jueves, 12 de abril de 2012

Mensaje




Entonces Barco dijo que la inclinación al humor siempre echaba todo a perder y que, al fin de cuentas, el contenido del mensaje no importaba, que lo fundamental era el mensaje mismo, porque lo importante de un mensaje no era lo que decía sino su facultad de revelar que había hombres dispuestos a escribir mensajes. Dijo que si un mensaje le daba tanta importancia al contenido no era en realidad un mensaje sino una simple información. "Lo mejor que puede decir un mensaje", dijo Barco,"es justamente, mensaje". Por lo tanto, aun cuando todo parece indicar que debiéramos escribir ¡Socorro!, propongo que escribamos Esto es un mensaje o lisa y llanamente mensaje.

Juan José Saer Cuentos completos.


miércoles, 11 de abril de 2012

A la Recherche del tamaño de la infancia.


“He intentado pensar en las cosas que tengo olvidadas y que están junto a las que recuerdo” había escrito Chesterton, y me pareció un buen propósito así que yo también lo intenté.
En realidad había empezado a intentarlo antes, el día que llego Tati en tren y nos sentamos a tomar un café en la terraza del que fue el bar de mis padres, en la puerta de la zapateria de mi tía y la casa en la que crecí, y todo me pareció muy pequeño.
Por eso la frase me deslumbró después, al día siguiente, y dicho y hecho, me puse a buscar.
Entre las cosas olvidadas encontré la escalera de caracol que subía al altillo de madera y que fue la imagen que acudió a mi cabeza cuando leí El Aleph, porque uno se apaña con las imágenes que tiene. Y apareció el altillo, lleno de cajas de zapatos en las que escondíamos nuestros tesoros, y ésta es la primera vez que me imagino cuántos botones, trozos de puzzle, cacerolitas, frasquitos y caramelos terminarían en casa del que sólo había ido a comprar un par de zapatillas. También recordé el orden en que se almacenaban los zapatos y el trabajo en equipo de subir y bajar los de verano o los de invierno. Volví a ver a la tía Emma, joven, leyendo Andalán, señalando cabreada un artículo con el dedo. Aquel lugar, eso yo no lo sabía entonces, era el hervidero político local. Y recordé minuciosamente la puerta de hierro pintada de negro y descascarillada. Y los coches rotos de mi padre aparcados enfrente, el pitido del tren, la bata blanca de la escuela, las coletas, y la luz, sobre todo la luz de todas las estaciones sobre la zapateria. Hasta he soñado con ella, me siento atrapada haciendo balance, vi el local tan pequeñ que me pareció una ofensa y necesito que recupere el tamaño real enumerando lo que había dentro.

martes, 3 de abril de 2012

Sobre la infancia, la imaginación y los juegos de ponerse límites



Días y días de lecturas mediocres quedan justificados cuando encuentro una o dos páginas de esas que me hacen dejar el libro y salir a dar un paseo.
Chesterton, como acostumbra, me conduce por un sendero iluminado amablemente a una conclusión polémica e inesperada. En este caso la justificación de su nacionalismo. Pero el camino me ha resultado delicioso, y el tema de la limitación y la creación es de mis preferidos.
A la vuelta del otro paseo, lluvioso, no he podido evitar ponerme copista.
Que aproveche:
"Me he peleado un par de veces con hombres mejores que yo, entusiastas de esa fantasía pueril sobre la realidad de la fantasía del niño. En primer lugar disiento de ellos cuando tratan la imaginación infantil como una especie de sueño; en cambio, yo la recuerdo como un hombre que sueña recordaría el mundo en que estaba despierto. En segundo lugar, niego que los niños hayan sufrido bajo la tiranía del cuento moral. Recuerdo muy bien la época en que la tiranía más espantosa hubiera sido arrebatarme aquellos cuentos morales. Y para aclarar esto, he de contradecir otra de esas conjeturas comúnmente aceptadas en la descripción romántica del amanecer del la vida. El asunto no es muy fácil de explicar; en realidad, he pasado la mayor parte de mi vida intentando explicarlo sin éxito. En cuanto al arsenal de libros mal construidos en lo que fracasé totalmente, no deseo detenerme, aunque tal vez, como definición general, podría resultar útil; y si no como definición, al menos como sugerencia. Desde el principio, me di cuenta-primero vagamente y luego, cada vez con más claridad-que la libertad se concibe como algo que simplemente funciona hacia fuera, mientras que para mí siempre fue algo que funcionaba hacia dentro.
La descripción poética de los primeros sueños de la vida suele ser una descripción del simple deseo de horizontes cada vez más amplios. Se supone que la imaginación se proyecta hacia el infinito, a pesar de que en ese sentido el infinito sea lo opuesto a la imaginación, porque la imaginación funciona siempre con imágenes. Y, por naturaleza, una imagen es algo que tiene un perfil y por tanto un límite. Sostengo, por paradójico que pueda parecer, que el niño no desea simplemente lanzarse por la ventana, volar por los aires o hundirse en el mar. Cuando desea ir a otros lugares, lo deseado siguen siendo lugares en los que nadie haya estado nunca. Pero en realidad, el asunto es aún más complicado. A la luz de los hechos, está claro que el niño está enamorado de los límites. Utiliza su imaginación para inventar límites imaginarios. Ni la niñera ni el ama de llaves le han dicho nunca que tenga el deber moral de pisar las losas alternas del pavimento. Deliberadamente, él elimina del mundo la mitad de las losas del pavimento para divertirse con el reto que se lanza a sí mismo. Practiqué ese juego con todas las esteras, tarimas y alfombras de la casa, y aun a riesgo de que me encierren por ello, he de admitir que aún sigo practicándolo. En ese sentido, siempre he tratado de recortar el espacio que realmente tenía a mi disposición; he intentado dividir y subdividir en esas felices prisiones la casa que podía recorrer con absoluta libertad. . Creo que en este capricho psicológico hay una verdad sin la cual el mundo moderno está perdiendo su principal oportunidad. Si observamos nuestros cuentos infantiles predilectos, o si por lo menos tenemos paciencia para releerlos, nos damos cuenta de que sostienen este punto de vista, a pesar de que durante mucho tiempo se haya pensado que apoyaban el punto de vista contrario. El encanto de Robinson Crusoe no está en que logre encontrar el camino hasta una remota isla, sino en que no puede encontrar el modo de salir de ella. Esto es lo que dota de interés y emoción a todas sus posesiones en la isla: el hacha, el loro, las armas y el pequeño depósito de grano. La historia de La Isla del Tesoro no es el testimonio de un vago deseo de embarcarse en un viaje por motivos de salud. Termina donde empezó, y empezó con Stevenson dibujando un mapa de la isla con todas sus bahías y cabos, recortados tan nítidamente como si fuera una greca. Y el eterno interés que despierta el Arca de Noé, considerada como un juguete, se debe a que transmite la idea de solidez y aislamiento, de criaturas fantásticas y lejanas entre sí, encerradas juntas en una caja, como si se le hubiera encargado a Noé que metiera la luna y el sol en su equipaje. En otras palabras, es exactamente el mismo juego que yo practicaba cuando apilaba todo lo que quería en un sofá e imaginaba que la alfombra que tenía a mi alrededor era el mar.
Este juego de ponerse límites es uno de los placeres secretos de la vida. Como dicen los manuales sobre este tipo de entretenimientos, se puede jugar de varias formas. Una buena forma de jugar es mirar la estantería de libros más cercana y preguntarse si uno se divertiría suficientemente con esa colección aleatoria de libros en el caso de no tener otros. Pero el elemento dominante es siempre ese principio de división y restricción que comienza como el niño jugando con las losas del pavimento. Insiste en esto porque, en lo que a mí respecta, debe entenderse como algo auténtico y firmemente arraigado si pretendo que tengan sentido el resto de opiniones que he expuesto sobre este asunto. Si alguien dice que he basado mi filosofía social en los juegos de un niño, estoy dispuesto a inclinar la cabeza en señal de asentimiento y sonreír.
Es importantísimo insistir en que no sé con exactitud en qué momento de mi infancia o de mi juventud la idea se consolidó como una especie de patriotismo local. Por su propia naturaleza (o quizá por algo mejor), un niño tiene la idea de fortificar y defender las cosas,; la idea de decir que es el rey del castillo, pero, sobre todo, de alegrarse de que el castillo sea tan pequeño. Pero como mi tesis sostiene que hay algo muy real detrás de todos esos primeros movimientos de la mente, no creo que me sorprendiera descubrir que este instinto se correspondía con una idea. Por una curiosa coincidencia en mi vida, acababa de nacer en mí algo parecido a una idea personal cuando descubrí que se afianzaba y sostenía en una idea colectiva. Si desde entonces he recurrido a las ideas colectivas, es decir, a lo que está fuera de mí, he intentado también explicar que lo más importante de todo aquello ya estaba en mi interior desde hacía mucho tiempo; tal vez desde mucho antes de que yo me diera cuenta."
G.K.Chesterton Autobiografía
Robert-Delaunay

viernes, 30 de marzo de 2012

+++Julio Reija


¡Y aún no lo conozco!

miércoles, 28 de marzo de 2012

Hallazgo


de antes de irme a dormir, en el blog de María Salgado


si en los jardines donde habita / no me dejan ver a mi dueño / en los jardines del sueño / nos daremos una cita

Ibn Darray al-Qastalli (Cazalilla, Jaén, 958-Denia, Alicante, 1030)

La escultura es de Constantin-Brancusi

Algunas chorradas personales y una alerta sobre el deseo de privatizar el lenguaje.




Ayer, después de unas semanas de total vagabundaje y celebración ininterrumpida de la amistad, con bastantes de los importantes y en lugares diversos, antes de volver a casa para quedarme y hacer la digestión fui a Antígona con Inés, que ha venido a pasar unos días. Estando allí llamó Javier, y ya que seguía andando el carro de las afinidades, y como nunca es conveniente detenerlo, comimos con él en su barrio.

Después de tanto cariño hay que volver a casa bien pertrechada, con la confianza de que el mejor plan posible es el sofá y el silencio, y para garantizarlo no hay nada mejor que pasar la mañana escarbándole las estanterías a Pepito. Encontré la edición en Espiral de Magia Cotidiana, de André Bretón. Hay libros de los que le cuesta desprenderse, que era el primer libro que él había comprado a los diecisiete y ya no quedaban, me contó. Y es que cuando te llevas una de sus joyitas Pepe se pone alegre y triste a partes iguales.

Suele funcionar el azar cuando se está atento, nada más abrir el libro leí:

“…en cuanto a Gide-se resume así: es un brillante espécimen de una especie que nosotros, los surrealistas, no hemos dejado nunca de esperar que ha caducado: la del literato profesional, es decir, el individuo perpetuamente alampado de necesidad de escribir, de ser leído, traducido, comentado, del individuo convencido de que podrá con nosotros, de que podrá con la posterioridad a fuerza de abundancia, con tal de que la abundancia no excluya la calidad del estilo. Para esta clase de gentes, cualquier pretexto es bueno-y hasta la falta de pretexto-para agarrar una pluma. Yo confieso que, para mí, esto está en las antípodas de la vida. Pensad en la suficiencia o en el irracional optimismo que se necesita par pretender hasta ese punto interesar al universo por todo lo que le atañe a uno”

Paré al final del párrafo para acordarme de Juan Rulfo, que interrogado sobre qué sentía cuando escribía respondió sin titubear: Culpabilidad. A mi me pasa lo mismo y uno, que me conocía bien y me quiere mal, me lo acababa de recordar.

En los últimos meses me he encontrado con algunos que creen que les pertenece el lenguaje escrito y hasta lo verbalizan, lo dicen porque no pueden más. ¡Qué va a ser de las prerrogativas que se otorgaron a sí mismos con esta avalancha de intrusos!

Me produce tristeza el desprecio a todos los demás, es un espectáculo lamentable, sobre todo cuando se ha convertido en un hábito mental.






Encontré la foto de Pepito y Julia por ahí, y no recuerdo donde.

martes, 27 de marzo de 2012

Cuánta amistad es necesaria para poder pensar en solitario y una foto.


Me gusta mucho esta foto. Me gustan los fines de fiesta, aunque sean en un Palacio Episcopal. Cuando ya estamos cada uno a lo nuestro y sigue el placer de estar juntos. Fabi mira pensar a Pepe. Almudena sopla el té. Alfredo y Nacho se hunden un poco en el sillón. Óscar hace la foto y Lourdes lee algo mientras Eusebio la mira por encima del hombro. El edificio se refleja en la ventana y Antonio y yo seguimos una conversación que empezó hace nada menos que veintiocho años.

Pepito, Julia, Encarna, Zoe, y sobre todo Eloy que ya se habia quedado sin bombas fétidas y sin petardos, también estaban, aunque no salen.

El título es de Canetti.

lunes, 26 de marzo de 2012

texto de antonio: presentación de prótesis en zeta



Las deliciosas sincronías: estaba a punto de pedírselo para pegarlo aquí cuando lo han publicado los soperos y les he copiado la entrada entera.

Este libro, Prótesis, de Pepe Maiques llega de improviso tras el volumen colectivo, Piedra, papel, tijera, perpetrado junto a otros dos cuatreros, Mariano y Òscar. Este libro rojo es ya de plenitud tras esos poemas primerizos o de juventud de hace cuatro años. Los libros de texto dirán que a partir de aquí, Maiques entró en la repetición y la decadencia, así que aprovechen para leer este magnífico poemario, nacido al calor, mejor al frío de una vida que puede ser la de cualquiera, vida a veces con gran amor, a veces con desolación.

Se ha comparado, a veces, la poesía con el juego, por esa característica de suspender el tiempo y la realidad cotidianos, pero se ha de decir también que es un juego muy serio. Sí, manipular las palabras, buscando melodía y sentido, es la raíz de la poesía, y no importa desconocer posibles referentes o datos biográficos. Los detalles que importan están aquí, en los poemas y en el rotundo título. Así debemos seguir estos poemas, estas migas de pan, y nosotros a solas con el libro. Deslizo la palabra exorcismo, aparece la purga del corazón y prefiero no saber más.

Para mí leer estos poemas ha sido una experiencia en su sentido etimológico: pasar por peligros. Como lector atraviesas parajes rurales y urbanos acompañando a una voz muy escondida que lo ha pasado y pasa mal. Por esto, quizás, el lector se siente enseguida solidario con el solitario ser que respira y se duele en los poemas, acabando con una sensación también de dolor que se transforma en sufrimiento. Lo que parecía una ventana desde la cual vemos a un ser sufriente termina siendo un espejo. El dolor, dicen, es particular e íntimo, pero el sufrimiento es comunitario, colectivo.

La selección de palabras, metáforas y también la disposición o construcción internas provocan en el lector una primera sorpresa, que se convierte al avanzar en una cariñosa compañía aun en el dolor y en el esfuerzo por sobrevivir. En constante paradoja, lo terrible se conjuga con un enorme calor. Como si la voz nos acompañara cogida del brazo y mostrara los paisajes de la soledad y del derrumbe particular y colectivo. Sí, es y ha sido duro, pero mira qué bien estamos yo leyendo y tú, al fondo, habiendo escrito.

La materia es lo que todo poeta usa para expresar, sacar fuera, el mundo interior en perpetua comunicación y esta mecánica habitual se refuerza de tal manera, que a los pocos poemas, los objetos y los colores crean un mundo propio y con denuedo avanzamos entre abrojos, óxidos y desechos, también casi masticando una arena que se repite y se repite (Ana M. me lo chivó: sigue el rastro de la arena).

Sigo el libro linealmente, dejadme explicar lo imposible, la poesía. Ya lo dijo el filósofo: de lo que no se puede hablar, mejor es irse de bares. Pero yo sigo.

Carne, sombra, error, piel, adentro, tendones de sal, costra en las rodillas: es el inicio, la infancia, me parece: instantáneas difíciles de captar, porque de lo individual salta a lo universal, como en los buenos libros.

La materia amenaza convertida en trasunto de la vida interior (‘astillas de vidrio hundidas en la nuca’) y ya solo queda ‘esperar otra tarde sin ventanas’ entre ‘el sonido de una esponja metálica’ y ‘un pájaro de lata’ (aquí recuerdo que aplaudí con las orejas al autor).

Es menester destacar que hay un yo que no dice yo, quien se esconde tras la expansión de las cosas; a veces es un tú, ‘tu grotesco esqueleto’. Y si escapa de la confesión fácil es porque desplaza lo íntimo al exterior y todo queda tocado por el sufrimiento: ‘la costa enferma tiembla sigue aquí’.

En el libro las palabras pesan mucho, cada una de ellas, su presencia es inquietante y hasta los sintagmas emiten señales de duelo por acumulación, con esa curiosa manera de nombrar sin comas, y así acogotan, en el buen sentido:

Sangre bondad caricia
Edad de hierro amor paciencia en hueso
Médula savia líquida habitación adentro
Balcón peso roedura o deleite

Si estamos ante un naufragio, vamos todos en él, vamos todos a subir la roca con ‘lluvia de musgo sólido’, y en mitad del camino-libro nos invita a ‘hablar de lo que nos atañe’ y nos arrastra hacia la segunda parte. En una lucha sin nombre estamos todos, “peces perdidos / dentro de la piedra” y vemos cómo “se encarama el náufrago afuera en la noche / para subir a pulso la roca sin edad”, nosotros, “ligera multitud asomando sobre el tiempo / encendido”. Delgado hilo narrativo, ese naufragio, esa ascensión de todos para salvarnos.

Lo que nos atañe es el tiempo comunitario, una vida en la Historia de todos, “un arañazo en medio / de la nada”, “un espejismo mordido de alquitrán” “en un creciente solar de la memoria deportada”, esa dura realidad que respiramos es sutura abierta, así nos lanza el autor al comienzo de la segunda parte del libro.

Aparece una gota de esperanza: “edad de hierro amor paciencia en hueso” y en el enorme poema de la página 52 “un terco amor rodea sufrimientos”: de esta manera y aunque es de noche “todos los gatos son /santos”. De nuevo, aplaudí con las orejas.

Todo lo que se presenta bajo apariencia de noche, silencio, ruptura, separación y derrota también se conjuga con ‘hebra de paraíso’, pero por ahora este se esconde; estos poemas del inicio de la segunda parte son más tercos, más agudos y su lectura en voz alta multiplica el sentido al sumar música y ritmo mental.

Ejemplo el enorme poema de la página 55: la r y la s suenan como silbidos y roeduras, sonidos que se llaman unos a otros en un juego muy serio de asociaciones, ese inicio y ese final, uf, lo leo ahora…(lectura p. 55).

En todo el libro los nombres suelen carecer de artículos y la gramática dice que así amplían su universalidad de significado; aquí, en donde la materia y los sentimientos alcanzan máxima potencia y eliminan toda delimitación, están dispuestos para transmitir más intensidad: ‘mudanza arranca luz’ y muchos más, marca de la casa.

Aunque quiere el yo que sus poemas sean arena, tierra yerma como el mundo (“desde aquí puede oírse / cómo palpita la boca turbia del poema/ la lengua calcinada de la tierra que habla”), hay una lucha por superar el dolor de forma colectiva: la vida aprisionada se levanta “harta de sufrimiento” dice, todos con “desamor en la lengua”, y al modo de Quevedo estamos aquí para “sobremorir”.

Vamos acabando el libro y el sufrimiento se hace extensivo, “cualquier barrio decrépito/ es el mundo”. Se convoca a todos, a los que padecen con “desamor/ en su lengua”, ahí es nada y se queda el autor tan tranquilo.

Al final, en las dos últimas páginas, el autor da todo, la sorpresa es máxima, así como el riesgo léxico. Si no, quién puede poner juntas las palabras “polen e hidráulica” con “nostalgia”.

Volvemos al dolor, todos rodeados de “violentas moquetas”. Quizás todos juntos, haciéndonos compañía con esos miles de dolores pequeños. Me quito el sombrero y el cráneo, Pepe.

Antonio Ezpeleta

miércoles, 21 de marzo de 2012

+ Carson McCullers


Lo que pasó fue esto. Ahí estaban esos sentimientos hermosos y esos pequeños placeres sueltos, dentro de mí. Y esa mujer era para mi alma algo así como una cinta de montaje. Hacía pasar esos poquitos de mí mismo y salía completo.

La imagen es de Mar Arza


lunes, 19 de marzo de 2012

Pánico en los mayos


Disfruto mucho conduciendo, y más si voy sola, es como meterme en una capsula en la que todos los paisajes y los tiempos se entremezclan, me oxigena ese totum revolutum. O bien podría decir que pienso clarito en el coche, para pensar así me resulta imprescindible poder gritar si es necesario, pero, sobre todo, necesito imaginar las réplicas de mi copilota vital que, menos mal, siempre se deja la Imago en el asiento de al lado. Con frecuencia, cuando paro a tomar un café en una gasolinera, me siento alguien con una biografía recién reordenada a quien no me desagradaría conocer.

Pero tengo un excedente de pánico acumulado que encuentra en los viajes su punto de fuga.

El sábado subí a Riglos a cenar, no miré el mapa. Las chicas me habían estado repitiendo por donde tenía que ir los días del congreso, así que, sin titubear, me dirigí hacia Ayerbe disfrutando de ese misterio que comparten las carreteras comarcales por la noche, degustando veintiocho kilómetros que podían estar en Andalucía, en la Panamericana o en Asturias. Haciendo otra vez balance de las expectativas que impulsaron los otros viajes. Pero creo que me relajé más de la cuenta, porque fue mirar el reloj, eran las ocho y veinticinco, pensar “cinco minutos me quedan” y entrar en dos agujeros negros; el de la duda y el de una carretera de montaña.

Una vez abierta la espita del pánico, y por injustificado que sea, no hay quien pare la hemorragia. Me estaba diciendo en voz alta “siempre te pasa esto y te sales en la anterior” cuando se encendió la luz de la reserva por la inclinación, para hacer más miedo, y sentí sobre el coche la sombra de los Mayos, aunque podía ser la de las nubes de la tormenta o la de un túnel. Dejé de preguntarme cual era cuando desemboqué en un puente de hierro despintado que parecía que te cruzaba a otro tiempo y donde el único cartel decía “prohibido camiones” . No fueron muchos, unos quince kilómetros a veinte, que me parecieron miles, hasta que llegue a una encrucijada en la que había luces. Casi me subo a San Juan de la Peña, pero dí la vuelta a tiempo y encontré a un paisano que parecía salido de Oregón televisión y que me dijo:

-A Riglos vas, pues vas de culo. Y eres de Zaragoza, Me cago en san dios, anda que la lleváis buena. Con el rato que llevas rodeando los Mayos. Y lo que se ven.

Me dio un ducados y me explico por dónde se volvía, por lo menos dos o tres veces.