miércoles, 18 de junio de 2014

Lilian: una Doctora Honoris Causa




El Colatino salía por la tarde, lo escribía casi entero el Tibu y la niña Lilian lo vendía sentada en el peldaño de la esquina del cafetín de letras. Cuando la veíamos al fondo de aquel pasillo, tan menuda y siempre, se nos salían frases como: “Mirá Lilian vos, parece un regalo liliputiense” o bien “¿creés que la Lilian es La Maga de vieja?” Y también, cuando pasaba algo: “vayamos a dónde la Lilian y ella sabrá más” y sobre todo “está donde la niña Lilian”.

Es verosímil que La Maga, ya madura, decidiera apostarse en la puerta de una universidad eternamente, y aprender y aprender de los estudiantes. Hay un sedentarismo absoluto que es rico y complejo. Todas las potencialidades parecen estar en el lado de los viajeros, pero como bien sabía Perec, también el tiempo y el espacio son infinitos en la plaza de Saint Sulplice.

Yo puedo imaginar a Lilian quieta, protegida por su peldaño, invisible, viendo terremotos, saqueos, ejecuciones y las tomas militares.

Hacía un sol del demonio en el peldaño de Lilian a las dos de la tarde y, aunque su análisis del día era un guiso perfecto de rabia y potencia yo, tonta que tonta, me iba a la sombra del cafetín dónde me encontraba al Pinche Buey subido en un palo de mango y repitiendo la cantinela monótona del Pinche “mal eh, jo mal, muy mal” Pero, ni modo, a media tarde volvía, o a la noche, cuando Lilian tenía muchos pupilos y su sonrisa era aún más niña.

P.D. No imaginé que volvería a saber de ella y la necesitaría para describir este encuentro. Esta manera triste de reconfortar que tienen las despedidas.

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