viernes, 9 de abril de 2010

Gardel y dos sillones de orejeras


Desde hace casi veinticinco años he debido terminar unas cien veces poco sobria o borracha, feliz y desesperada, riéndome y llorando al unísono, pero siempre oyendo a Gardel, en ese salón que ha cambiado de calle, pero que, esté donde esté, preside Carlitos.

¿Qué habrán oído en estos veinticinco años esos dos sillones de orejeras además de a Gardel?

El ruidito de los surcos y nuestras voces, ya delgadas, más mansas, pero que no disimulan convicciones furibundas de vez en cuando, habrán oído, muchas veces, la lista infinita de frases que nombran las cuatro cosas que consideramos irrenunciables, y los nombres de las personas a las que queremos juntos, estén donde estén: Danae, Antonio, Manuela, Roberto, Mauricio, Carmen, Rosendo, Nacho, Pardeza, Teresa, Mila, el germen de los viajes importantes, y el poema feliz de algún panadero, conocemos a muchos panaderos poetas, alabanzas y también denuestos, amores y desamores al fin, nostalgias, dolores, buenas intenciones, títulos, nombres, más poemas, resignaciones, miedos, fracasos, voluntades, muchas metáforas, fechas, esperas, planes, propuestas.

Cuando se cae la foto de Gardel, que está enganchada en un cristal encima del armario de las copas, tengo que auxiliar al maestro, me mira asustado, pone cara de terror. Y, cuando oigo que hay que amueblar bien la cabeza, o la vida, siempre me acuerdo de esos dos sillones de orejeras entre los que he crecido.


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