Pensado desde ahora fue una bendición
tener una amiga tan guapa. Pude observar como le dejaban el centro
de la fila y se apróximaban de forma ordenada, según sus posibilidades; los más feos en los extremos. Constaté que ninguno
de los nueve chicos había notado mi existencia, ni los más
encogidos, pero me gustó ver la escena desde la única butaca
ocupada de la fila de atrás. Como si estuviese allí para
recordarlos.
Eso fue en invierno, en el cine. Si
actuaban así con jerseys de cuello alto qué sería en la piscina.
Seguí grabando desde la toalla, con el rabillo. Sentí durante dos o
tres veranos lástima de la pobre Merche, me parecía agotador estar
todo el día correteando por el bordillo, haciéndo fila en el
trampolín y pasándose la lengua por los labios perseguida por
tanta gente. Al margen de sus tareas, extenuantes, a mí siempre me
parecio una tía maja.