lunes, 6 de agosto de 2018

Del silencio a los cantantes




1-Tábula rasa

¿Cómo es pasar tanto tiempo sola? Miguel me lo preguntó en un chat escrito, pero yo imaginé esa pregunta en la voz. Y, mientras subía a abrir el riego, pienso muy bien en ese tramo, caí en la cuenta de que estar tanto tiempo solo se concibe desde fuera y como algo extraño: privilegio absoluto o la peor de las condenas. Hace mella en el imaginario la imposición de este puñetero reduccionismo dicotómico. Nuestra caricatura del anacoreta que habita un catamarán en la playa y la del novelista en una casa de campo provienen de una pastelería intelectual, esos establecimientos proliferan.  Por supuesto nadie deja a sus parientes unos días, se recluye en un lugar,  más o menos lejano, fingidamente inaccesible, y, casi sin darse cuenta, deja a la altura del barro a Carson McCullers. ¡Quístense el romanticismo mercantil de encima, que pesa! ¡aunque sigan fumando!

En todo caso la soledad  con mayúsculas es el género desconocido para la mayoría que yo tengo el privilegio de poder intentar contar. Si la pregunta iba en serio había que responderla con sustancia. Entonces caí en que la soledad sin silencio padece cojera. Y aunque aquí también haya ruidos tan previsibles como el del santo misterio del frigorífico, ¡Solamente podemos oír su gruñido  cuando calla! (Decían Jhon Cale y Alberto). Cuando logro dejar de oír  el guirigay exacto de la cocina, caigo, como Alicia, en un tiempo nuevo de grillos, gatos pájaros, avutardas, perros, moscas, lagartijas, abejas, sapos y camaleones. Ahí dentro se queda el universo de los plazos y el terror a la puntualidad de las máquinas. Y yo me quedo aquí afuera, muy quieta. Como casi no me notan los pájaros siguen pasando la tardada en la cuerda de tender. Otra pata de la soledad es la quietud. La parsimonia: economía, ahorro, moderación, frugalidad en el gasto y templanza en las pasiones.


Por supuesto no he hecho un voto de silencio, no tengo un temperamento religioso y no saludar a José cuando viene a polinizar los chirimollos hubiera sido el peor de los ruidos. Pero he pasado mes y pico oyéndome, cansada y encantada hasta que y casi  logré  callarme. Entonces llegaron los cantantes, primero uno y después el otro, y nos pusimos a entonar. 

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