martes, 6 de octubre de 2015

De un suculento menú y de las fauces lectoras.



Sigo con el firme propósito de empezar bien las semanas, ayer me fui a Antígona con un estupendísimo alumno y, como han puesto un bar con terraza en la mera mera puerta imantada, cada poquito me volvía a jalar el laberinto. Es rico interrumpir la conversación para salir pitando a buscar a viejos conocidos y presentárselos a David. Pocos momentos tan placenteros como esos en los que la bibliografía se pone en danza y se abren las fauces y la memoria.

Vivo en vilo desde que el maestro, que vino a comer el domingo, me trajo "Místicos y heterodoxos" de Jaime D. Parra. Un festín. Me esperan los últimos artículos de la Duras, inmejorables, El Manicomio de Mauricio Medo sigue abierto y es libro que merecería un retiro. Para terminar de arreglarlo me traje ayer "La antorcha" de Karl Kraus.

A Karl Kraus no sabía si me lo estaba guardando o es que se me había acumulado el miedo que le tienen todos los que lo citan. Después de sesenta páginas he llegado a la conclusión de que eran las dos cosas. Da igual de que hable, ¡qué amplitud!¡qué contundencia!



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