Alejandra, la sobrina de Inma, que tiene once años, ha sido el regalo inesperado. Se escucha con tanta atención a las tías que las tías, sabiéndose escuchadas, no pueden evitar abrir el cajón de los zapatos, subirse a tacones desde los que recuerdan los peores vértigos, bajarse a unas chancletas, comprobar las sandalias de cada fiesta, ascender a viejas plataformas y, sobre todo, llegar hasta las zapatillas de seda de una noche de boda que no merece ser adjetivada, muchísimo menos hoy que, gracias a la carcajada de tía y sobrina, irán por fin al basurero.
Inma pasa a los sombreros y se cuela la historia del apartamento diminuto que le vendió a una monja de clausura, Alejandra escucha embobada, nos ha explicado diez o doce sombreros sin dejar de lado a la monja que decidio dejar el convento a tan avanzada edad, entonces ha llegado a un maravilloso abanico de plumas de ganso, que, por supuesto, Alejandra heredará, luego ha contado más cosas de aquella señora que no necesitaba más trozo porque después de vivir en una celda todo le parecían opulencias, hasta aquel trastero le resultaba demasiado grande, un dispendio que aceptó porque quería volver a vivir en su barrio.
Mi tía Aurora aún nos traslada muchas millas, nos mete en unas zapatillas que durante los años de la guerra teñía una y otra vez con blanco españa, como si en la apariencia de las zapatillas impolutas se acumulara toda la dignidad desde la que luego salio corriendo hacia la ciudad condal. Quién sabe si la tía Enma puso la zapatería inspirada por el simbolismo de aquellas zapatillas, es la pequeña y es minuciosa, cuenta como una documentalista, necesita muchos detalles, nombres, fechas y datos, que revisa, repite y coteja mientras Carmen le pisa el discurso porque domina el absurdo aragonés (que otros llaman surrealismo) el descalabro verbal con ritmo y algún silencio somardon, el mismo truco en la misma historia en el que volvemos a picar (si está por allí Arse, mama gata, con esa posesión del tiempo y esa voz, es ella quien dirige la orquesta verbal de las Aina) Las tías suenan mejor cuando el calor aprieta, cuando fabrican oscuridad con toldos, persianas, sandía, café y helados a partir de las cuatro de la tarde. Sólo oyendo historias en lo oscuro se consigue olvidar una de que hay cuarenta grados fuera y han transcurrido otros tantos años desde las primeras versiones, las del hueco de la escalera en casa de la abuela.
El lujo de las tías y las sobrinas en verano, en Tabuenca, en Navaleno, en la Ponderosa, y también en Parador del Sol.
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1 comentario:
el arte de contar bien!!!
cara, te leo cada día más poética!!
un besazo
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