viernes, 19 de octubre de 2007

¿Dos anécdotas?


1

No sé si era ansiedad, pero a media mañana no podía soportar el hambre y ya me había comido mi almuerzo, a veces, después de reunir mucho valor, abría un poquito el papel y me comía un cachito diminuto del bocadillo de alguien. La trasgresión ya me colmaba, soy de transgresiones pequeñas, unas cuantas todos los días, pero diminutas. Teníamos quince años ¿quién no iba a saber de mis maniobras?. Aunque lo recuerdo milimétricamente todo no me recuerdo apenas a mi misma, solo sé que la chaqueta era muy gorda, y gris, y que se me caía de los hombros, me recuerdo como una silueta desordenada que leía Rayuela y a José Donoso tirada en el porche siempre muerta de hambre, y nada más.

Sospecho que nadie me creerá si describo una sala de estudios de entonces. ¡La que pueden montar cincuenta adolescentes fumando al mismo tiempo!. Siempre envidie esa maestría con que Lezama hace crecer una raya de tiza, yo nunca sabré hacer nada con aquel montón de humo.

Entre la humareda aparecieron con un croissant caliente y me dijeron:

-Toma, para ti.

Y después de que lo engulliera con auténtica gula, no tanto de dulce como de aquella amabilidad tan extraña, nueva, deliciosa, dijeron a carcajadas:

-Estaba en un radiador, todo el mundo que pasaba escupía encima.

2

Creo que las clases acababan a las cinco, pero entonces salía el autobús del otro pueblo, nosotros nos quedábamos con el bedel, nos dejaban abierta una sala y allí nos sentábamos, en el suelo, en fila, a esperar 45 minutos. Nunca entendimos porque los traían más tarde y los devolvían antes, pero nadie se quejó.

El bedel era un despistado y yo sabía que el cliche del examen de francés estaba en el cesto. Me colé en la oficina mientras él iba a buscar algo, en los pocos minutos que dejó la puerta abierta me escondí debajo de aquella chaqueta enorme un buen puñado de cliches entre los que estaba, sin duda, el examen del día siguiente.

El pacto fue:

-Tu consigues el cliche y nosotras rellenamos las respuestas y te pasamos la copia, a las ocho, en el Ayuntamiento

Al día siguiente copie las respuestas, aunque había cosas que me sonaron raras. Saqué un cero, ellas un diez cada una. Como colmo me dijeron que no sabía ni copiar.

3

Cambié de instituto al curso siguiente, me fui a estudiar a Zaragoza. Y todavía ahora, casi treinta años después, sigue pareciéndome extraño que esas dos historias me impulsaran de un modo tan claro : fue la primera vez que me fui. Entonces tampoco sabía que me seguirían inquietando siempre.

Ellas son ahora profesoras de instituto, y supongo que serán buenas profesoras, aterrorizadas por la violencia escolar.

2 comentarios:

la luz tenue dijo...

Ay, la adolescencia, ese tiempo en el que no se disimula nada, ni siquiera la maldad...

Jesús Alonso dijo...

¿sabes en qué instituto están? Puedo matricular a algunos que conozco.