miércoles, 24 de febrero de 2010

Una tontería y una vanidad


Sigo aparcando con una facilidad pasmosa en los lugares más abarrotados de la ciudad.Soy una osada, cada vez dejo pasar más huecos. Sobre todo cuando tengo el tiempo justo, entonces parece que encargo la plaza de la puerta, que me sale a recibir el lugar. Puede ser una tontería, pero es poco habitual; ¡no hay tanta gente que vaya contando por ahí que tiene muy buena suerte para aparcar!

Por otro lado me apetece contar, para creerlo del todo, que hoy me ha felicitado el maestro por una reseña sobre Poe, por escrito, después de veinte y algún año. Largo periplo. Entonces me publicaban un billete de opinión una vez a la semana en El Periódico y al quinto o sexto me entró el ahogo. Es cierto que yo era una enana para semejante encargo, pero lo que me ahogó fue que, pasada la euforia de los dos primeros, cuando llegaba el martes me sentaba al lado del teléfono, muerta de miedo, esperando la llamada de Javier:

-Puntuales ¿qué es eso de los hechos puntuales? ¿los que suceden a la hora prevista? que yo sepa puntual sólo tiene que ver con el reloj.

Pero eso era pillarlo de buenas. Lo verdaderamente jodido era, es, cuando decía que no te entendía y empezabas a explicarte.

Dejé la columna aquella y nos pusimos a intercambiar manías y a pasear. Creo que es una de las decisiones más acertadas que he tomado.

Al menos lo creo hoy, que he sido piropeada.

La imagen es de Michel Batoty