miércoles, 10 de diciembre de 2008

Sobre inabarcables patios interiores


 

Ayer me quedé encerrada en la galeria durante una hora. Contaba con una ventaja, sabía exactamente cuando iba a ser rescatada. La tía Pili  cumple a raja tabla con sus relojes. 


 Estar encerrado siempre inquieta, enumerar sin embargo tranquiliza, así que jugando a Casa Tomada me di cuenta de que no había tenido mala suerte con aquél rincón: había agua, un jamón con su cuchillo, estaba el frigorífico, abundaban las naranjas, las manzanas y las cebollas, la cerveza sin alcohol y el fairy. Tenía tabaco en el bolsillo, fuego,  y llevaba la toquilla puesta. Una vez tranquila abrí un poquito la ventana y me puse a mirar el patio de luces, estaba lloviendo, así que también había música. Era agradable el sonido del agua sobre el tejadito de plástico verde de la vecina. 


Siempre me han fascinado esos túneles verticales. Las fachadas de los edificios son la máscara, los patios de luces son un íntimo y variadito crisol. Allí se sabe uno distinto: nadie piensa en las flores  de la su vecino cuando elige las rallas de su cortina. Ni cuando hace una confesión cromática  con cada colada. Paradójicamente, la gran paleta de los patios interiores debe su intensidad a ese gris perpetuo o blanco lechoso que los ilumina. 


En casa de mi tía, en Barcelona, el ascensor pasa por un patio así. Yo dormía en aquella habitación cuando era pequeña y  me sentía tomada por una imaginación parecida a la de Emma Bobary, aunque no  la conocía, cuando el ascensor subía o bajaba a mitad de noche: ¡qué bailes de cenicienta, qué enigmas! 


Superada  ya del todo la posible crisis del encierro me he sentado en la banqueta de la esquina, entonces me he dado cuenta de que esos tres cuartos de hora que quedaban eran un regalo. Llevaba en la mano a Ángel González y no lo había visto hasta entonces. Muy estrecho este rincón de la banqueta. Y que me gusta sentarme en las encimeras, mejor al lado de las manzanas. Cuando quité el dedo gordo, casi dormido, del centro del libro, señalaba este poema: 

 

Ilusos los Ulises

 

Siempre, después de un viaje,

Una mirada terca se aferra a lo que busca,

Y es un hueco sombrío, una luz pavorosa,

Tan sólo lo que tocan los ojos del que vuelve.

 

Fidelidad, afán inútil.

¿Quién tuvo la arrogancia de intentarte?

Nadie ha sido capaz

-ni aun los que han muerto-

De destejer la trama

De los días

 

Leí muchos más. Y tuve más de tres cuartos de hora, la tía Pili volvió a y diez. Dice que mi madre acababa de fregar el suelo y habia estado esperando a que se secara. ¡Qué delicadeza!


La imagen es de Grace Fully

5 comentarios:

Bárbara dijo...

nuestras ventanas dan al mismo patio interior, Ángel González mediante...

SATSUMA dijo...

Martina..qué alegría me has dado!Tu comentario, regalo de cumpleaños!Es un poco desastre la xilografía, es la primera que hago...pero pasé tan buen rato este puente constitucional con ella....Muchos besos!!

Miguel Baquero dijo...

Impresionante, Marta. A mí también me fascinan esas galerías acristaladas.Tuviste suerte de quedarte encerrada en aquel rincón.

Con esa musica. Tabaco y una toquilla.

Precioso el texto.Literatura sana y buena desde el título, magnífico como siempre, hasta esa pequeña y humorística anécdota de la tía que llega tarde porque acaban de fregar. Ese pequeño toque cotidiano que nos hace volver de un retiro mágico.

Lo has bordado.

Araceli Esteves dijo...

Nadie como Ángel González para compartir un encierro. Será la sincronicidad, pero últimamente la vida es muy Ángel González, muchos somos los que le leemos... será que Dios nos cría y el viento nos amontona. Un abrazo

strongboli dijo...

Es verdad, qué pasa con Ángel González? Sale por todas partes...
Esto de quedarse encerrado es divertido, si te lo tomas con calma, como tú, estás libre de toda obligación durante un rato, y eso es impagable. Una vez se me cerró la puerta gracias al viento cuando iba a la azotea a tender la ropa, y con las llaves dentro. Me quedé en albornoz y zapatillas en el rellano de la escalera durante hora y media, porque era agosto y no había ningún vecino disponible. Me senté en el suelo a esperar, tenía otra cosa mejor que hacer. Cuánto habría pagado por tener un libro (o quedarme encerrado en la galería, como tú...).