Cuando le conté a Ester que estaba
leyendo Paradiso puso el grito en el cielo ¡pero otra vez! Y me
mandó “Pacífico” de José Antonio Garriga Vela, que me ha
gustado, que está bien escrita, aunque le pasan sus cosas, y que mi
madre clasificaría enseguida en el género de “novela de
personajes tristes” que la irritaba.
-Para qué me voy a pasar la tarde con
un pusilánime desconocido, con los que tengo alrededor.
Decía. Se dejó pendiente una
conversación sobre el tema con Landero.
Yo de momento me vuelvo a Paradiso. Es
el libro que le regalé a Leonardo cuando murió su madre, Sofía, el
que le regalé a Dora cuando murieron sus hermanos, y a tantos, lo
convertí en el libro para los duelos convencida de que contenía
conjuros. Hasta que dejé de hacerlo.
Qué voy a leer ahora, a quién debo
entender mejor que a este abuelo que dice:
“La muerte me ofrendó un nuevo
concepto de vida, lo invisible empezó a trabajar sobre mí”
4 comentarios:
¡Vaya joya, el libro de la foto!
¡Ya ves cómo lo tengo.
Hay lecturas que desencuadernan.
Un abrazo.
Esos desencuadernamientos vienen a ser el color y el brillo de la joya. Enterito y nuevecito, un pedazo de carbón más.
Dice usted con belleza y exactitud.
Buenos días y buen vermout Aurelio.
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