lunes, 3 de noviembre de 2014

Somos como nos contamos.



Paul Apalkin


Rosa pasó por la puerta, tomamos una cerveza y me pareció que habíamos tenido una reunión de alta costura, se empezaron a unir retales y me hizo, sin saberlo, el mismo encargo que las Lolas: que busque todos los recursos para usar la narración como curación, la palabra como medicina.

Anteayer por la mañana decidí escaparme, para no ir al cementerio me convertí en Pablo, un estudiante de derecho de 21 que acaba de llegar a Brasil y está siendo volteado por las palabras y las dudas y la sorpresas. Concentrarte en lo que escribe otro, palabra por palabra, poder leerlo con él, crea una distancia privilegiada que en ocasiones logra que te olvides de ti.

En lo psíquico, como en lo físico, es difícil acercarse a los que tienen un sufrimiento enorme. ¡Ay, no me toques ahí! Oigo y digo continuamente. Es muy difícil entenderse y entender. Pero en uno de los peores momentos vino Mercedes Morlas, venía de visitar las tumbas de nuestras madres, subía las escaleras con toda mi infancia a cuestas, pero también con un talego enorme de madurez y bienestar. Y el día anterior vinieron Concha y Pedro, y hasta cenamos con mi padre.


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