lunes, 26 de mayo de 2014

Algunas vueltas con Faulkner.




 Dalton Ghetti


Hay un cuento de Faulkner “El pez Gordo” que he leído mil veces. Como todas sus obras es un mecanismo giratorio. Suma las escenas como si hiciera una bobina, lo mismo es contado de diferente manera por distintas voces, pero el hilo pasa por la misma puerta, por la misma frase, por el mismo gesto, por el mismo instante una y otra vez, hasta que la madeja más liada es convertida en bobina. El protagonista de este cuento va un día a casa del patrón de la hacienda que le recrimina que no haya utilizado la puerta de servicio, y ese va a ser el motivo central de su vida. Se hará rico, muy rico, impulsado por el deslumbramiento y la ira que el potentado le producen, y tensará esa obsesión hasta el final, aunque adopte otra forma: la necesidad de que su hija sea recibida en un baile de prestigio. Esas dos neurosis son los cabos de un ovillo que hipnotiza tanto que puede hacer que pase desapercibido uno de los mejores personajes del cuento: la mujer del rico nuevo, que muere de pena cuando se trasladan a la ciudad y se queda sin su huerto.

Todo me gusta de Faulkner: que uno de sus personajes “utilice la pistola a modo de énfasis”, que tenga en cuenta “la felicidad negativa” ,que la cara de Peter sea “redonda como una taza de leche con una nube de café” , que el personaje de detrás del escritorio tenga “la inmovilidad dinámica de una locomotora parada” o que otro viaje “con esa emoción inolvidable de los primeros viajes, esa atenuación de uno mismo”.

Pero también me gusta que se vuelva loco y escriba sin venir al caso:

...y se dice que fue el primero que pensó en reescribir las obras de Goethe y Wagner y atribuir su autoría a Pershing y a Wilson.

Y esas certezas sureñas.

Me gustaría poder exponerle con claridad mi situación-dijo-Pero si pudiera hacerlo usted no sería usted y ya no haría falta. Y yo no sería yo y nada tendría importancia.

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