miércoles, 24 de febrero de 2016

Las migas y la Arse, Gonzalo y San Juan.





Yo tenía más osadía y utilizaba más especias, ella se gastaba un control absoluto de los tiempos del fuego. La última vez que hice migas masivas, en el Molino, también estaba Gonzalo, y dice que estaban igual de buenas que las de esta noche, pero es mentira. En medio de un lío de treinta personas (aquel día vino Iraida) la Arse me daba instrucciones por el skipe. La puedo oír en medio de una revolución, diciéndonos lo que tenemos que hacer.

-¡Mantened la atención! ¡cuidaros!

Y diciéndome a mí:

-No las mojes más, que estás haciendo una papilla, tienen que quedar esponjosas
-Improvisa si quieres pero las migas se mojan la noche anterior, hay que dejar que se pongan huecas en el trapo, si se quedan secas puedes rectificar, pero si se quedan hechas una maseta ya me dirás tú.
-Ala pimentón, cuánto exageras, hija mía, exageras con todo, un poco de medida Y para mí que les echas demasiada cebolla.

Ésta noche, mientras se freía la cebolla y yo regaba casi podía oírla:

-Te quedarán buenas pero no en su punto. Eres muy atrevida. ¡Cómo vas a hacer unas migas en una sarten normal y sin una buena rasera! Por cierto ¿Ya te ha devuelto la rasera Miguel? Esa rasera es una joya. Me la hizo el tío José.

Para mi abuela la técnica de mi madre y mi tía para cortar las migas simbolizaba el fin de la civilización. ¡No se puede llegar a más!- les contaba a sus contemporáneas-¡Ahora mis hijas cortan las migas a matillazos! (lo crudo y lo cocido, quizá llevaba razón)

Luego he salido al baño y en toda la casa se oía a Gonzalo Escarpa dando clase. Recitaba el Cántico. (San Juan y Vallejo, San Juan y Vallejo, en eso somos muchos los que coincidimos). Max, el gato, y yo, hemos llegado al mismo tiempo al sofá. Ya había empezado, estaba por aquí:


8. Mas, ¿cómo perseveras,
oh vida, no viviendo donde vives,
y haciendo porque mueras
las flechas que recibes,
de lo que del Amado en ti concibes?

9. ¿Por qué, pues has llagado
aqueste corazón, no le sanaste?
Y, pues me le has robado,
¿por qué así le dejaste,
y no tomas el robo que robaste?

10. Apaga mis enojos,
pues que ninguno basta a deshacellos,
y véanse mis ojos,
pues eres lumbre dellos,
y sólo para ti quiero tenellos.

11. Descubre tu presencia,
y máteme tu vista y hermosura;
mira que la dolecencia
de amor que no se cura
sino con la presencia y la figura.

12. ¡Oh cristalina fuente,
si en esos tus semblantes plateados,
formases de repente
los ojos deseados,
que tengo en mis entrañas dibujados!

13. Apártalos, Amado,
que voy de vuelo.

El Esposo

Vuélvete, paloma,
que el ciervo vulnerado
por el otero asoma,
al aire de tu vuelo, y fresco toma.

La Esposa

14. Mi Amado, las montañas,
los valles solitarios nemorosos,
las ínsulas extrañas,
los ríos sonorosos,
el silbo de los aires amorosos.

15. La noche sosegada
en par de los levantes del aurora,
la música callada,
la soledad sonora,
la cena, que recrea y enamora.

16. Nuestro lecho florido,
de cuevas de leones enlazado,
en púrpura tendido,
de paz edificado,
de mil escudos de oro coronado.

17. A zaga de tu huella
las jóvenes discurren al camino,
al toque de centella,
al adobado vino,
emisiones de bálsamo divino.

18. En la interior bodega
de mi amado bebí, y cuando salía
por toda aquesta vega,
ya cosa no sabía;
y el ganado perdí, que antes seguía.

19. Allí me dio su pecho,
allí me enseñó ciencia muy sabrosa,
y yo le di de hecho
a mí, sin dejar cosa;
allí le prometí de ser su esposa.

20. Mi alma se ha empleado,
y todo mi caudal en su servicio:
ya no guardo ganado,
ni ya tengo otro oficio;
que ya sólo en amar es mi ejercicio.

21. Pues ya si en el ejido
de hoy más no fuere vista ni hallada,
diréis que me he perdido,
que andando enamorada,
me hize perdidiza, y fui ganada.

22. De flores y esmeraldas
en las frescas mañanas escogidas,
haremos las guirnaldas,
en tu amor florecidas,
y en un cabello mío entretejidas.

23. En sólo aquel cabello,
que en mi cuello volar consideraste,
mirástele en mi cuello,
y en él preso quedaste,
y en uno de mis ojos te llagaste.

24. Cuando tú me mirabas
su gracia en mí tus ojos imprimían;
por eso me adamabas,
y en eso merecían
los míos adorar lo que en ti vían.

25. No quieras despreciarme,
que, si color moreno en mi hallaste,
ya bien puedes mirarme
después que me miraste,
que gracia y hermosura en mi dejaste.

26. Cogednos las raposas,
que está ya florecida nuestra viña,
en tanto que de rosas
hacemos una piña,
y no parezca nadie en la montiña.

27. Detente, cierzo muerto;
ven, Austro, que recuerdas los amores,
aspira por mi huerto,
y corran sus olores,
y pacerá el Amado entre las flores.

Esposo

28. Entradose ha la Esposa
en el ameno huerto deseado,
y a su sabor reposa,
el cuello reclinado
sobre los dulces brazos del amado.

29. Debajo del manzano,
allí conmigo fuiste desposada.
allí te di la mano,
y fuiste reparada,
donde tu madre fuera violada.

30. A las aves ligeras,
leones, ciervos, gamos saltadores,
montes, valles, riberas,
aguas, aires, ardores
y miedos de las noches veladores:

31. Por las amenas liras
y canto de serenas os conjuro
que cesen vuestras iras,
y no toquéis al muro,
porque la Esposa duerma más seguro.

Esposa

32. Oh ninfas de Judea,
en tanto que en las flores y rosales
el ámbar perfumea,
morá en los arrabales,
y no queráis tocar nuestros umbrales!

33. Escóndete, Carillo,
y mira con tu haz a las montañas,
y no quieras decillo;
mas mira las compañas
de la que va por ínsulas extrañas

Esposo

34. La blanca palomica
al arca con el ramo se ha tornado,
y ya la tortolica
al socio deseado
en las riberas verdes ha hallado.

35. En soledad vivía,
y en soledad ha puesto ya su nido,
y en soledad la guía
a solas su querido,
también en soledad de amor herido.

Esposa

36. Gocémonos, Amado,
y vámonos a ver en tu hermosura
al monte ó al collado
do mana el agua pura;
entremos más adentro en la espesura.

37. Y luego a las subidas
cavernas de la piedra nos iremos,
que están bien escondidas,
y allí nos entraremos,
y el mosto de granadas gustaremos.

38. Allí me mostrarías
aquello que mi alma pretendía,
y luego me darías
allí, tú, vida mía,
aquello que me diste el otro día.

39. El aspirar del aire,
el canto de la dulce Filomena,
el soto y su donaire,
en la noche serena,
con llama que consume y no da pena.

40. Que nadie lo miraba,
Aminadab tampoco parecía,
y el cerco sosegaba,
y la caballería
a vista de las aguas descendía.