí, y no recuerdo donde.
martes, 27 de marzo de 2012
Cuánta amistad es necesaria para poder pensar en solitario y una foto.
lunes, 26 de marzo de 2012
texto de antonio: presentación de prótesis en zeta

Este libro, Prótesis, de Pepe Maiques llega de improviso tras el volumen colectivo, Piedra, papel, tijera, perpetrado junto a otros dos cuatreros, Mariano y Òscar. Este libro rojo es ya de plenitud tras esos poemas primerizos o de juventud de hace cuatro años. Los libros de texto dirán que a partir de aquí, Maiques entró en la repetición y la decadencia, así que aprovechen para leer este magnífico poemario, nacido al calor, mejor al frío de una vida que puede ser la de cualquiera, vida a veces con gran amor, a veces con desolación.
Se ha comparado, a veces, la poesía con el juego, por esa característica de suspender el tiempo y la realidad cotidianos, pero se ha de decir también que es un juego muy serio. Sí, manipular las palabras, buscando melodía y sentido, es la raíz de la poesía, y no importa desconocer posibles referentes o datos biográficos. Los detalles que importan están aquí, en los poemas y en el rotundo título. Así debemos seguir estos poemas, estas migas de pan, y nosotros a solas con el libro. Deslizo la palabra exorcismo, aparece la purga del corazón y prefiero no saber más.
Para mí leer estos poemas ha sido una experiencia en su sentido etimológico: pasar por peligros. Como lector atraviesas parajes rurales y urbanos acompañando a una voz muy escondida que lo ha pasado y pasa mal. Por esto, quizás, el lector se siente enseguida solidario con el solitario ser que respira y se duele en los poemas, acabando con una sensación también de dolor que se transforma en sufrimiento. Lo que parecía una ventana desde la cual vemos a un ser sufriente termina siendo un espejo. El dolor, dicen, es particular e íntimo, pero el sufrimiento es comunitario, colectivo.
La selección de palabras, metáforas y también la disposición o construcción internas provocan en el lector una primera sorpresa, que se convierte al avanzar en una cariñosa compañía aun en el dolor y en el esfuerzo por sobrevivir. En constante paradoja, lo terrible se conjuga con un enorme calor. Como si la voz nos acompañara cogida del brazo y mostrara los paisajes de la soledad y del derrumbe particular y colectivo. Sí, es y ha sido duro, pero mira qué bien estamos yo leyendo y tú, al fondo, habiendo escrito.
La materia es lo que todo poeta usa para expresar, sacar fuera, el mundo interior en perpetua comunicación y esta mecánica habitual se refuerza de tal manera, que a los pocos poemas, los objetos y los colores crean un mundo propio y con denuedo avanzamos entre abrojos, óxidos y desechos, también casi masticando una arena que se repite y se repite (Ana M. me lo chivó: sigue el rastro de la arena).
Sigo el libro linealmente, dejadme explicar lo imposible, la poesía. Ya lo dijo el filósofo: de lo que no se puede hablar, mejor es irse de bares. Pero yo sigo.
Carne, sombra, error, piel, adentro, tendones de sal, costra en las rodillas: es el inicio, la infancia, me parece: instantáneas difíciles de captar, porque de lo individual salta a lo universal, como en los buenos libros.
La materia amenaza convertida en trasunto de la vida interior (‘astillas de vidrio hundidas en la nuca’) y ya solo queda ‘esperar otra tarde sin ventanas’ entre ‘el sonido de una esponja metálica’ y ‘un pájaro de lata’ (aquí recuerdo que aplaudí con las orejas al autor).
En el libro las palabras pesan mucho, cada una de ellas, su presencia es inquietante y hasta los sintagmas emiten señales de duelo por acumulación, con esa curiosa manera de nombrar sin comas, y así acogotan, en el buen sentido:
Sangre bondad caricia
Si estamos ante un naufragio, vamos todos en él, vamos todos a subir la roca con ‘lluvia de musgo sólido’, y en mitad del camino-libro nos invita a ‘hablar de lo que nos atañe’ y nos arrastra hacia la segunda parte. En una lucha sin nombre estamos todos, “peces perdidos / dentro de la piedra” y vemos cómo “se encarama el náufrago afuera en la noche / para subir a pulso la roca sin edad”, nosotros, “ligera multitud asomando sobre el tiempo / encendido”. Delgado hilo narrativo, ese naufragio, esa ascensión de todos para salvarnos.
Lo que nos atañe es el tiempo comunitario, una vida en la Historia de todos, “un arañazo en medio / de la nada”, “un espejismo mordido de alquitrán” “en un creciente solar de la memoria deportada”, esa dura realidad que respiramos es sutura abierta, así nos lanza el autor al comienzo de la segunda parte del libro.
Aparece una gota de esperanza: “edad de hierro amor paciencia en hueso” y en el enorme poema de la página 52 “un terco amor rodea sufrimientos”: de esta manera y aunque es de noche “todos los gatos son /santos”. De nuevo, aplaudí con las orejas.
Todo lo que se presenta bajo apariencia de noche, silencio, ruptura, separación y derrota también se conjuga con ‘hebra de paraíso’, pero por ahora este se esconde; estos poemas del inicio de la segunda parte son más tercos, más agudos y su lectura en voz alta multiplica el sentido al sumar música y ritmo mental.
Ejemplo el enorme poema de la página 55: la r y la s suenan como silbidos y roeduras, sonidos que se llaman unos a otros en un juego muy serio de asociaciones, ese inicio y ese final, uf, lo leo ahora…(lectura p. 55).
En todo el libro los nombres suelen carecer de artículos y la gramática dice que así amplían su universalidad de significado; aquí, en donde la materia y los sentimientos alcanzan máxima potencia y eliminan toda delimitación, están dispuestos para transmitir más intensidad: ‘mudanza arranca luz’ y muchos más, marca de la casa.
Aunque quiere el yo que sus poemas sean arena, tierra yerma como el mundo (“desde aquí puede oírse / cómo palpita la boca turbia del poema/ la lengua calcinada de la tierra que habla”), hay una lucha por superar el dolor de forma colectiva: la vida aprisionada se levanta “harta de sufrimiento” dice, todos con “desamor en la lengua”, y al modo de Quevedo estamos aquí para “sobremorir”.
Vamos acabando el libro y el sufrimiento se hace extensivo, “cualquier barrio decrépito/ es el mundo”. Se convoca a todos, a los que padecen con “desamor/ en su lengua”, ahí es nada y se queda el autor tan tranquilo.
Al final, en las dos últimas páginas, el autor da todo, la sorpresa es máxima, así como el riesgo léxico. Si no, quién puede poner juntas las palabras “polen e hidráulica” con “nostalgia”.
Volvemos al dolor, todos rodeados de “violentas moquetas”. Quizás todos juntos, haciéndonos compañía con esos miles de dolores pequeños. Me quito el sombrero y el cráneo, Pepe.
Antonio Ezpeleta
miércoles, 21 de marzo de 2012
+ Carson McCullers
lunes, 19 de marzo de 2012
Pánico en los mayos

Disfruto mucho conduciendo, y más si voy sola, es como meterme en una capsula en la que todos los paisajes y los tiempos se entremezclan, me oxigena ese totum revolutum. O bien podría decir que pienso clarito en el coche, para pensar así me resulta imprescindible poder gritar si es necesario, pero, sobre todo, necesito imaginar las réplicas de mi copilota vital que, menos mal, siempre se deja la Imago en el asiento de al lado. Con frecuencia, cuando paro a tomar un café en una gasolinera, me siento alguien con una biografía recién reordenada a quien no me desagradaría conocer.
Pero tengo un excedente de pánico acumulado que encuentra en los viajes su punto de fuga.
El sábado subí a Riglos a cenar, no miré el mapa. Las chicas me habían estado repitiendo por donde tenía que ir los días del congreso, así que, sin titubear, me dirigí hacia Ayerbe disfrutando de ese misterio que comparten las carreteras comarcales por la noche, degustando veintiocho kilómetros que podían estar en Andalucía, en la Panamericana o en Asturias. Haciendo otra vez balance de las expectativas que impulsaron los otros viajes. Pero creo que me relajé más de la cuenta, porque fue mirar el reloj, eran las ocho y veinticinco, pensar “cinco minutos me quedan” y entrar en dos agujeros negros; el de la duda y el de una carretera de montaña.
Una vez abierta la espita del pánico, y por injustificado que sea, no hay quien pare la hemorragia. Me estaba diciendo en voz alta “siempre te pasa esto y te sales en la anterior” cuando se encendió la luz de la reserva por la inclinación, para hacer más miedo, y sentí sobre el coche la sombra de los Mayos, aunque podía ser la de las nubes de la tormenta o la de un túnel. Dejé de preguntarme cual era cuando desemboqué en un puente de hierro despintado que parecía que te cruzaba a otro tiempo y donde el único cartel decía “prohibido camiones” . No fueron muchos, unos quince kilómetros a veinte, que me parecieron miles, hasta que llegue a una encrucijada en la que había luces. Casi me subo a San Juan de la Peña, pero dí la vuelta a tiempo y encontré a un paisano que parecía salido de Oregón televisión y que me dijo:
-A Riglos vas, pues vas de culo. Y eres de Zaragoza, Me cago en san dios, anda que la lleváis buena. Con el rato que llevas rodeando los Mayos. Y lo que se ven.
