lunes, 25 de noviembre de 2013

Y no estaba loca doña Ángela.



Todos tenemos poyitos, rituales, sinapsis selladas donde vaporizamos certezas, burbujas herméticas con todo en su sitio, vivo y desordenado. Qué sé yo. Sé que a veces murmuro: “no estaba loca doña Ángela” y jamás me he visto en el brete de explicarle a nadie de qué estoy hablando cuando digo eso. Ventajas de hablar mucho, te das cuenta antes de que lo que dices importa un bledo.  Así que la exclamación se fue convirtiendo en la más mía,  la más secreta y la más vieja. El “no estaba loca doña Ángela” ha sido desde entonces un medidor.

-No salgáis, lo de afuera es horrible.

Sólo nos dijo eso y luego se sentó al sol. Las madres estaban gritando abajo porque eran las cinco y media y no salíamos, ella estaba tranquila, se metió la llave en el bolsillo y se sentó, nosotros no estábamos asustados, estaban asustadas ellas, las madres. Mi madre no estaba. Como sigo creyendo que mi madre es superwoman aún creo que si hubiera estado lo habría arreglado. A doña Ángela la ataron antes de meterla en la ambulancia y a todos los niños los abrazaron sus madres como si hubieran hecho una heroicidad.

Mi madre no estaba porque cree mucho en la autonomía y no me iba a buscar a la escuela.

Y no estaba loca doña Ángela, estaba triste.


2 comentarios:

Ester dijo...

Sobrecogedor, pedazo de realto, Sanuy.

Qué pena perder así a una maestra de mente tan preclara, ¿no?

Marta Sanuy dijo...

Pues sí, era la única que nos dejaba ir a jugar a "los pinos", que estaba n en la parte de atrás de la escuela. No tengo ni idea de porque no nos dejaban ir allí, para que no los pisásemos, supongo, porque nada boscoso, eran recién nacidos pero menudo locus tabu se montaron. Me caía muy bien doña Ángela.