Cuando una canción decide perseguirte, ya se sabe, has perdido la cabeza, estás a su servicio, no la has elegido, te ha elegido y va a asaltarte hasta en sueños. Me gustaría leer algo interesante sobre este tema tan común.
Las persecuciones, inexplicables, algunas horrorosas, otras divertidas, todas agotadoras, no siempre son individuales. No es que pretenda meterme en un jardín, interesante por otro lado, hoy no voy preguntarme cómo afecta el ritmo de los himnos y los salmos a la conducta. Es suficiente con recordar aquellas navidades: terminamos ocho o diez personas cantando por todos los rincones, día y noche, el Juanita Banana.
De perdidos al río. Ya van cuatro o cinco días, ¡me canso!, veamos si es verdad que las obsesiones se ahogan en sus propios excesos y termino pillándoles manía a los Vetusta. Y si no lo consigo con esto me pongo el Juanita Banana, me cago en diez.
(luego están las otras condenas implícitas, la de no poder quitarme del todo de barroca ni de popi)
1 comentario:
Interesantísimo el tema de las canciones que se pegan y que ni el mejor disolvente consigue diluir. Te acuestas con ellas y con ellas te levantas. Contagias la tonadilla a todo aquel que se cruza contigo y además, como peor es la canción, más se pega.
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