martes, 11 de junio de 2013

Llorada



Patrick Gonzales


Quería escribir sobre llorar. Contar bien ese sábado, hace un par de semanas, pero todas las ideas se me ocurren en la cocina y se me pierden por el pasillo, que es muy largo. Estoy segura de que escribo mejor en verano porque tengo el ordenador al lado de los pucheros y es más cercano el trajín de raíces, y se me exacerba la libido vegetal.

Vives como una monja, me repite el nunca bien ponderado Escarpa:

-Cocinas, cultivas y peroras.

Cuando me levanté aquél sábado vi conectada a una amiga y le pregunté qué hacía:

-Llorar, me contestó, ¿y tú?

Aquellas palabras fueron para mi  ánimo como una propuesta de pic-nic..

-Pues voy a llorar también.

Hasta entonces no sabía que abrir el grifo no era así nomás. Sobre todo después de tanto tiempo de no hacerlo. Creo que por lo primero que lloré fue por la nostalgia de una época en la que lloraba un poco todos los días, después ya lloré por todo, por todos y de todo. De rabia, de pena, de impotencia, de tristeza, de angustia, de ternura y de alegría. Por el presente, por el pasado, por el futuro, por lo que dije y lo que no dije, por los sentimientos violentos que me desgarran viendo los informativos, de amor, por el odio, de miedo, de soledad, de desesperanza, por la distancia, por la impotencia otra vez, por las muertes, y por tonterías. Lloré como en la adolescencia, o como en las buenas borracheras (la última vez fue con Miguel, Mila y Javier,¡qué rico reír y llorar junto! ya hace mucho) Llorar es adictivo,cuando parecía que amainaba tuve ganas de seguir y me puse la carpeta de la música que me hace llorar. Ocho horas, una jornada laboral entera llorando. Como si hiciera los deberes. Para no correr el riesgo de desbordarme a destiempo. Antes, siempre lloraba cuando tenía razón.


Lloré también por la incapacidad de escribir una buena enumeración sobre tan importante asunto.