Antes, lo que más recordaba el tío José María del fuerte de San Cristóbal era, claro, el día de la fuga. Ahora, que ya lo ha olvidado todo, sigue acordándose de la monja.
Él trabajaba en la enfermería del penal, tenía formación y ciertas ventajas aun siendo un preso, contaba con la fortaleza que daba venir de los pueblos colectivizados en Aragón, era de la FAI, (he tenido el privilegio de conocer a través del tío José María y de Don Francisco Carrasquer un poco esa época en aquel lugar, sé que hay que tomarla en cuenta), y claro, tendría un impulso para resistir, a pesar de todas las contradicciones o gracias a ellas, en los amores con aquella monja.
Me contaba siempre que no dudó ni un momento para salir corriendo a pesar de conocer los riesgos, pero que tampoco tuvo tiempo para dudar cuando encontró malherido a un guardia al que conocía, lo cargó a las costillas y se volvió a la enfermería con él con la intención de echarle unas medias suelas y salir después huyendo otra vez, pero el hombre sangraba mucho, y luego paso lo que paso.
Siempre me lo repitió con las mismas palabras.
-En aquel momento todo era azar y ese horror no te lo puedes imaginar: ¡veníamos de una vida tan valiosa que había durado tan poco!. Nos mataban como a conejos después de la fuga, leían una lista todas las noches, ¡sois libres!, gritaban otra vez, y eso es lo peor que te podían decir, ¡qué ironía!, cada noche nos mataban a diez o a quince, mientras íbamos saliendo.
El azar o la empatía le salvaron la vida al tío José María, y menos mal, porque no me puedo imaginar como sería la mía sin que él me hubiera educado.
1 comentario:
Me recuerda la imagen al Coll de Ladrones de Canfranc. Incluso a la ciudad de los monos de "El Libro de la Selva" :)
Publicar un comentario