Los amigos tironean suave
de los hilos y yo voy cediendo. Grata cena con la prima Elisa y sus
amigas, que tan bien conocían a mi madre. Parece que limpias
lentejas cuando hablas con ella. Contagia el minucioso placer, casi
olvidado, de la gente que conversaba con las manos ocupadas. Comida, exposición de
poesía visual y paseazo con Inés, con Inés y Luis, y con Inés
otra vez, antes de que se vayan a Londrés y de ahí salgan
disparados hacia algún sitio más real. Y lo más sorprendente: ayer
Miguel me llevó a vendimiar, a las ocho de la mañana, y luego preparó
una gran comida, también convocada para que mis amigos de Torres me
pudieran dar ,con tiempo, palabras y abrazos más exactos.
Puri dice que se
convirtió en la chica más obediente de la tierra cuando se murió
su madre.
-¡La que te espera!
Yo me pregunto qué cosas
me decía la Arse que hiciera y, lo primero que me viene a la
memoria, es que hace unos tres meses dijo:
-Yo cierro la puerta que
tú montas mucho estruendo.
Esa era la excusa para
decir la última frase. Cerró, volvió a abrir y me dijo:
-Y date crema hidratante
en la cara, Marta.
Volvió a cerrar, volvió
a abrir y apostilló.
-Y en el cuerpo.
Ahora también sé lo que
me diría.
Alguien me recomendó que
dejara de mostrar dolor, de estar necrológica, pero es que con frecuencia
están reñidos mostrar y tener con ser. Como dice Concha.
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