viernes, 28 de octubre de 2011

Las neblinas del reposo y la memoria del azogue.


No he recordado que enfermedad tenía, mi madre tampoco, sí recuerda que tenía cinco o seis años y se sorprende muchísimo de haber olvidado la dolencia. Me pasaron al cuarto de mis padres que me parecía enorme, y miré y remiré mil veces todas las ilustraciones de la Eneida, la Iliada y El Paraíso perdido en una edición para niños ¡qué editor más chiflado! Sólo mis padres podían entrar en la habitación, pero de vez en cuando se entreabría la puerta y asomaban por la rendija ocho o diez pares de ojos de niños. Aunque todo eso lo recuerdo envuelto en neblinas, casi como si lo hubiera olvidado, si lo comparo con la intensidad del otro recuerdo de esos días. Mi padre me iba a tomar la fiebre y se rompió el termómetro, entonces su anillo se convirtió en unas gotitas intensas flotando sobre la colcha. Desde pronto se sabe de simbología y se reconoce la alquimia.

La quietud es, para caracteres como el mío, casi un regalo. Durante los últimos días alejada del mundanal ruido el único enemigo era el volumen de las almohadas, la única aspiración encontrar la postura. Y creo que estoy en condiciones de certificar que estando malo, malo, es más cómodo leer en ebook.

Claro que también fuera pasaron cosas, la más sorprendente fue que Gonzalo me preguntara de qué color tenía los ojos mi madre y mi madre me preguntara, al día siguiente, de qué color tenía los ojos Gonzalo. Me gustan las coincidencias sin finalidad y por fin me he fijado en que esos dos tienen un color de ojos bien raro.


sábado, 22 de octubre de 2011

Paul Léautaud




Me persigue como lo hacía Jules Renard, con frases sueltas, una vez imantada la atención aparece por todos los rincones, y ya no tengo glándulas salivares más que para leer sus diarios.

Las cosas tristes, dolorosas, son más hermosas para la mente, pues ahí encuentran más prolongaciones que las cosas alegres, felices. La palabra tarde más hermosa que la palabra mañana, la palabra noche más hermosa que la palabra día, la palabra otoño que la palabra verano, el adiós más que el buenos días, la desgracia más hermosa que la felicidad, la soledad más hermosa que la familia, la sociedad, el grupo, la melancolía más hermosa que la alegría, la muerte que el nacimiento. A igual talento, el fracaso más hermoso que el éxito. El enorme talento ignorado más hermoso que el autor de grandes tiradas, adorado por el público y festejado a diario. Un escritor de gran talento que muere en la miseria más hermoso que el escritor moribundo entre millones. El hombre, la mujer, que han amado, que han sido amados, acabando sus vidas en un cuartucho del desván, con la única fortuna y compañía de sus recuerdos, más hermosos que el abuelo rodeado de sus nietos y que la viuda enriquecida todavía cortejada por su fortuna. ¿De dónde procede todo ello y porqué se encuentra en el interior de todos nosotros en grados diferentes? En nuestro fondo hay, en mayor o menor medida, un desencanto, una melancolía que ahí se regodean, y que hay que aborrecer y rechazar como un veneno.

Lo que confiere mérito a un libro no son ni sus cualidades ni sus defectos. Reside enteramente en esto: que sólo su autor podría haberlo escrito. Todo libro que pudiera haber sido escrito por otro que no fuera el autor puede tirarse a la papelera.

A veces, por la noche, a punto de dormirte, se te ocurren ideas interesantes, y hay una cierta voluptuosidad en el temor de perderlas por pereza de levantarse para anotarlas.

Si escribo tan poco no es porque me esfuerce, sino porque tengo horror al trabajo. Sólo escribo cuando «me da por ahí». Si tengo algún talento es el de improvisador.

En nada hay placer ni interés sin pasión. Hacer el amor como un deber, escribir como oficio, por ambos lados: nada.

En cualquier cosa, lo que se da en llamar perfección, no tiene interés. La perfección no tiene personalidad.

No hay sentencias máximas ni aforismos de los que no pueda escribirse la contrapartida

P.D. Hablando de vagancia escritural acaba de llegar un correo de Ester en el que me dice (pasé una noche quejándome con Gonzalo y con ella por la dimensión de un encargo)

¿Tú qué tal vas? Hace días que no escribes, supongo que estarás con tus diez folios, total, sólo te han dado un año...

Sospecho que Léautaud me reafirmará en la manía de borrar más de lo que escribo.

viernes, 14 de octubre de 2011

miércoles, 12 de octubre de 2011

Recuperar la configuración anterior

Cuando me levanté vi que se había escapado el pájaro. Escapado, escapado, no una salidita por casa, porque aquella mañana todas las ventanas estaban abiertas.

Van unos diez años conviviendo con ese animal diminuto y su baño matinal es un importante rito diario para mí, además sabe protestar y pedir agua o música, o me lo imagino. Pero sobre todo es el único ser vivo que me contesta siempre que le hablo.

Vaya, un golpe, pero esa optimista insensata que me habita se puso a elucubrar: mejor que se haya escapado a que se hubiera muerto. ¡Cómo si no fuera lo mismo! ¡el Pichi no aguantaría en la calle vivo ni dos horas!

Recogí la jaula y me pareció enorme la ventana, estuve mirando al tendido sin esperanza de verlo porque es diminuto, pero oí a montones de pájaros.

Después, cuando puse en marcha el ordenador, me avisó de un virus. Primero intenté matarlo a mano, pero bajé otro antivirus y se clavó. Entonces recordé la frase que me ha colonizado durante toda la semana “recuperar la configuración anterior”. Me costó dos horas recuperar la configuración anterior del ordenador y las aproveché para preguntarme si sería posible recuperar alguna de mis anteriores configuraciones, aunque fuera la del día anterior con pájaro.

Cuando, por fin, el ordenador se puso en marcha, el Pichi salió de encima de un armario y se me posó en el hombro.

Vaya, una mañana de reflexión y aventuras.

lunes, 10 de octubre de 2011

María Salgado




De vez en cuando me voy al blog de María Salgado, cuando tengo la impresión de tener tiempo para hacer un viaje largo, siempre me interesa lo que dice y lo que hace.

También de vez en cuando me la encuentro por ahí y entonces siento, además a raudales, simpatía y cariño por esa lúcida tan tierna.


Inthemoodfor

de noche hago un esfuerzo

por no de sapa re cer,

por arreglar mi carne,
mi cosa desembarcada del río.

Latir menos, trepar menos, no confiarle al ritmo mis presagios,
no intuir obscenas calamidades que con gusto abriría. No hay una cama, no
hay una cama, es sólo un espejismo en el desierto. Latir menos,
no subirme a la vocal de la fantasía ni esperar que una boca me trague.

y la nueve de julio, boluda, ésa sí
es una calle ancha,

como para respirar.

L'heure bleue

[poema visual que no suena]

Una alimaña de aire

(no) ha hecho presa en ti

para soplar su espiga

por tu espina.

Pareces mentira cuando

(no) bailas

porque (no) tienes copa

(n)i ramas siendo un animal

dentro del tubo de otro, algo

como una campana.

Si (no) bailas, detengo

los pulmones hondamente

en busca de la (des)aparición azul

de un nido.

En el arbor de tu

brazada muda, de tu

cuerno invertido

me quedo (sin) la boca y

talo mi salud un poco más.

Luego es ya la hora que NO tiene sonido,

estoy perdiendo aire,

así el deseo*

*verso de Claudio Rodríguez

Dos infartos


La muerte me noquea y no me deja otra alternativa que consignarla, si no lo escribo es como si me hubiera saltado un capítulo importante.

Marqués

Íbamos a cenar todos juntos unos días después y nada más saberlo pensé que me intentaría sentar con Marqués y con Liset.

Nos reunimos antes de lo previsto, en el tanatorio, yo creo que no había llorado desde hace años con tanto berrinche como cuando habló Liset en el funeral. Andrés Marqués tenía una empresa que mandaba las remesas de los inmigrantes a sus familias, como fue la antípoda de la usura lo lloramos juntos gentes de muchos países y muchas razas. Cuando miré alrededor vi que todos estaban llorando como yo, era un lloro infantil, primario, lleno de rabia. Creo que Marqués era tan adulto que todos nos sentíamos muy niños allí.

Al final, para consolarnos como hubiera preferido consolarnos él, un saxo tocó una samba

Félix

Actualizo el país mecánicamente, con frecuencia lo actualizo y ni lo miro, pero saltó de la pantalla la foto de Félix Romeo y la noticia de su muerte que me jalaron hacia un agujero en el tiempo; de pronto él tenia veinte y yo veintitrés y estábamos en Las Fuentes. Fui rodando de imagen en imagen y caí en la cuenta de que de Félix había bastantes en mi vida. No fuimos amigos, pero con los años empezaba a aparecer algo tierno en nuestra enemistad. A los dos nos gustaba polemizar hasta el paroxismo, y las enganchadas nos devolvían furos y tímidos a toriles. Luego, cuando nos encontrábamos en los eventos literarios, nos meneábamos la cabeza y si se terciaba pasar cerca nos chinchábamos un poco. A nadie dejaba indiferente, se le extrañará.

martes, 4 de octubre de 2011

A vueltas con la peculiar ortodoxia de Chesterton



Recuerdo una vez: caminaba con un próspero editor que me hizo una observación oída con frecuencia; es casi un estribillo del mundo moderno. No obstante haberla oído con demasiada frecuencia, o tal vez por esa misma razón, recién entonces, repentinamente, vi que tal observación no entrañaba verdad alguna. El editor dijo de alguien: "ese hombre va a llegar; se tiene fe".
Y recuerdo que mientras levantaba la cabeza para escuchar mejor, mi mirada cayó en un ómnibus que llevaba escrito su punto de destino: "Hanwell" y le contesté: -"Quiere que le diga dónde están los hombres que se tienen fe?, porque puedo decírselo. Conozco hombres que creen en sí mismos más colosalmente que Napoleón y César. Puedo llevarlo hasta los tronos de los superhombres. Los que realmente se tienen fe, están en un asilo de lunáticos."
Me respondió que no obstante esa creencia mía, había muchos hombres que se tenían fe y no estaban en manicomios.
-"Sí; los hay -repuse-, y usted más que nadie debe conocerlos. Aquel poeta borracho a quien usted rechazó una tragedia lúgubre creía en sí mismo. Aquel viejo pastor que escribió una obra épica y de quien usted se escondía en la trastienda, creía en sí mismo. Si usted consultara su experiencia de editor en vez de consultar su horrenda filosofía individualista, sabría que haberse tenido fe, es una de las características más comunes de los fracasados. Los actores que no pueden actuar, creen en sí mismos, y creen en sí mismos los deudores que no le pueden pagar. Sería más cierto decir que un hombre fracasará porque se tiene fe."
-"Tener completa fe en sí mismo, no es exclusivamente un pecado. Tenerse fe absoluta es una debilidad. Tenerse fe completa, creer completamente en sí mismo, es tener una creencia histérica y supersticiosa. El hombre que la tiene, lleva la palabra "Hanwell" escrita en su frente, con tanta claridad como la lleva escrita ese ómnibus."
Mi amigo el editor, dio esta profunda y efectiva réplica a mis conclusiones: -"Y si un hombre no debe creer en sí mismo ¿en qué debe creer?"
Luego de una larga pausa respondí: "Iré a casa y escribiré un libro contestando a esa pregunta."
Y este es el libro que escribí para contestarla.
Pero creo, que muy bien puedo empezarlo donde se inició nuestra discusión; en la vecindad de un manicomio

G.K.Chesterton Ortodoxia

lunes, 3 de octubre de 2011

De otros recursos y otros árboles


El sábado mi cuerpo y yo necesitábamos hacer reposo en un jardín de otoño y el de M Jesús es precioso y enorme, ella lo intuía y me llamó temprano. Creo que “le bon vivre” tiene que ver con trazar rutas, con tener lugares a los volver, esos de los que, aunque pasen los años, nunca te vas del todo

Para reposar, para dejar de tener prisa por completo, para recolocar, es recomendable sentarse en un sitio desde el que se otee el tiempo desde lejos, por eso empezamos hablando de la edad de chopos, lilos, romeros, pinos, acacias, casi todo aquí tiene treinta años, y recordamos cuando empezó a crecer, y hasta quién plantó cada cosa.

La dama del pelo blanco cree que el jardín la ha vencido, sin embargo a mi me gusta esa locura de los dondiegos de colores creciendo entre las baldosas, los laureles rodeados de hijos, las cañas invadiendo el cajero de la acequia y la hierba con caracolas ribeteando una mesa. El jardín es adulto y no se deja ver de una ojeada, todo es robusto y ha conquistado su lugar, y es el campo, campo, pero de pronto aparece un banco debajo de un pino que nos traslada a una postal de película inglesa.

Pasamos casi toda la tarde hablando de plantas y María Jesús, que conoce bien mi jardín, me adelanta buenas nuevas, como siempre, esta vez solamente tiene que señalar un círculo de margaritas de tres metros de diámetro, empezaron siendo tres bulbos que le dio su madre, para que se vuelva a desplegar el muestrario de momentos gozosos que solamente serán posibles en la siguiente etapa.