martes, 19 de junio de 2007

Rafael Cid o los sanadores que escriben.




Hace tiempo que me apetece hablar de Rafa, o pensar con los dedos en Rafa, ahora tengo una coartada, enlazar su blog: Camino hacia la nada. Rafa es mi médico de cabecera. Pertenece a una reputada saga, la de los de médicos que escriben. No hay una línea nítida entre ver, hablar, vivir, leer, pensar, pasear, sentir o tomar café para Rafa, todo lo teje, y te va describiendo el dibujo con asombro. Y el asombro, que duda cabe, es buen abono para el sentido.

Acostumbrado a empatizar con tantos no necesita malabarismos para salir de sí. A veces te da noticias impresionantes: un buen día logra ver a su mujer, o a sus hijos, o al propio Rafael Cid, o su oficio desde otra esquina, y como si diera una nueva puntada que cambia hasta la urdimbre, lo cuenta, con la misma energía que si si hubiera ido a otro continente y tuviera que resumir muchas impresiones en un telegrama, siempre tengo la impresión de que viaja y viaja continuamente..

Rafa fue médico de un pueblo en Teruel durante muchos años, fui a comer y conocí a Marian, su mujer, cercana, alegre, inteligente, y a sus hijos, adolescentes inquietos pero melómanos, acababan de irse a vivir a Zaragoza los cuatro, estaban negociando pros y contras, unos alababan la corte, otros la aldea, y a ratos se cambiaban los papeles. Me sentí en el paraíso en aquella casa con jardines y terrazas que llegaban a un río, mientras sonaba un poco, bajito, un violín.

Rafa también es un internatura perdido desde hace muchos años. Sabe todos los secretos sobre formatos de vídeo, bases de datos, buscadores, intranets, y tiene todos los programas. A veces le dejó notas extrañas en admisión, en lugar de “necesito tepazepan” recuerdo que puse un día “S.O.S. necesito urgente Dreamweawer 5.0, hazme una perdida cuando salgas”. Otro día se vino a casa con todas las armas, era un domingo a las doce de la noche y Blanca y yo nos estábamos volviendo locas con el formato de unas entrevistas.

Cuando voy a su consulta, hace tiempo con el ánimo por el suelo, ahora con algún dolorcillo menudo, primero le da la vuelta a mi cabeza, para eliminar la posibilidad de una hipocondría, y luego le presta mucha, mucha atención al trocito que me duele, pero poco rato, siempre me ve sana.

-¿Rafa tengo fiebre?; tener tanto calor no es normal.
-Bueno pero tampoco es fiebre, tienes unos grados de más, eso es todo, te acostumbras y listo

Y luego me habla de un poema de Borges, o de la brevedad, o del gesto de un paciente, o de una abstracción, o de la vejez, y lanza tres, cuatro imágenes muy concretas, justo las que necesitaba para salir en perfectas condiciones de la consulta. Con tiempo para pensar por dónde seguir la conversación luego, cuando salga a las tres y media o las cuatro y él se tome el vermut y yo un café.

Y con esto empiezo una galería de retratos que me apetece escribir, los de los amigos que me llevan a pasear entre olivos, los que después de comer me llevan a buscar trilobites.

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