jueves, 14 de abril de 2011

La correspondencia


Como ir perdiendo aún más profundidad me preocupa, y para creer que se utiliza el tiempo y se escarba son infalibles las relaciones obsesivas con libros muy gordos, después de terminar el de Max Aub me fui a vivir a uno de seiscientas páginas de Walter Benjamin en el que se incluye Alemanes. Colección de cartas.

En justificar por qué y para quién escriben se les va la fuerza a muchos escritores que, para conjurar su intranquilidad, se ponen a dar saltos o a forzar posturas y trayectos, y nos espantan. En un sentido estricto el único que sabe para quién y para qué escribe es el que escribe una carta, y esto tiene no pocas consecuencias literarias: el lector de cartas conoce al autor, a su lector, y a ambos como personajes, de un tranco, además, desde las primeras líneas posee otra clave fundamental: sabe cual es la distancia exacta entre los que intervienen en el asunto El lector de cartas participa incluso de las dificultades que implicó escribirlas, y percibe las insistencias que resolvieron, al nombrarlos con exactitud, los problemas más arduos, se puede zambullir cuanto quiera en la polisemia de los sobrentendidos y, en el caso de las buenas cartas, de un vistazo accede a los detalles íntimos sobre la trama, la época a la que pertenece y sus preocupaciones, información que en otros géneros precisa cientos de páginas.

Las 27 cartas que reunió Benjamín en Alemanes son, sobre todo, variadas, tanto por los asuntos de los que se ocupan como por las diferencias entre quienes las escriben y entre aquellos a quienes van dirigidas: un amigo de Goethe notifica a otro su muerte, un médico religioso reprende a Kant después de leer su moral: La finalidad de escribir algo así tal vez será la de divertirse a costa de aquellos que tienen la costumbre de asombrarse por todo lo que es raro, un pensador importante en la época le escribe a su novia bajo la influencia de Rousseau, un oficial retirado escribe al marido de su antigua prometida. Hölderlin termina la carta a un amigo diciendo: Pero escríbeme pronto, pues necesito de tus tonos puros. Los artistas necesitamos de la psique entre amigos, necesitamos el surgir del pensamiento en la conversación y en la carta. Clemens Bretano busca a su amigo a través de un librero para comunicarle la muerte de su esposa y pedirle dinero. Un amigo de Novalis escribe a otro para quejarse del exceso de estímulos exteriores o una incipiente escritora, Annette von Droste, le cuenta a su preceptor cosas insignificantes sólo con la intención de convencerlo de este apego desdichado a todos los lugares en los que no estoy y a todas las cosas que no se encuentran en mí. Todas las cartas están introducidas con los datos enjundiosos con los que Benjamin lo iluminaba todo.

Ya no hay correspondencias, no hay tiempo, y no nos engañemos, los correos no han sustituido a las cartas.

A veces imagino Internet como un vaso de agua y a nosotros como sobres de gaseosa del tigre. La comunicación es deliciosa, incuestionable, fulminante, como el estallido de burbujas de aquellas gaseosas, pero tan fugaz como aquel también hay que bebérselo de un trago para no quedarse con un sabor triste, a bicarbonato.

La instantaneidad convierte en átomos el tiempo, por eso repetimos tanto que no tenemos, porque no podemos ni siquiera identificarlo de tan desmenuzado como nos llega.