miércoles, 28 de noviembre de 2012

Tendencias oníricas



Ángels Ribé



En la pesadilla sonaban sin cesar Los Beatles, Elvis Presley y Sabina, yo estaba atareadísima porque me habían mandado copiar La conjura de los Necios, y todo esto sucedía en unas sala muy grande,  decorada con cuadros de Frida Kahlo  y Barceló. Había descansos en la tarea, entonces me ponían una bata blanca, como la de la escuela, me hacían coletas y, en una caseta muy pequeña con una televisión gigante,  tenía que ver mucho rato a los payasos de la tele, a Marco y a Heidi pegando berridos y  mezclados.

Eso me pasa por seguir con la lista de las cosas que no me gustan. O quizá por haber tenido desde la infancia cierta culpabilidad cuando aquello bendecido por la mayoría me desagradaba: ¿Cómo se va a sentir una niña a la que los payasos de la tele ponen tan nerviosa? No coincidir con los gustos de los demás hace sentir como un perro verde, y no sólo en la infancia. Aunque con los años aprendes a callarte. ¡No quiero acordarme de cuando casi enfermé leyendo La Conjura de los Necios! No podía ni tomar apuntes en clase sin que se manchara la escritura con el rumrum de la prosa de Toole. Pero lo peor fue contarlo en pleno fragor, cuando todo el mundo adoraba la novela. Años después B me contó que le había pasado lo mismo y no fue lo de menos compartir esa reacción alérgica en los cimientos de nuestra amistad.

No voy a seguir, no tenga que soñar con esa cuadrilla otra noche. Supongo que nos pasa a todos, tendemos a de correr riesgos inútiles con nuestro cerebro. Pero he renunciado a hacer demasiadas cosas para luego no tener que soñarlas y ahora no me voy a jugar la circulación neuronal.

La primera vez que tuve conciencia de que necesitaba higiene mental  fue con el ajedrez, en concreto con aquel ajedrez inteligentísimo  que mi padre trajo a casa cuando tenía diecisiete y que me tuvo en jaque hasta los veintinueve. Soñando  con danzas de caballos y reinas resistentes y mates. Achicharrando a Roberto y a José Manuel con otra, y otra, y otra, para poder ganar alguna vez. Ya no he vuelto a jugar más. Aunque recuerdo la partida diaria con Roberto como una de los mejores hábitos de pareja,  de los que permiten ahondar en el conocimiento sobre uno mismo y sobre el otro.

La segunda vez fue cuando se me ocurrió montar Escuela de Escritura sola y aún no estaba casi inventado Internet.  Siempre me iba a la cama después del corta y pega preguntándome si este invento era infinito o no, abarcable o no, pero sobre todo seguía con la navegación mostrenca en sueños. Y también tuve que dejarlo en medida de lo posible. 

Hace poco tuve otro episodio injustificado y hermoso. Mis sueños han estado unos días llenos de hojas secas y alfileres. La cosa empezó cuando cogí unas cuantas hojas de melocotonero y de guindo para que Miguel las diagnosticara y las guardé en el cuaderno con tapa de Frida Kahlo que me había traído Amanda. Al día siguiente se me fue la mano y llené el cuaderno, que se transformó en un acordeón de hojas molineras,  poco después de volver se fueron saliendo, ya secas, y las empecé a colgar con alfileres al lado de la cama. No sólo se mueven cuando soplo y hacen sombra en la pared, poco a poco, cada una ha ido tomando otra identidad y  ahora se parecen a los conocidos. Si tuviera cámara les haría una foto. Mas no.


Tiene sus rincones buenos las neurosis oníricas: algunas noches sueño que leo y al despertarme me parece evidentísimo que me estaba leyendo a mí, y algunos días escribo con la impresión de hacerlo para tener qué leer mientras duermo.

miércoles, 21 de noviembre de 2012

Y los puntos de vista



Molly Taylor



Se le pasaba la vida en felicitarse.

Escribo. Podría estar mejor escrito pero ahí lo dejo. Luego me pregunto cuantos de mis conocidos se podrían dar por aludidos con esa frase. Me parece un asunto tan enjundioso que dejo de escribir. Se me va el santo al cielo, me pongo a hacer otras cosas. Pero cuando vuelvo a sentarme sale otra frase disparada:

Y tanto se disfrazaba que por mucho que lo desnudásemos sólo lo veíamos a él.


Hay que andar con mil ojos y doscientas mil orejas.


Por qué dicen “cambios en profundidad” y no “cambios profundos”. Todo plagado de venenosos matices.


Dale, me enseñas tu mundo y luego te enseño yo el mío.

Me he vuelto a acordar de que se va a ir Carluchi porque he leído en fb que también se va Paula, una amiga chilena, y me he puesto a pensar en los largos plazos y en los buenos pactos. Ni modo, bien que mal cumplimos. Veinte años, entre unas cosas y otras, nos costó la vuelta.

Es un lujo tener una doble vida. Le digo para animarlo. Y un segundo después me doy cuenta de que además de decirlo lo creo. ¡Qué mejor que otro tú, a quien has prestado mucha atención durante todos estos años desde aquí, te esté esperando allí! ¡Quién os viese saludaros!

El ph nómada-sedentario.

Debería existir un medidor que nos pusiera de colores dependiendo de nuestra relación con el espacio y el tiempo. 

Yo me pediría ser ph7, para poder mirar a los dos lados. 

martes, 20 de noviembre de 2012

La palabra es el único pájaro que puede ser igual a su ausencia



Caleb Charland


O bien podría decir, abducida por Roberto Juarroz.


¿Por qué las hojas ocupan el lugar de las hojas
y no el que queda entre las hojas?
¿Por qué tu mirada ocupa el hueco que está delante de la razón
y no el que está detrás?
¿Por qué recuerdas que la luz se muere
y en cambio olvidas que también se muere la sombra?
¿Por qué se afina el corazón del aire
hasta que la canción se vuelve otro vacío en el vacío?
¿Por qué no callas en el sitio exacto
donde morir es la presencia justa
suspendida del árbol de vivirse?
¿Por qué estas rayas donde el cuerpo cesa
y no otro cuerpo y otro cuerpo y otro?
¿Por qué esta curva del porqué y no el signo
de una recta sin fin y un punto encima?





El centro no es un punto
Si lo fuera, resultaría fácil acertarlo
No es ni siquiera la reducción de un punto a su infinito

El centro es una ausencia
de punto, de infinito y aun de ausencia 
Y sólo se acierta con ausencia.

Mírame después de que te hayas ido,
Aunque yo esté recién cuando me vaya
Ahora el centro me ha enseñado a no estar,
pero más tarde el centro estará aquí.





Detener la palabra
un segundo antes del labio
un segundo antes de la voracidad compartida,
un segundo antes del corazón del otro,
para que haya por lo menos un pájaro
que puede prescindir de todo nido.

El destino es de aire.
Las brújulas señalan uno solo de sus hilos,
pero la ausencia necesita de otros,
para que las cosas sean
su destino de aire

La palabra es el único pájaro
que puede ser igual a su ausencia

viernes, 16 de noviembre de 2012

Pienso a pedazos porque me distraen muchas cosas


Guiseppe Penone




La madurez verbal también era esto

Las palabras que con los años van perdiendo el sentido, se vuelven primero mates y luego van poniéndose transparentes hasta el punto de no significar absolutamente nada. Le ocurre a “cobarde”.  Le he preguntado a “valiente”  tantas veces qué significa “cobarde” que se están borrando las dos.

También me pasa con fuerte y débil, pero menos, a esas las eché al lavabo para quitarles la mugre cualitativa y han quedado llevables. 

Higiene mental.

Para combatir el estúpido nacionalismo hay que procurar sentirse extranjero en cualquier lugar, en cualquier país. A todas horas.

Urgencias

O llegan  metáforas nuevas o el paciente se nos muere.


Me persigue la belleza.

Ayer me llamaron porque había sido afortunada con un lote de mil euros en tratamientos, luego Avon llamó  a mi puerta treinta años después, y mis contemporáneas, de un tiempo a esta parte, repiten con mucha ternura:

-No mujer, entiéndeme, si yo sé que eres muy cuidadosa y te cuidas mucho por dentro, digo por fuera.

Puedo entenderlo porque me avisó M Jesús, menos mal, así me voy por los cerros de Úbeda y esquivo la pregunta amarga ¿tan mal me ven?  La nunca bien ponderada avisadora me contó:

-Empezaron a cambiar, se empezaron a poner muy nerviosas, tendríamos tu edad ahora. Yo volvía siempre a casa ,después de mucho té en la plaza del juzgado,  un poco acongojada. Tenía una intuición desagradable, pero era algo que no sabía concretar hasta que un día, eureka, me miré al espejo y caí en que el problema era el pelo blanco. ¡Claro, coño! yo seguía teniendo mi edad y a ellas les empezaban a desaparecer arrugas, algo fallaba, como espejo  yo era un horror.

La Chanson

La reencontré anoche, hacía tiempo que no me dormía tan alegremente acunada. La voz de Iggy Pop es una de las dos voces que mejor me acarician las entretelas. Hasta da igual lo que digan.

miércoles, 14 de noviembre de 2012

Trasciende toda geometría




Juan José Aquerreta


Ni idea de donde leí las declaraciones de una viuda que contaba que lo que más compañía le hacia era leer los  libros que leyó el finado, llenos de subrayados y anotaciones. Debe ser una pulsión muy vieja la de dejar herencia, aunque no se sepa aún a quien. Lo de la viuda me reafirma en la ilusión de que, cada vez que empuño el boli y subrayo, estoy hablando con alguien dentro de un tiempo

Lo de los planos,  escribí al margen de una anotación de Canetti titulada Acerca de la metamorfosis, en la que habla de esos momentos de absoluto. Cuando no sucede nada y todo cambia. En este caso Canetti se encuentra a la repartidora del gas que pasa a su lado a gran velocidad con una camioneta y de pronto descubre que es él quien ha pasado a gran velocidad con una camionerta al lado de la repartidora. Habla de cuando se trastornan los planos en los momentos de muda y se anclan de un modo indeleble en la memoria todos los detalles.

Uno quisiera escribir tanto como sea necesario para que las palabras se presten vida unas a otras, y tan poco como para poder tomarlas uno mismo en serio. Decía un poco más abajo.

jueves, 8 de noviembre de 2012

Ruidos, reencuentros, reseñas, extrañezas y obviedad





Para empezar, pensar no es llegar a conclusiones, es más bien todo lo contrario.

Solamente se ha entendido algo cuando se es capaz de explicarlo de una manera sencilla. Para alcanzar esa aprehensión es necesario haber mirado todos los elementos que componen ese algo con extrañeza, por obvios que parezcan.

¿Lo de arriba es obvio?

Son suculentas las certezas

Teniendo en cuenta únicamente el placer de esta semana no me queda ni una sombra de duda: yo he nacido para escribir reseñas.

Menos mal que he vuelto a hacerlo.


Y luego que son incompatibles la exactitud y el cariño 

-Como no, en el Francisco II, claro, es nuestra pista de aterrizaje

-Tú nos esperas allí que nosotros iremos antes a comprar.

Me dice el rubiux todo serio desde Sudan. ¡Si tendremos ganas de vernos que fijamos día, lugar y hora  y casi la lista de la compra con casi dos meses de adelanto!
  


¡Quiero ser yo la sorda y que sea mi vecina la que oye mi televisión!

Sé perfectamente de dónde sale esa sonrisa beatífica de Elena, el silencio debe ser así, como su sonrisa: una bendición.

Elenita es mi sorda preferida, para empezar decidió dedicarse a la radio y en la ser ha ejercido durante un cuarto de siglo. Además es sinestésica, eso es un chollo para alguien que escribe, patidifusas nos dejan sus  metáforas.

Con frecuencia hablamos Elena y yo de su sordera y de mi exceso de oído, ¡si pudiera darle cuarto y mitad! Tengo que conseguir unos tapones. Es enloquecedor oírlo todo, el edificio entero. Sé cuantas televisiones hay encendidas,  cuando sube el café al final de un pasillo larguísimo, intuyo que algo va mal cuando las dominicanas del cuarto no arman quilombo, sé que el padre del otro bloque se ríe más con la hija pequeña, que el del tercero izquierda hace gimnasia en el salón desde que murió su madre, que es Iñigo el que empieza las sesiones de llorar y luego lo siguen sus tres hermanos …voy a dejarlo. Tendré que ver la misma película que Pili, hasta las doce menos cuarto no se va a la cama, no tengo alternativa.

martes, 6 de noviembre de 2012

Unos espárragos y demasiado siglo XIX.











...También es Charles Ephrussi quien compra a Manet un cuadro con un manojo de espárragos por el que el pintor pide ochocientos francos, él le envía mil y el pintor le corresponde días después con otro cuadro con un solo espárrago acompañado de una nota: Parece que éste se soltó del manojo. 


Estaba escribiendo la reseña de "La liebre con ojos de ámbar", un libro muy recomendable cuyo estupendo autor, Edmund de Waal, es de profesión ceramista, pero el párrafo de arriba y los espárragos se me querían venir desde hace un rato aquí.

Ya sé por qué me desmayé ayer, fue una sobredosis decimonónica, consecuencias de la pesada digestión Bovary: ¡Todo lo que se ha escrito sobre esa mujer! y lo que es peor ¡todo lo que me he leído las últimas semanas!¡cómo no va a afectarme!

El desmayo estuvo tres bien. Me dejó relajadísima y extrañada: no recordaba tanta paz. Sentí algo muy raro. Busco cómo describírmelo y me sale una simpleza: fue como venir de un lugar más hondo que el sueño y sin nada, y sin tiempo, en el que estaba muy a gusto. Quizá una petit mort sin connotaciones eróticas pero sí francesas.