miércoles, 15 de septiembre de 2010

Árboles de fuego, esponjas trepadoras, jabón de tajo y un poco de hipocondría.




Acaban de llegar las doce semillas de árbol de fuego que nos ha regalado Gonzalo. Me parece una gran aventura invernal hacer que germinen, en las instrucciones dice que hay que ponerlas en agua hirviendo para que salgan de la cáscara y esa primera fase me tiene inquieta. Tatiana y yo llevábamos tiempo bromeando con que nos íbamos a preparar una sombra en el molino para cuando fuéramos viejas, pero no se nos había ocurrido soñar con una sombra roja. "A la sombra del flamboyant" ¡qué título!

Entre otras muchas han llegado también semillas de esponja ¡Menudo paso hacia la autosuficiencia tener una trepadora que da esponjas y saber hacer jabón! Empiezo a tener ensoñaciones: ya me veo haciendo jabón de tajo con lavanda entre árboles de fuego. Me enseñó la abuela, María Jesús, que era su vecina, me habla con metáforas arborescentes de ella.

-Parecía una sombra Raimunda, casi no se le notaba, pero era como un roble de fuerte, nos influía a todos, sabía hacer muchas cosas y era buena pedagoga.

Y siguiendo con lo del jabón me contó la historia de una chica a la que llamó su abuela porque le había preparado un regalo, su herencia, y se encontró con un cargamento inmenso de jabón de tajo, la señora había calculado el suficiente para que le durara hasta que se muriera. Había tanto jabón de tajo que la muchacha tuvo que renunciar a un armario, buen trozo de la cocina y a medía habitación de su hijo para guardarlo.


Como me urgen chistes sobre la hipocondría me acuerdo con frecuencia de Alberto.

-¿Eres hipocondríaco verdad?

Le pregunté después de oír la letra en la que dice “ay dolor, dolor...ay dolor que avisas de un error”

-Tan hipocondríaco que una vez me fui a morir a casa, jueves era.

Habían repartido en la universidad un folleto con los síntomas de la meningitis. Después de leerlos comenzó a tenerlos todos y claro, se fue a su casa a morirse, cuando llegó a su pueblo se encontró a su madre en la calle y ella le dijo, como si no tuviera ninguna importancia el inminente deceso del hijo.

-Ve a casa y tómate un termalgin, que yo tengo la vez en la peluquería.

¡Su propia madre!


P.D. Vladimir dame instrucciones para criar estos árboles de fuego, que yo no me atrevo a escaldarlos así como así.