miércoles, 23 de julio de 2008

Constricción nº2: Por qué no escribí ninguno de mis libros




Lo que más me gusta del Oulipo es la dadivosidad. Regalan las fórmulas, explican los pasos, muestran la tramoya y airean sus procedimientos.

En la constricción nº 1 me refería a "Cómo escribí alguno de mis libros" de Raymond Roussel
En la constricción nº 2 la propuesta es más universal, podemos utilizarla casi todos, cuanto más ágrafos más peculiares serán los resultados: "Por qué no escribí ninguno de mis libros" es una respuesta a Raymond Roussel de Marcel Bénabou.


Ahí van algunos fragmentos:

Como era previsible, busqué mis yacimientos principales por el lado de la literatura llamada personal. Pero el placer que experimentaba leyendo los diarios, las memorias o la correspondencia epistolar de los grandes escritores no solía durar demasiado. Al principio, me tranquilizó hallar, en todos aquellos que habían conseguido dejar una obra, rastros de dudas, de insatisfacciones, de momentos de auténtica desesperación, que me los hacían fraternales. Pero después este sentimiento se desvaneció. Si hasta ellos, me decía, han sufrido tanto, ¿qué te pasará a ti? Con mis grandes modelos sólo tenía, en suma, dos puntos en común: las dudas antes de la escritura, la incertidumbre después. Pero lo que había entre una cosa y la otra seguía fuera de mi alcance


De todos los hechos oscuros, o en cualquier caso mal aclarados, de mi pasado, el más sorprendente para mí todavía sigue siendo éste: ¿por qué creí un día que tenía que escribir? Una pregunta sencilla, obvia en apariencia, pero he necesitado mucho tiempo para sentir la necesidad de planteármela. Sólo tras una primera y larga serie de intentos abortados apareció la duda sobre la legitimidad de mi vocación, y se me ocurrió interrogarme sobre los orígenes de lo que, hasta entonces, había considerado una determinación independiente de mi voluntad. Pero, una vez surgida, esta interrogación ya no desapareció jamás; en determinadas épocas, lo esencial de mi quehacer consistió en darle respuesta"


Por lo tanto, escribir que se querría escribir, ya es escribir. Escribir que no se puede escribir, también es escribir. Una manera como cualquier otra de llevar a cabo el vuelco que da pie a tantos propósitos audaces: hacer de lo periférico el centro, de lo accesorio lo esencial y de la arenilla la piedra angular. Sabía por lo tanto lo que tenía que hacer: dar una especie de golpe de mano mediante el cual había que conseguir otorgar una existencia ficticia a unos libros que no existen realmente y, gracias a ello, conferir una existencia real al libro que trata de esos libros ficticios. Un proceder en suma que se asemeja al que conduce al cogito cartesiano: en el momento preciso de dar fe de mi inaptitud para la escritura me descubriría a mí mismo escritor, y de la ausencia de mis obras fallidas se nutriría éste. Hermoso ejemplo de esa estrategia del quien-pierde-gana, de esa proeza dialéctica que convierte una acumulación de fracasos en un camino hacia el éxito. ¡No será que no nos han repetido que Sísifo se pasaba el día haciendo músculos!


(La historia de estos dos libros me recuerda siempre a la de unos conocidos míos, íntimos amigos, que bautizaron a sus hijas con días de diferencia: unos la llamaron Elia y los otros Noelia. Los caminos de una silaba son insondables, imagínense luego que las chicas son amigas, ¡qué conversaciones telefónicas!, ¡qué montón de trabalenguas!
Los peces son de Miquel Barceló