viernes, 10 de abril de 2015

Una higiene vaporosa: el silencio.





Mira Shendel




El silencio me lo enseñaron entre Blanca y Carlos. Ese indio podía pasar muchos días sin hablar, hasta que en el momento menos pensado paraba el tráfico de la casa:

-Me pueden escuchar, tengo algo que decirles.

Y lo escuchábamos tres o cuatro horas porque merecía la pena.

Me costó mucho aprenderme el silencio, arrancarle la etiqueta de “tensión” que llevaba tan pegada. Tampoco me ayudó que estuviera por allí Joselin raca raca raca, explicándome que estaba intoxicada de cháchara.

Luego aprendí a zambullirme en los días sin palabras. Aprendí a separarme de mi rumrum mental y palabrero como de una grasa que me estaba tapando los poros y dejándome sorda. Dejar de emitir es como llevar el cerebro a la sauna para que respire.

A mí también me gusta decir a la vuelta.

-Me pueden escuchar, tengo algo que decirles.