lunes, 18 de noviembre de 2013

Ponga un chino a su mesa.


Poras Chaudhary



Próximamente tendré una nueva alumna, es nica y no maneja computadoras, así que le he dicho que se venga a casa, ni modo. A los cinco minutos ya estábamos negociando el precio en el que cabían mucho más que euros: la posibilidad de un lagomoto en Managua, los cafetines de la Uca, los tamales y unos plátanos fritos con crema para desayunar los martes

Eso me ha recordado una comida con la madre de Carmen París, una de mis grandes maestras. Su hermana, Belén, dijo que en su clase había un chino, a lo que Adelina, una sabia, respondió:

-¿Y por qué no lo has traído? ¿Para qué  crees que te pago la universidad?¿para que aprendas declinaciones? Eso sí era una oportunidad: ponga un chino a su mesa.(1)

Adelina, que declinaba como los ángeles, había salido de extra en la película Calle Mayor y amaba sobre todas las cosas la música. Hablábamos y hablábamos: de cocina, de literatura y sobre todo de mitología griega, alrededor de la estufa de leña, en aquel seno materno siempre abierto: el bar París. Ahora tiene Alzheimer y cuando nos vemos nos tocamos mucho las manos. No sólo me reconoce, el otro día me dijo:

-Estás bien gorda.


1-Eso pasó hace un poquito, cuando ninguno de nosotros habíamos visto hoja verde, yo al segundo negro que vi, lo vi en París. A veces pienso que somos una pobre gente que ha hecho demasiado deprisa un viaje muy largo.

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