martes, 9 de marzo de 2010

Programa en espiral


Para conocer bien una ciudad es recomendable coger un autobús que la tronche por el eje, de punta a punta. Mirados de punta a punta hasta los hospitales son un territorio interesante, pero nunca completamos su recorrido vertical. Aunque, yo ayer, casi.

Fui a comprar agua y bajé de la sexta, urología, a la cuarta, pediatría, allí un médico me aseguró que el agua siempre había estado en la quinta, cardiología, pero ni rastro de la dichosa maquinita expendedora. Media hora después, una enfermera, a la que le debí dar pena, me invitó a bajar con ella en el ascensor de personal, allí también viajaba una cirujana, con un pañuelo de calaveras en la cabeza, que se quejaba porque tenía una cesarea. Las dos me aseguraron que había agua al lado de los quirófanos, pero yo sólo vi a una señora, que estaba fatal, en una camilla, y a tres futuros padres nerviosos delante del paritorio, imposible adivinar cuál era el de la cesarea ni preguntarle por el agua a ninguno de los cuatro. A esas alturas y en el sótano segundo ya estaba convencida de que todo el mundo me engañaba, no podría calcular cuántos me habían mandado a otra planta, o al fondo del pasillo; al laberinto. Aquel montón de brazos certeros parecían señalar mi auténtico destino, la octava, psiquiatría, en el trayecto vi: cabreados,nonagenarios, risueños, desesperados, recién nacidos, aburridos, sociables, felices... ¡y todos sabían dónde estaba el agua! ¡menos yo!

Al final la encontré, pero eran botellas pequeñas.