jueves, 14 de abril de 2016

Del jardín el barrio y el convento.



Contratamos a un jardinero para podar y vino el caballo de Atila. Cortó todos los girasoles, que ya nos llegaban a la rodilla, cortó agapantos, dientes de león, mis guisantes y todas las orquídeas de la viejita. ¡Qué manía con que el mundo parezca un campo de golf! Han florecido los rosales pero no es lo mismo levantarse y no tener el tiempo lento la savia, el estirón de un guisante, para calcular.

Apenas he conquistado la ciudad, pero conozco el barrio. Conozco a la señora que vende tamales a las seis todas las tardes, a los fruteros, hoy he estado de charla con ellos mientras elegía parsimoniosamente tres kilos de jitomates, a los de la herboristería, a Mónica, que ya llama al tocino panceta y sin palabras me pone un cuarto. A Miriam, la de la tiendita, paso sobre todo a comprarle carcajadas. He reflexionado mucho y tampoco quiero discriminar a los chicos del super, otros qué se saben lo que compro de memoria y bromean conmigo.

Tengo la impresión de tener una vida secreta, más desde que conozco a esas dos de la foto. Hacen unas chalupas impresionantes y ya nos hemos muerto de risa juntas viendo el serial un par de veces.


Los martes voy a comer con Lado B a un convento precioso, como el lunes hubo dos intoxicadas en la plantilla tuvimos dudas sobre volver o no, me gustó mucho la resolución: “no nos van a intoxicar todos los días buey, volvamos”



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