jueves, 19 de abril de 2007

¿El tiempo?




Vuelvo de una fiesta en Paris por mandato imperativo de su regente.

Están siendo unos días ajetreados estos, he viajado mucho con Landero y he llegado hasta la casa de mi abuela. Hace unos meses soñé que la tiraban y me pareció que era una pesadilla, se lo conté a mi madre y me dijo:

- Ya bajaremos. No es para asustarse Marta, porque de hecho la van a tirar y no tiene sentido hacer dramas tan largos por algo que es inevitable, además tiene muchos años ¿cuántos?, ¿trescientos y pico?.

Mi madre es así. Una vez pasamos por la casa en que había vivido mi tía Marcelina, íbamos en el coche con la abuela Raimunda, que ya tenía noventa y nueve años, y mi abuela se echo a llorar

-¡pobre mi hermana!, dijo

A lo que mi madre respondió como habla ella, segura, pero un poco recitando, para no herir.

-madre no llores porque si tu hermana viviera tendría ciento diecisiete años y eso no es posible.

La abuela Raimunda se murió a los ciento uno o ciento dos, si aguanta unos meses más hubiese vivido en tres siglos, (se murió el día que vino Carlos a España, hacemos bromas macabras con eso y nos sirve para los cálculos). Claro que ella estaba preparada para durar tanto y reproducirse tanto. Su madre, mi bisabuela Alejandra, murió a los ciento tres, era pequeña, pequeña y aún así seguía disminuyendo, se sentaba en una silla baja, en un rincón, y comía en el alda, con un rosal detrás, hasta que desapareció.

El cementerio en Utebo es, también, un parque, como a los de París, de dónde vengo: y esta en el centro. ¿Eso habra cambiado nuestra relación con la muerte?.

Cuando paseo acompañada por allí y llegamos a las tumbas de mi familia tiemblo pensando: ¡va a creer que yo tengo más tiempo!

Mama gata es infalible y días después bajamos a despedirnos de la casa. Ahora me parece que estoy recorriendo con el dedo todos lo que dijimos y miramos esa tarde, todas las arrugas de la pared, las escaleras del granero, las alcobas tomadas por las palomas y la cuadra, y el eucalipto que fue levantando el suelo de la cocina y los rosales, y sobre todo todas los días allí, cuando estuve y cuando me lo contaron. Pero eso es otra historia.

3 comentarios:

beatus_ille dijo...

pero qué bien escribes jodía!
a ver si sales de agrafalandia y te pones a hilbanar un poquico maña, que lo harás mu bien

nuestros recuerdos son libros que un día retomamos y volvemos a leer como ese dedo que los roza?

besos sanuy

Jesús Alonso dijo...

Yo también vengo de esa fiesta y ahora me encuentro con esta de abuelas, madres, casas y longevidad. Empieza bien el fin de semana.

Ana Pérez Cañamares dijo...

Ah, me encantan estas historias verdaderas de madres, abuelas, hijas, nietas, mujeres que habitan casas y memorias