Workman Ryan
Esta semana me he encontrado con dos
prejuicios sueltos que me apetece rebatir.
Alguien dijo ¿escribes o enseñas a
escribir? Y no contesté, aunque tengo argumentos, porque ese día
estaba de muy buen humor y lo dijo alguien que me cae bien, pero me
quedé rumiando.
Otro día, otro, me dijo que la vida
sólo merece la pena hasta los treinta años. Y la afirmación, que
provenía de alguien de cuarenta y tantos, también me ha estado persiguiendo.
¿Por qué se supone que no se puede
aprender a escribir y a vivir? A cocinar, a pintar, a programar, a coser, a hipnotizar, a hacer
el pino, se aprende, pero mire usted por donde, a escribir y a vivir
parece que no es posible.
Cada vez me gusta más enseñar a
escribir. Recorrer minuciosamente las palabras de otro con otro tiene
algo de sastrería, hay que meter la tijera entre lo que quería
decir y lo que dijo y conseguir ,primero que no duela, y luego que
no se vea la costura. Este trabajo también consiste en diagnosticar
las partes del lenguaje que cada uno tiene dañadas y recomendar
libros buenos para curarlas. Aprender a enseñar a escribir ha sido
un camino largo, he buscado recursos durante 30 años, decidí pronto
que eso era exactamente lo que quería hacer(¿el día que me dijo mi
madre “deja a la gente en paz, si no quieren leer que no lean”?)
Eso de que en las escuelas de escritura se castra a o los alumnos y
se les impone un estilo quizá suceda, por aquí es justo al revés,
lo que pretendo es encontrar lo que hay de único en cada uno, sino me aburriría.
Últimamente todo apunta desde todos
los rincones a la palabra narrar, supongo que de tanto uso van a
marearle los sentidos.
Alma, la bosnia a la que
conocimos estas navidades, terminó de cuajar nuestra certeza de que la narración puede ser una
curación y encajaron muchas piezas del proyecto de toda la vida. Cuando
oigo hablar de las nuevas narrativas me acuerdo de Walter Benjamín y
me hago esa pregunta tan exacta de Carlos Fernández Liria : Qué
era preciso conservar, para que siguiera mereciendo la pena cambiar
Por escrito o verbalmente no dejamos de
narrarnos. Desde luego no tenía razón el que dijo que la vida no
merece la pena después de los treinta, pero hará todo lo posible
para tenerla. Lo mismo que yo, que estoy empeñada en contradecirle con hechos. Y es una afirmación pendeja la del titular del país
de ayer:
La felicidad empieza a los 50, pero yo, que me acerco, no
cambiaría por nada lo que he averiguado. Además práctico un
revoltijo de relaciones que van de los 20 a los 90 y a todos los
quiero mucho, pero no tengo duda: con la edad se aprende a contarse mejor. En cuanto a los dolores, ya sabemos, no hay quien se libre, de los jóvens prefieren el ánimo y de los viejos el cuerpo.
P. D. Un ejemplo.María Jesús que tiene 60 no tenía
fuerza para subir las persianas y estaba aterrorizada. Ahora que
Concha es su médico ya puede, los médicos que son amigos curan más
rápido. Y sufre porque no podrá segar la hierba, pero su
sabiduría ha convertido la casa en la casa de la hortaliza y la
palabra, hortelanas sobran para cortar el césped a cambio de oírla
perorar.