

Informe
- Dispense, amigo, ¿Cuánto tiempo se necesita para ir de Corbigny a Saint-Réverien?
El picapedrero levanta la cabeza, y apoyándose sobre su maza, me observa a través de la rejilla de sus gafas, sin contestar.
Repito la pregunta. No responde.
”Es un sordomudo’, pienso yo, y prosigo mi camino. Apenas he andado un centenar de pasos cuando oigo la voz del picapedrero. Me llama y agita su maza. Vuelvo y me dice:
-Necesitará usted dos horas.
- ¿ Por qué no me lo ha dicho usted antes?
- Caballero -me explica el picapedrero-, me pregunta usted cuánto tiempo se necesita para ir de Corbigny a Saint-Révérien. Tiene usted una mala manera de preguntar. Se necesita lo que se necesita. Eso depende del paso. ¿Conozco yo su paso? Por eso le he dejado marchar. Le he visto andar un rato. Después he calculado, y ahora ya lo sé, y puedo contestarle: Necesitará usted dos horas.
Jules Renard
Adivino
En Sumatra, alguien quiere doctorarse de adivino. El brujo examinador le pregunta si será reprobado o si pasará. El candidato responde que será reprobado.
JL Borges
Imagen Meret Oppenheim
-Claro, ¡cómo se va a llamar siendo hija vuestra!
-¡Qué no!¡que Amanda no se llama Amanda por Víctor Jara! Se llama Amanda como mi madre
-¡Pero tu madre se llama Rina!
-Lo que ocurre es que mi madre tenía una hermana gemela que murió y se llamaba Rina, al hacer el acta de defunción mis abuelos, con el sofocón, se equivocaron de papeles y la mataron a ella. Como Amanda Aguirre estaba oficialmente muerta no tuvo otro remedio que llamarse a partir de entonces Rina Aguirre.
-O la cólera de Dios. ¿Y a qué edad fue el cambio de nombre?
-A los seis o siete años.
-Toma, de lo que se entera una a estas alturas
Rina es una india chelita y sabia. Podría haberse disfrazado de señora, porque era la mujer del práctico de un puerto, pero ella procede de mucho antes de que hubiera puertos y nunca ha querido ponerse zapatos o aprender a leer.
El día que nos conocimos llegó a Ayutuxtepeque con una cesta enorme de fruta en la cabeza. Salimos a desayunar al patio, que era un paraíso colgado en mitad de una montaña, yo arrimé una mesa pequeña al limonero, preparé tostadas, café, huevos revueltos, plátanos fritos con crema, tamales y quesadillas. Ella se sentó enseguida, parecía complacida, sonrió un poco, pero poco. Había olvidado la mermelada, volví a buscarla y al ponerla en la mesa se escapó rodando. Las dos miramos como bajaba el bote por la ladera dando saltitos durante una eternidad, las dos fruncimos el ceño cuando se vio venir el encuentro del coche con la mermelada, y las dos dimos un paso atrás cuando tropezaron. Apenas hablamos y apenas comimos después del mal presagio.
La niña Rina lee otras señales. Prueba no superada. A los pocos días se lo conté a Marisa, que dieciocho años después sigue ejerciendo maravillosamente de nuera porque la entiende y sabe hablarle, y no tira botes de mermelada, y renuncié oficialmente al relevo.
La palabra puerto siempre me había parecido literaria, pero no perteneció a mi campo semántico hasta que llegué allí; puerto, muelle, atracar, práctico, estibador y hasta bauprés se volvieron términos familiares. Además de buenos narradores los chicos del puerto, Carlos y el Chele, son ciudadanos del mundo. “Recoged los perros, que ha llegado un barco chino” era en su pueblo una broma habitual.
Amanda ha pasado las navidades en Acajutla y nosotros al teléfono, su retorno nos ha despertado a los tres unas ganas enormes de recordar.
Y de encontrar al Chele, quizá escribiendo aquí Miguel Angel Orellana y Acajutla juntos algún buscador nos lo devuelva.
Aunque son trabajos delicuescentes y casi siempre sin consecuencias, paso días buscando al narrador, la historia importa poco si el encuentra la distancia y el tono adecuados. Es una actividad parecida al ensayo musical, en ambas se repiten, se comparan y se comprueban los sonidos muchas veces. Una vez que lo he encontrado no tiene tanta importancia escribir o no, lo que importa es tener la certeza de que el recuerdo, la historia o la anécdota, y con ellas la realidad entera, se han reajustado.
La finalidad es que el texto emita el crujido de las vértebras cuando se encajan.
Encontrar al narrador es mucho más difícil que elegir entre la primera o la tercera persona.
Pero dice Canetti:
La dificultad de escribir apuntes-si éstos han de ser precisos y escrupulosos-radica en que son personales y nosotros queremos precisamente huir de lo personal; tememos fijarlo por miedo a que luego no pueda metamorfosearse. En realidad todo se sigue metamorfoseando de muchas maneras, basta con que, una vez escrito, lo dejemos en paz. Es la relectura la que traza las calles del espíritu. Permaneceremos libres si tenemos la fuerza de releernos raras veces. Con todo, el temor al apunte personal puede superarse. Basta con hablar de sí mismo en tercera persona; él queda expuesto a cualquier confusión y sólo resulta reconocible por el propio escritor. Con ello se corre el riesgo de que esos apuntes caigan más tarde en manos de gente que no pueda diferenciar entre las distintas terceras personas y así, mediante falsas interpretaciones, arrojen una luz perversa e inmerecida sobre el autor. Quien esté interesado en la verdad e inmediatez de lo que va escribiendo, quien ame el pensamiento o la observación en cuanto tales, asumirá este peligro y reservará la primera persona para ciertas ocasiones solemnes en las que el hombre no puede ser sino yo.
Sin embargo la tercera persona de Canetti no confunde, cuando escribe sobre sí mismo en tercera persona es como un niño que se tapa los ojos y dice que no está.