sábado, 11 de julio de 2009

Sábado: las lecturas irreversibles.


Alguien, inocentemente, se remontó al génesis y me preguntó por los primeros síntomas.

He aprovechado para hacer de esa pregunta una regresión lenta.

Me voy contestando poco a poco y hoy he pensado que Carson McCullers fue pronto, no sé cuando, pero muy pronto, un síntoma bien agudo.

No era para leer y pernoctar la densidad del personaje de Amalia, aquella tabernera introvertida, fuerte, huesuda que, vestida de novia, cruza un día en cuatro garradas la plaza que va hasta la iglesia desde su café triste. No dejaba indemne intuir a alguien doblegado por un calambre vital así, hipnotizada primero por el traje de boda y luego por la contrahechura alegre de su primo

Un fragmento y la recomendación de leer y releer La balada del café triste.

Un hilandero que no ha estado pensando toda la semana más que en los telares, la comida y la cama, bebe de aquel whisky y tropieza con un lirio silvestre. Y toma el lirio en su mano, se queda contemplando la delicada corola de oro, y de pronto se siente invadido por una ternura tan viva como un dolor. Podrá sufrir, podrá consumirse de gozo, pero la verdad ha salido a la luz: ha calentado su alma y ha podido ver el mensaje que estaba oculto en ella

Carson McCullers