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Si tanta era la obsesión por la calidad de vida, ¿por qué hay tan pocas camas con una claraboya sobre la almohada?
Luján llegó cargadita de cuerdas de colores a Parador del Sol y las ató, las atamos, entre los bolardos de la calle, pasamos toda la mañana en la acera, hablando con el que preguntaba, mirando a los que no lo hacían, haciendo fotos, leyendo el periódico. La primera señora a la que Luján respondió no se sorprendió con la respuesta, al revés, dijo que iba a venir a ayudar en cuanto preparara la comida, pararon niños, un señor mayor al que le hizo una foto de la que reclamó una copia que ella le enviará, más niños preguntando, la policía, que ni se inmutó. Por la tarde estuve mirando por el balcón y todo el mundo paraba y se preguntaban entre ellos, salí y, a la vuelta, encontré a una pareja discutiendo, él decía que eran para sentarse las cuerdas en los bolardos, ella le decía que era tonto, también vi a unos cuantos niños, estaban esperando a que terminara la escena para llevarse las cuerdas, que no eran para nada, pero también servían para sentarse. Fueron desapareciendo los colores y a la mañana siguiente sólo quedaba la blanca, que fue la primera.
Más sobre aquella mañana en su interesantísima web Luján Marcos
Conocí a Lujan porque la trajo al Molino Alberto. Eso de sembrar árbolitos vincula al lugar y van a volver a venir, espero, porque se ha de echar mucho de menos la voz de Albereto por el porche ensayando esas jotas suyas con esas letras que nadie debería perderse.
El Hit es el amor morrocotudo, aunque yo me canto más el cansina. Ya tenía yo ganas de oír letras como:
Vente conmigo
Conozco un descampao
Alguien ha puesto allí un par de bancos
Y podemos tomarnos algo.
O
Siento como sopla tu amor como un ventilador
y no oculto el temor a que salgan disparadas tus aspas
y me desmembren, o me castren, o me decapiten.
Y
Ay que mal se me dan las relaciones
Con los demás….
Si me cruzo en la calle contigo y no te saludo
No te rayes, estaría en mi mundo.
¡Es tan difícil vivir dentro de mí!
Todas son buenas
Los estados de ánimo tienen que ver con la permeabilidad, con la resistencia que algunas sustancias químicas cerebrales ofrecen al exterior, ya que cambian la textura y el tamaño de lo que nos rodea. Cuando tenemos la impresión de que todo es siempre igual y se ha consumido mil veces es verdad, estamos haciendo café de recuelo, una y otra vez, eso en psiquiatría se llama recaptar la serotonina.
No hay que confundir la depresión con la tristeza, no hay tristeza importante que no se entrevere con sonrisas, la tristeza nota mil matices en lugar de remitirse una y otra vez a las mismas impotencias.
En todo caso no sé porque cuento todo esto, hoy no estoy triste. Y eso que estamos en época de despedidas, Miguel se despide en el blog, Daniel va a dejar de escribir definitivamente, la niña Berdor Corrales no me escribe nada, aunque yo sé que lleva un imán de sentidos en la cabeza, como María José, Carmen tuvo que irse antes de tiempo por su lío de interculturalidad y bibliotecas, y también se fue Pilar, pero sigue Rocío, hicimos piña, Daniel y Rocío se vienen al molino y no van a tener la oportunidad de agujerear la vida (literaria) con vacaciones, que decía Musil. Menos mal que Elena y Juliana están imantadas por Dolores Koch, llevando al ápice cada historia y bordando hiperbreves, y que Pedro va raudo, fue abducido en la primera conversación por esas chicas y el chico, Cesar, que uff, qué rico, tira con agilidad de su historia, y también gracias a que encontré a la enormísima Bea en clase después de muchos meses, apareció el día de mi cumpleaños con una tela preciosa y kilométrica que me había encontrado en la India, y con muchas sorpresas que enseguida le urgirá contar.
Otro alivio es que ninguno de los mencionados tiene como prioridad vital ser escritor, aunque tienen como prioridad vital contar y escribir.
En el aula de octavo se entendía mejor, y era por la luz, tenía seis ventanales enormes que daban a dos calles, ¿o porque era un cuadrado perfecto? En la de séptimo B también había seis ventanas, pero era rectangular y todo se entendía menos. Éramos muy pocos en octavo, menos de diez, seguro, y teníamos tres buenos profesores: quizá por eso se entendía tan bien allí.
Aquel día, don Jesús, que era el de lengua, nos dio aquella asignatura impronunciable: pretecnología. Teníamos que aprender a poner una bisagra. Se confundió un momento de disciplina y dijo que las frases en los textos deben ser como bisagras. Esa obviedad, y las que la siguen: que las palabras son como los tornillos, y el silencio como los agujeros, y la finalidad de una bisagra es hacer que gire algo; ventana, puerta o texto, siguen teniendo algunos días la luz del aula de octavo.
Hace tres años, creo, fuimos en el coche de Laura a Punta Umbría , con las dos Blancas, y, en alguna permutación, cuándo me tocaba de piloto o copiloto con “la veloz”, se puso a contar todas aquellas situaciones en las que dar le había reportado el doble, ¡prueba continuamente!¡prueba! me jaleaba.
Al día siguiente estaba en la puerta del lugar en el que se recitaba (no recuerdo como se llama, cambia cada año) y salieron dos parejas que me pidieron fuego, les di y luego, la más valiente de los cuatro me dijo:
-lo que realmente queremos no es fuego, es el mechero, nos vamos al hotel y no llevamos ninguno entre los cuatro.
Les di el mechero y la próxima persona a la que pedí fuego, alguien a quien no conocía, me dijo
-Llevo dos, quédate uno
Avance hacia la puerta con una sonrisa de oreja a oreja, buscando a Laura para contarle que sus indicaciones vitales nunca caen en saco roto, pero me encontré a Antonio Gómez, que señalando al tronco del árbol en qué se apoyaba, me dijo
-Fulanito ha dejado de fumar, definitivamente, ha dejado ahí el paquete de tabaco y dos mecheros, para ti.
Fue una noche muy larga que, como todas las noches largas, recuerdo en orden, estábamos viendo las despedidas desesperadas de los grupos de adolescentes en el albergue, a las seis de la mañana, ccon Irene y otra chica y el Casellas , cuando encontré en el bolso un mechero que no coincidía con los anteriores, entonces llamó mi hermana porque habían intentado violarla, me fui hacia la playa para intentar calmarme y calamarla, ¡cómo se te ocurre ir a la playa sóla! me dijo, luego te llamo, le contesté. Me encontré a Braulio en la playa, que me encendió un cigarro tras otro y asentía, con tranquilidad, mientras yo hablaba por teléfono.
Luego pasee mucho, y terminé desayunando sola en la otra punta de aquella playa, tan larga que recordaba el final de las películas de Felini
En algún momento de esos huérfanos vacié desesperada el bolso en la mesa y salieron ocho mecheros, luego, claro, me fui a dormir, bien tranquila.
La foto es de la gran Yolanda Perez Herreras, que siempre nos mete en sus corazones.