jueves, 25 de abril de 2013

Diario: lugar para informarse a uno mismo formalmente de qué debería recordar anotándolo.






Pues venga.

(Constricción: la inmovilidad)

La onda del afrancesamiento no es más que otro modo de viajar que he añadido al único posible en este momento, recibir en mi pueblo.

Supongo que empecé porque me mataban las ganas de irme a París con las chicas. Pero no fue una decisión consciente. Atribuí la inmersión a lo rápido que bajaban las películas. Luego sumé a la dieta a Eluard, Bachelard, Renard y todos esos, y me dí cuenta de cuanto se puede descansar en otra lengua.

Entonces me avisó Ángel, que es gallego-parisino, de que venía a verme, y también pude viajar por mi pueblo. Porque cada visita que recibo rectifica mi modo de ver los mismos lugares y a las mismas personas, claro, y también porque aquí no tengo que elegir la ruta.

Primero está la espera en esa estación. Hasta Utebo se llega en un tren que finge que te va a dejar por lo menos en Berlin. Después un café en la terraza del que fue el bar de mis padres, delante de la casa en la que crecí, y una visita a María Jesús: nada me produce más optimismo que la soledad radiante de esa mujer podando en pijama. Además en su casa está el huerto y la introducción narratológica para que en el paseo que resta se imagine mucho más de lo que se ve. Luego, claro, la torre. Quizá una paradita en el bar de la plaza de la iglesia para luego dar la vuelta por la calle del Hospital, donde están las casas de las que hablamos antes: en el cogollito de la plazoleta estuvieron las tres bibliotecas enormes de los amigos de mi madre, la de Luis, la de Carmen y la de los padres de María Jesús, las bibliotecas y los jardines, y la sala de proyección de Luis, que siempre me  endulzaba las películas con Amareto (de tanto en tanto me compro o hago que me regalen una botella de Amareto y  mezclo su gran recuerdo con el olor de almendras dulces)

Ángel inaugura un género. Es un amigo avant la letre. No hay nada tan placentero como recibir a alguien de quién sólo sabes que será muy importante en el futuro,  a quien ya es un miembro de tu familia, de quién llevas años oyendo decir. Ni nada tan fácil como hablar de lo que importa con el amigo de tus amigos. Imagino pocas cosas tan profundamente halagadoras como su visita. Por fin existe y está cerca ese lector superbe que encontró la Blanch en Ángola hace beaucoup de años.

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