martes, 5 de agosto de 2014

Hay veces que la vida y la muerte se ponen bravas




Moira y Carmencita están volando una cometa en la playa al anochecer  y mi madre llorando por teléfono. Por fin tomo cevezas  con el molinerio y los chicos de la playa, algunos se acaban de conocer y ya están moviendo la Zodiac y programando una barbacoa, mientras llegan los whatsaps de mis primos desde la cuerda floja. Salimos a ver estrellas fugaces con las Diego, "no te pidas un microondas que te conozco",  y entonces llega un mensaje del primo Pedro con palabras exactas, otro conteniendo todo el dolor de Cristina. La niña Blanch me traé por la mañana el café a la cama y me reencuentro con este acoso al que nos está sometiendo últimamente la parca a los Borrajas. La vulnerabilidad: el tío José estaba atando tomateras cuando se desmayó la semana pasada y ahora se está muriendo. La alegría de esos dos niños parlanchines y abrazadores en casa, luego el silencio, cuando todos se van, y después la llegada de una caricia imprevista.

Resumiendo, la importancia infinita del "nosotros"

Y  la temperatura de la brisa.

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