sábado, 19 de marzo de 2011

Informe subjetivo de un Congreso de Periodismo III

He dejado pasar demasiados días, se ha evaporado la mala leche que me pusieron los de la mesa titulada “Reportajes de libro”, que intentaron hablar de literatura y periodismo: total, una hora de mi vida y de la de los otros cuatrocientos no es tanto.

Desde el principio se notó que iba a dominar la desenvoltura sospechosa de los que no tienen nada que decir. Y exceptuando las parcas intervenciones de Alfonso Armada, que al menos recomendó dos libros y se calló, lo demás todo fueron generalidades… desde la presentación de Jorge Alcalde, “se ha dicho tanto de periodismo y literatura que no se puede resumir” o la paliza, otra vez, con Tom Wolf y el nuevo periodismo, hasta las flamantes ideas de Ignacio Escobar “prefiero irme con un libro a la cama” “si me encargan dos líneas más me pierdo” y también lo de “mi niño con el Ipod”.

En las metáforas es dónde alguien que utiliza la palabra se la juega, ahí va una perla originalísima que dará una idea de la altura del debate: “desarrollar un libro es como correr una maratón, mientras que las historias breves son como correr 100 metros”. "Sí, pero correr cien metros también tiene mérito" contestó muy serio otro.

Miguel Aguilar dijó algo suelto que me dejó perpleja: “habrá libros objeto”, así, como un futurible vago y sin importancia, cuando tantos editores pequeños hace mucho tiempo que tienen claro que si permanece el amor al papel será a través de libros casi únicos y bien cuidados, yo por lo menos nunca he amado un volumen de tapas amarillas de anagrama, ni siquiera me he encaprichado del negro satinado de cátedra. Para rematar dijó que las grandes empresas editoriales sabrán adaptarse al cambio de los tiempos, cuando todos sabemos que han perdido el carro cien veces en estos últimos años y que, además, lo mejor que nos puede pasar a los lectores, a los escuchadores y a los cinéfilos es que los diplodocus que nos han estado imponiendo sus intereses se desplomen. Tanta desenvoltura no suele ser inocente. Además suele ser conservadora. Cuando hay tantas cosas de las que hablar ¿cómo consiguieron no decir ninguna?

Yo me prometí, para al menos sugerir algo, buscar el fragmento de una entrevista con Teresa Aranguren de hace unas semanas:

Te das cuenta de que la información y las noticias no consiguen traspasar la barrera de la identificación,
 la gente ve el horror de Palestina o Iraq pero hay una incapacidad de empatía, de ponerse en su lugar, 
de identificarte. 
Creo que hace falta la literatura, y eso es lo que intenta el segundo libro. Un ejercicio de escribir ocultando 
mi mirada e intentando que sean las gentes que he conocido las que expresen sus sentimientos. Lo primero 
que mueve es la indignación, la sensación de ‘tengo que decirlo’, no quiero ser cómplice con el silencio. 

Los libros que recomendó Armada fueron:

Hiroshima de John Hersey, que no he leído y Elogiemos ahora a hombres famosos de James Agee, una especie de biblia familiar que va de mano en mano y de la que hasta nos dictamos citas por teléfono.

No sé qué me da mezclar en este post la siguiente mesa, que fue tan buena. Para otro rato.

Avanti con los detalles Ester.