

Ayer fui a ver a Tariq Ali, que nos contó otra versión de lo que ha ocurrido en Egipto y en Tunéz, matizada, con los detalles concretos de cual ha sido la posición de los gobiernos occidentales, especialmente del norteamericano, durante el proceso, y que en casi nada coincide con lo que ellos nos han contado y nos seguirán contando.
Estaba feliz ante lo que llamaba la resurrección de Oriente Medio y contaba lo feliz que estaría su amigo y mi adorado Edward Said. Me quedé con más de una pregunta en el tintero durante la ponencia porque no había tiempo, pero tuve suerte, Inés estaba en la organización, después nos fuimos de vinos con él y le pude preguntar.
No soy muy partidaria de admirar, un amigo decía que la admiración es como un perfume caro, que con dos gotitas es suficiente. Pero hay gente con una luz especial y que ha cambiado ya mucho el mundo, tuve la impresión de que ese Pakistani iluminaba el casco viejo, me pareció el mayor de los privilegios estar sentada a la misma mesa que uno de los diecinueve firmantes del Manifiesto de Porto Alegre, quien, por cierto, no cree que las redes tengan tanta importancia en lo que está sucediendo en el mundo árabe, puesto que solo llegan a las clases medias que hablan inglés.
p.d. Es un buen momento para volver a leer El mito del choque de civilizaciones.
La abuela decía que lo que más miedo le había hecho pasar en toda su vida era el retrato de Joaquín Costa y, aún de viejos, le recriminaba al abuelo que se hubiera empeñado en guardarlo durante toda la guerra. Luego contaba lo temprano y lo asustados que se iban a la cama, y que estaban muy quietos para oír mejor, pero que daban botes con cada paso y no podían descansar.
-Nunca vinieron a buscar a ese hombre que tanto se pronunciaba, el porqué no se sabe, pero lo que me daba miedo de verdad, la prueba, el peligro, era el retrato-decía siempre mi abuela.
Ayer se cumplían cien años de la muerte del jurista y me volvieron a contar la historia. Dicen que cuando alguien llamaba a la puerta lo primero era descolgar y esconder a Costa y que, pasado el peligro, el abuelo lo volvía a poner en su sitio. Mil veces los he imaginado subiendo las escaleras de granero para meterlo entre la paja, bajándolo con un cubo al pozo, o metiéndolo detrás de un espejo.
Y es un placer escuchar la misma historia con el mismo retrato, la misma lámina amarillenta que tantos tumbos dio, presidiendo.
“Ambas contradicciones se dan siempre, formando un tiro de cuatro caballos: uno ama a alguien porque lo conoce y porque no lo conoce; y lo conoce porque lo ama, y no lo conoce porque lo ama. Y, en ocasiones, se acrecienta esto de manera que se hace sentir con fuerza. Son los conocidos momentos en los que Venus mira a través de Apolo y Apolo a través de Venus hacia una sombrerera vacía, sorprendiéndose sobremanera de haber visto allí antes otra cosa. Y si el amor sigue siendo más fuerte que la estupefacción, se llega a una lucha entre ambos, y, en ocasiones, sale triunfante el amor, si bien desesperado, agotado e incurablemente herido. Pero si no es tan fuerte, se desata una lucha entre las personas; vienen las injurias, las llamadas para reparar el haber sido uno tan ingenuo..., las terribles irrupciones de la realidad..., las infamias hasta el paroxismo.
Él había tomado parte en tales tempestades de amor con la suficiente frecuencia como para poderlas describir tranquilamente"
Robert Musil El hombre sin atributos Vol IV