Cuando me regalaron ese escandaloso y enorme libro naranja, Bronwyn, lo escondí. No tenía ninguna gana en aquel momento de volver al complicadísimo Cirlot, aunque nunca he tenido lejos ni cerrado su diccionario de símbolos, pero había dado demasiadas vueltas ya a su poesía y huía de sus efectos. Creo que hasta me molestó un poco que me regalaran esta edición tan vistosa. Lo metí en el armario del pasillo, que tiene llave.
Poco a poco le ha llegado el momento. Ya no es entonces y me he sumergido (¿o he emergido?) en los extraños amores y en Bronwyn:
Una tarde de verano Cirlot conoció a Bronwyn en una pantalla, en la película de Franklin Schaffner El Señor de la Guerra. "Nada sucedió después del visionado de la película" dice su hija, Víctoria Cirlot, en este estupendo prólogo (Editorial Siruela), ni siquiera una crítica, pero Juan Eduardo Cirlot vio la luz de Bronwyn. El amor de Cirlot por Bronwyn fue fértil y diverso "Nos amábamos como ahora sólo en sueños soy capaz de amar", dijo. El ciclo Bronwyn está formado por dieciséis libros que poco parentesco, formal, tienen entre sí (van del soneto a la poesía fonética)
Ustedes, lectores fieles, saben que siempre me tiembla el pulso eligiendo poemas, y que siempre digo que hoy me tiembla más. Bueno, queda noche y estoy bien despierta después de estas siestas. Copiaré tres, es un número que agradaría a este pitagórico, mejor cuatro: ¡uno de los libros de Bronwyn se titula precisamente 44 sonetos de amor!
Secretamente eternos, pero solos,
entre restos oscuros que palpitan
rezan lo inconcebible y se mutilan
ignorándose siempre.
Noches entre los ojos, boca, frente
Amanecen los nadas rotos, rotos
doradísimos rotos, amor que
no
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Se apoyan mis horrores en el sol
reflejado en los ojos del pantano.
La soledad oscila entre las ramas
que nunca han dicho sí
Un círculo de lobos me aconseja
y mi guante de hierro los entiende
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Un nombre estaba escrito sobre el agua
fue dicho desde el agua, Browning,
entre cienos y miedo a los abismos
bajo las grandes aves transparentes.
¿Pudiste imaginar
en la noche del mar
que no respondería
sin hallar
la voz con que diría
dónde me has de encontrar?
¿Pudiste suponer
en la niebla del ser
que no contestaría
y que no encontraría
la voz para poder responder?
¿Y pudiste pensar
que jamás tornaría
tu nombre a concitar?
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Se
hoy
Soy
voy
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