Yo tenía más
osadía y utilizaba más especias, ella se gastaba un control absoluto de los
tiempos del fuego. La última vez que hice migas masivas, en el
Molino, también estaba Gonzalo, y dice que estaban igual de buenas
que las de esta noche, pero es mentira. En medio de un lío de treinta
personas (aquel día vino Iraida) la Arse me daba instrucciones por
el skipe. La puedo oír en
medio de una revolución, diciéndonos lo que tenemos que hacer.
-¡Mantened la
atención! ¡cuidaros!
-No las mojes
más, que estás haciendo una papilla, tienen que quedar esponjosas
-Improvisa si
quieres pero las migas se mojan la noche anterior, hay que dejar que se
pongan huecas en el trapo, si se quedan secas puedes rectificar, pero
si se quedan hechas una maseta ya me dirás tú.
-Ala pimentón,
cuánto exageras, hija mía, exageras con todo, un poco de medida Y
para mí que les echas demasiada cebolla.
Ésta noche, mientras se freía la cebolla y yo regaba casi podía oírla:
-Te quedarán
buenas pero no en su punto. Eres muy atrevida. ¡Cómo vas a hacer unas
migas en una sarten normal y sin una buena rasera! Por cierto ¿Ya te ha
devuelto la rasera Miguel? Esa rasera es una joya. Me la hizo el tío
José.
Para mi abuela la técnica de mi madre y mi tía para cortar las migas simbolizaba el fin de la civilización. ¡No se puede llegar a más!- les contaba a sus contemporáneas-¡Ahora mis hijas cortan las migas a matillazos! (lo crudo y lo cocido, quizá llevaba razón)
Luego he salido
al baño y en toda la casa se oía a Gonzalo Escarpa dando clase.
Recitaba el Cántico. (San Juan y Vallejo, San Juan y Vallejo, en eso somos muchos los que coincidimos). Max,
el gato, y yo, hemos llegado al mismo tiempo al sofá. Ya había
empezado, estaba por aquí:
8. Mas,
¿cómo perseveras,
oh vida, no viviendo donde vives,
y
haciendo porque mueras
las flechas que recibes,
de lo que del
Amado en ti concibes?
9. ¿Por qué, pues has llagado
aqueste
corazón, no le sanaste?
Y, pues me le has robado,
¿por qué
así le dejaste,
y no tomas el robo que robaste?
10. Apaga
mis enojos,
pues que ninguno basta a deshacellos,
y véanse mis
ojos,
pues eres lumbre dellos,
y sólo para ti quiero tenellos.
11. Descubre tu presencia,
y
máteme tu vista y hermosura;
mira que la dolecencia
de amor
que no se cura
sino con la presencia y la figura.
12. ¡Oh
cristalina fuente,
si en esos tus semblantes plateados,
formases
de repente
los ojos deseados,
que tengo en mis entrañas
dibujados!
13. Apártalos, Amado,
que voy de vuelo.
El
Esposo
Vuélvete, paloma,
que el ciervo vulnerado
por el
otero asoma,
al aire de tu vuelo, y fresco toma.
La
Esposa
14. Mi Amado, las montañas,
los valles solitarios
nemorosos,
las ínsulas extrañas,
los ríos sonorosos,
el
silbo de los aires amorosos.
15. La noche sosegada
en par
de los levantes del aurora,
la música callada,
la soledad
sonora,
la cena, que recrea y enamora.
16. Nuestro lecho
florido,
de cuevas de leones enlazado,
en púrpura tendido,
de
paz edificado,
de mil escudos de oro coronado.
17. A zaga
de tu huella
las jóvenes discurren al camino,
al toque de
centella,
al adobado vino,
emisiones de bálsamo divino.
18.
En la interior bodega
de mi amado bebí, y cuando salía
por
toda aquesta vega,
ya cosa no sabía;
y el ganado perdí, que
antes seguía.
19. Allí me dio su pecho,
allí me enseñó
ciencia muy sabrosa,
y yo le di de hecho
a mí, sin dejar
cosa;
allí le prometí de ser su esposa.
20. Mi alma se ha
empleado,
y todo mi caudal en su servicio:
ya no guardo
ganado,
ni ya tengo otro oficio;
que ya sólo en amar es mi
ejercicio.
21. Pues ya si en el ejido
de hoy más no fuere
vista ni hallada,
diréis que me he perdido,
que andando
enamorada,
me hize perdidiza, y fui ganada.
22. De flores y
esmeraldas
en las frescas mañanas escogidas,
haremos las
guirnaldas,
en tu amor florecidas,
y en un cabello mío
entretejidas.
23. En sólo aquel cabello,
que en mi cuello
volar consideraste,
mirástele en mi cuello,
y en él preso
quedaste,
y en uno de mis ojos te llagaste.
24. Cuando tú
me mirabas
su gracia en mí tus ojos imprimían;
por eso me
adamabas,
y en eso merecían
los míos adorar lo que en ti
vían.
25. No quieras despreciarme,
que, si color moreno en
mi hallaste,
ya bien puedes mirarme
después que me
miraste,
que gracia y hermosura en mi dejaste.
26. Cogednos
las raposas,
que está ya florecida nuestra viña,
en tanto que
de rosas
hacemos una piña,
y no parezca nadie en la
montiña.
27. Detente, cierzo muerto;
ven, Austro, que
recuerdas los amores,
aspira por mi huerto,
y corran sus
olores,
y pacerá el Amado entre las flores.
Esposo
28.
Entradose ha la Esposa
en el ameno huerto deseado,
y a su sabor
reposa,
el cuello reclinado
sobre los dulces brazos del
amado.
29. Debajo del manzano,
allí conmigo fuiste
desposada.
allí te di la mano,
y fuiste reparada,
donde tu
madre fuera violada.
30. A las aves ligeras,
leones,
ciervos, gamos saltadores,
montes, valles, riberas,
aguas,
aires, ardores
y miedos de las noches veladores:
31. Por
las amenas liras
y canto de serenas os conjuro
que cesen
vuestras iras,
y no toquéis al muro,
porque la Esposa duerma
más seguro.
Esposa
32. Oh ninfas de Judea,
en tanto
que en las flores y rosales
el ámbar perfumea,
morá en los
arrabales,
y no queráis tocar nuestros umbrales!
33.
Escóndete, Carillo,
y mira con tu haz a las montañas,
y no
quieras decillo;
mas mira las compañas
de la que va por
ínsulas extrañas
Esposo
34. La blanca palomica
al
arca con el ramo se ha tornado,
y ya la tortolica
al socio
deseado
en las riberas verdes ha hallado.
35. En soledad
vivía,
y en soledad ha puesto ya su nido,
y en soledad la
guía
a solas su querido,
también en soledad de amor
herido.
Esposa
36. Gocémonos, Amado,
y vámonos a
ver en tu hermosura
al monte ó al collado
do mana el agua
pura;
entremos más adentro en la espesura.
37. Y luego a
las subidas
cavernas de la piedra nos iremos,
que están bien
escondidas,
y allí nos entraremos,
y el mosto de granadas
gustaremos.
38. Allí me mostrarías
aquello que mi alma
pretendía,
y luego me darías
allí, tú, vida mía,
aquello
que me diste el otro día.
39. El aspirar del aire,
el
canto de la dulce Filomena,
el soto y su donaire,
en la noche
serena,
con llama que consume y no da pena.
40. Que nadie
lo miraba,
Aminadab tampoco parecía,
y el cerco sosegaba,
y
la caballería
a vista de las aguas descendía.